Octubres que no acaban
Hace hoy ciento cuarenta y nueve años, Carlos Manuel de Céspedes, en insólito acto de generosidad, liberó a sus esclavos y, con profundo convencimiento, proclamó la independencia de Cuba. Allí, en su ingenio de La Demajagua, en el gesto fundador de Céspedes, Cuba comenzó a luchar por todos los derechos y deberes que entrañaba ser, como decían los constituyentes de 1901, una entidad independiente. Desde entonces, a deshora y a destiempo, esencialmente sola por su propia y raigal diferencia, incluso en los momentos de mayor apoyo material o moral desde otras tierras, otras latitudes, y a menudo tan admirada en secreto como vilipendiada en público, Cuba ha transitado por los caminos de devenir lo que ha querido y lo que ha podido ser, nunca hasta ahora ella toda, querer y poder que en su contrapunto agónico, sus solidaridades mutuas y sus desencuentros, son la encrucijada misma desde la que sigue insistiendo en sus elusivos horizontes. Pero Cuba ha llegado a ser más que esa entidad independiente (e imaginada) en y desde la cual se ha seguido reconociendo y a la vez buscándose, más que sus circunstancias y condicionamientos geopolíticos. Cuba es, todavía, en su propio inacabamiento, una misión que desborda sus fronteras geográficas y su particular hilvanado histórico, y que constantemente se reinscribe, se reinventa —en el púlpito, la letra, la cantera, el campo de batalla— en lo que debería ser.
Aquel sábado diez de octubre de mil ochocientos sesenta y ocho, Carlos Manuel y los hombres y mujeres que lo acompañaban y siguieron en el sueño que no sólo anunciaba la independencia de un territorio y la fundación política de un país, sino también el advenimiento de un estado de decoro para todos, tomaron un juramento a la bandera que sigue siendo imperativo recordar:
— ¿Juráis vengar los agravios de la patria?
— Juramos—respondieron todos.
— ¿Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda?
— Juramos, repitieron aquellos.
— Enhorabuena— añadió Céspedes—. Sois unos patriotas valientes y dignos. Yo, por mi parte, juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios...”
Siempre habrá cubanos que se hagan cargo de ejercer y cumplir y de hacer que, en ellos y por ellos, Cuba ejerza los derechos y cumpla los deberes a los que otros hayan renunciado.