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El oficio de historiador según Manuel Moreno Fraginals* Oscar Zanetti Lecuona 

 

 
A la memoria de Panchito Pérez Guzmán, 
que me incitaba a escribir algo así.

 

Toda obra es reflejo de su autor, pero la de Manuel Moreno Fraginals expresa en medida inusitada tanto el anchuroso itinerario vital como el carácter intenso —y hasta paradójico— de quien la creara. De ahí nuestro propósito de recoger en esta Órbita un conjunto de textos que, al testimoniar la trayectoria intelectual del gran historiador cubano, ofrezcan también un atisbo de las múltiples facetas de su personalidad. 
 

Si se repasan los obituarios, semblanzas y testimonios publicados tras el fallecimiento de Moreno, sorprende la variedad de rasgos y cualidades que quienes lo conocieron apreciaban en su persona. Generoso, entusiasta, halagador, grandilocuente, apasionado, veleidoso, estilista, galante, fantasioso, transgresor, son solo algunos calificativos tomados al vuelo de un inventario muy nutrido, en el cual también se pondera su excelencia profesional, su leal amistad, su fino humor, su elegancia y hasta su atractivo dandismo. Entre esos y otros atributos, hay uno que a nuestro juicio resulta clave para comprender la trayectoria de este autor: la inquietud. 
 

Moreno Fraginals fue, ante todo, un hombre inquieto en el más amplio sentido de la palabra. Nos referimos tanto a la inquietud intelectual que impulsaba su insaciable afán de saber, aquella que alimentaba de dudas e inconformidades un acerado espíritu crítico, como a la de orden existencial, esa suerte de desasosiego que colmó su vida de alternativas y continuos emprendimientos. 
 

Nacido en La Habana el 9 de septiembre de 1920, Manuel Ramón Moreno Fraginals procedía de una familia en cuya genealogía aseguraba que podían encontrarse tanto oficiales mambises como comerciantes y contrabandistas. Su padre, Elpidio Fausto Moreno Uría, se desenvolvía en el mundo de los negocios como contable, administrador y empresario. Su madre, Juana Bautista Fraginals y Collazo, era hija de inmigrantes catalanes. La economía familiar, relativamente acomodada, sufrió los embates de la crisis en torno a 1929; por entonces Manolo estudiaba primaria en la Escuela Zapata de la Sociedad Económica de Amigos del País. En 1933 inicia los estudios secundarios, pero apenas puede continuarlos al cerrarse los institutos de Segunda Enseñanza en medio de las convulsiones políticas de la revolución del 30. Para ocupar el tiempo, su madre lo matricula en algunos cursos de una escuela anexa a la de Pintura y Escultura de San Alejandro, aunque el adolescente pasaba muchas más horas en la biblioteca municipal, donde ya se le tenía por lector empedernido. Reabiertos los centros de enseñanza secundaria, continúa sus estudios y practica deportes —se ufanaba de ser buen corredor— hasta graduarse de bachiller en 1940. Ese mismo año matricula Derecho en la Universidad de La Habana, aunque las áridas materias jurídicas no le atrajeron tanto como algunas asignaturas —las de Historia, principalmente—, que debía cursar en la Facultad de Filosofía y Letras. Prueba de ello será el premio obtenido por su monografía "Viajes de Colón en aguas de Cuba" en el concurso conmemorativo que convoca la Sociedad Colombista Panamericana en 1942. 
 

Una conferencia dictada por el ilustre historiador mexicano Silvio Zavala en la universidad habanera, durante la cual anuncia la reciente creación del Colegio de México y ofrece una beca para un estudiante cubano, enciende el entusiasmo de Moreno, quien no solo formaliza su solicitud, sino que sin esperar por los resultados se embarca para México. Ante la intempestiva llegada, la dirección de la institución decide dividir el magro estipendio con el otro aspirante cubano que también se había hecho presente. En el Colegio cursa estudios de Paleografía, las asignaturas de Encomiendas e Historiografía de Indias, impartidas por Zavala, otra de Instituciones Coloniales y alguna más; pero sobre todo tiene la oportunidad de escudriñar bibliotecas y archivos. Su labor en uno de estos últimos, el del Hospital de Jesús, le permitiría participar en el hallazgo de los restos de Hernán Cortés, que allí habían sido escondidos un siglo atrás por orden de Lucas Alamán. En 1947, Moreno obtiene una beca del Instituto de Cultura Hispánica y marcha a España, donde asiste a conferencias, participa en tertulias y trabaja en las bibliotecas y los archivos de Madrid y Sevilla. De regreso a Cuba, en 1949, una colaboración con Emeterio Santovenia lo lleva a trabajar en la Biblioteca Nacional, cuya subdirección desempeña en 1950. A finales de ese mismo año —o quizá al siguiente— obtiene una plaza de profesor en la Universidad de Oriente y se radica en Santiago de Cuba por breve tiempo, junto a su esposa Beatriz Masó. De nuevo en la capital, colabora con el Departamento de Extensión de la Universidad de La Habana, que entonces dirigía Roberto Agramonte, donde participa en la organización de cursos de verano, la preparación de publicaciones y otras actividades. 
 

Estos primeros años de la década del cincuenta son testigos del verdadero inicio de la trayectoria profesional de Moreno Fraginals. Al margen de las labores apuntadas, en 1950 aparece en la Revista de la Biblioteca Nacional, que por breve lapso dirige, el primero de sus textos publicados: un breve estudio sobre el escritor Anselmo Suárez Romero.[1]  Casi simultáneamente, la revista Universidad de La Habana publica otro artículo suyo "Agustín Iturbide: el caudillo", versión revisada de un texto que preparara para el Seminario de Historia que Agustín Yáñez dirigía en El Colegio de México. Otra monografía también iniciada en El Colegio —y bajo la dirección de Zavala—, José Antonio Saco. Estudio y bibliografía gana el premio convocado por la Sociedad de Bibliotecarios de Cuba, aunque esta obra no verá la luz hasta una década después. Para completar esa primera hornada, en 1951 el Instituto Panamericano de Geografía e Historia edita su folleto Misiones cubanas en los archivos europeos, reseña los trabajos que décadas atrás realizaran Néstor L. Carbonell y José María Chacón y Calvo en los archivos españoles. 
 

Por su asunto, la mayor parte de estos escritos podrían enmarcarse en lo que hoy se califica de "historia intelectual", pero más allá de las etiquetas, lo que realmente interesa destacar es el núcleo de preocupaciones que alienta esas obras y que en el largo plazo impulsará toda una línea de investigación, al extremo de que ideas plasmadas en estos primeros textos pueden encontrarse reiteradas en obras muy posteriores. Particularmente en las indagaciones sobre Suárez Romero y Saco, se hace patente el interés por comprender la circunstancia social en que va fraguando la nación cubana durante la primera mitad del siglo XIX, así como la tragedia de la intelectualidad involucrada en ese proceso. Son problemas que por entonces animaban un debate cuya naturaleza trascendía lo estrictamente histórico. Pocos meses antes de regresar Moreno de su estancia española, había visto la luz Azúcar y abolición, el ensayo con el que Raúl Cepero Bonilla dio sólido fundamento científico a un revisionismo historiográfico que, hasta ese momento, había tenido una presencia más bien vocinglera en las páginas de la prensa. A caldear el ambiente vendría, en 1950, la publicación del estudio de Serafín Portuondo Linares sobre los Independientes de Color y un par de años después —aunque desde otro ángulo—, la aparición del segundo tomo de la voluminosa y controvertida biografía de Herminio Portell Vilá sobre Narciso López. En particular la tendencia encarnada por Cepero, que cuestionaba las "verdades" de la historia tradicional desde un marxismo creativo y hasta irreverente, despertó más que la simpatía, el entusiasmo del joven Moreno Fraginals, ya "familiarizado con las ideas socialistas", como lo advirtiera desde años antes uno de los avales que formaban su expediente en El Colegio de México. En esos primeros textos, Moreno hace gala de una prosa a la vez pulcra y atrevida. En particular su estudio sobre Saco —de innegable filiación a la tendencia "revisora"— exhibe una poderosa garra crítica, pero al mismo tiempo se aleja de la invectiva con la clara intención hacer comprensible en su circunstancia una personalidad que, como la del polémico escritor bayamés, ha inducido desde siempre a los criterios extremos. 
 

Tras debut tan auspicioso, Manolo vio truncarse su vuelo historiográfico por el desfavorable sesgo del acontecer nacional. En marzo de 1952, Fulgencio Batista da un golpe de Estado y sumerge al país en las arbitrariedades y desmanes de una cruenta dictadura. Casi al unísono, con la caída de los precios del azúcar y una nueva restricción de la zafra, la economía experimenta una recesión. Dadas sus convicciones políticas, y probablemente también por sus relaciones con algunos colegas universitarios, el joven historiador se involucra en los trajines conspirativos de la AAA, organización clandestina en lucha contra la dictadura. Ello no le depara mayores consecuencias, pero al parecer sí las tiene la deteriorada situación económica que, en 1954, lo impulsa a emigrar a Venezuela, escenario del auge que propiciaba una creciente producción petrolera. En el país suramericano comienza a trabajar en la Cervecería Caracas, donde asciende con rapidez de un puesto a otro y en menos de un año es nombrado gerente de Publicidad; su exitosa labor en ese cargo lo convertirá también en directivo de la Corporación Publicitaria Venezolana. Vinculado por sus labores a la radio y la televisión, organiza la cadena de Radio Continente y a mediados de 1958 deviene propietario de Radio Junín, una de las estaciones afiliadas a ese sistema. Realiza sondeos de opinión, determina ratings, desarrolla estudios económicos, lleva a cabo investigaciones de mercado, actividades todas que lo mantienen alejado de la Historia, ahora relegada al placer de la lectura. En modo alguno, sin embargo, se trata de un tiempo perdido. El análisis de las cifras, el manejo de las categorías económicas, los secretos del marketing y los recursos de la publicidad demostrarán un valor incalculable cuando Moreno retorne a la creación historiográfica. 
 

Entusiasmado por el triunfo de la Revolución, en 1959 visita la Isla y en ella quedan su esposa e hijos. Al año siguiente, tras liquidar sus compromisos en Venezuela, se radicará definitivamente en Cuba; meses después comienza a trabajar como profesor en la Universidad Central de Las Villas, donde también dirige la Comisión de Extensión Universitaria. En Santa Clara imparte clases de Historia Económica y se integra a la vida de una universidad pequeña, pero sumamente activa, en la que los estudios sobre economía y tecnología azucareras ocupan un lugar de privilegio. Tal circunstancia viene de perillas a su nuevo proyecto. En su trabajo original sobre Saco, bajo el acápite titulado "Nación o plantación", Moreno se había propuesto estudiar, como una suerte de contexto, las bases económicas de la esclavitud cubana durante la primera mitad del siglo XIX.[2]. Ahora retama el asunto convencido de que debe llevado mucho más allá, pues sólo alcanzando una raigal comprensión de las características y problemas de la producción de azúcar podrá descifrar las claves de la sociedad colonial. Revisa documentos olvidados, estudia antiguos manuales y prontuarios, consulta a los tecnólogos, experimenta en el pequeño ingenio universitario, comprueba mil y un datos diferentes para llevar a cabo una investigación agotadora y fascinante. Cuando en 1963 es nombrado Secretario de la Cámara de Comercio de la República de Cuba y vuelve a La Habana, trae consigo, junto a las cajas de fichas y algún viejo aparato, el original de un libro decisivo. En 1964 ve la luz El ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar. Editado en gran formato, para dar espacio a los grabados y diagramas que lo ilustran, la aparición de este libro en la Cuba de aquellos años constituyó todo un acontecimiento. 
 

El impacto de la Revolución Cubana en el quehacer historiográfico, como en otros órdenes de la vida nacional, había resultado muy notable. Desde el primer momento, la argumentación histórica ocupó un lugar prominente en el discurso de la Revolución, cuya victoria fue proclamada como el primer y más genuino éxito del pueblo tras una larga cadena de frustraciones. Los primeros pasos de la naciente historiografía revolucionaria se habían encaminado a reinterpretar el pasado del país, esfuerzo que dio lugar a textos más o menos generales, redactados casi siempre con finalidad docente tanto por historiadores consagrados, como por otros de nueva promoción. En estos, además de una relectura del pasado desde una perspectiva nacionalista, se hacía también muy evidente el afán de explicar los procesos aplicando las categorías del materialismo histórico, lo cual, según la diversa experiencia y formación de los autores, dio lugar tanto a síntesis bastante decorosas, y hasta novedosas, como a opúsculos francamente impresentables. 
 

Si bien esta literatura histórica "de emergencia" mal que bien satisfacía las necesidades más apremiantes del desarrollo de la conciencia política popular, sus insuficiencias eran notorias, un problema que muy pronto comenzó a discutirse entre los historiadores. Se hacía evidente que la reformulación del discurso histórico nacional demandaba algo más que una crítica profunda y perspicaz de la historiografía anterior. La casi completa ausencia de estudios sobre problemas fundamentales de naturaleza social, y hasta económica, ponía de manifiesto que si se la aspiraba a una nueva Historia de Cuba —tanto más, si se pretendía marxista—, ello exigiría una ampliación radical del universo temático y la base empírica de las investigaciones. Y El ingenio se encargó de demostrarlo. 
 

La cristalización de la sociedad cubana durante los dos primeros tercios del siglo XIX —uno de los tramos de nuestro devenir con más profusa bibliografía— no podía explicarse a partir de la obra de los gobernantes y las instituciones coloniales, ni comprenderse como una simple sucesión de tendencias políticas; tampoco en las páginas de nuestros más ilustres pensadores se encontrarían las claves, y menos aún el proceso podría reducirse a las rebeliones contra la esclavitud y el coloniaje, pese a toda la legitimidad y trascendencia de esas acciones. Al definir la estructura, el funcionamiento y los problemas de la economía azucarera esclavista; al determinar sus relaciones con los fenómenos sociales y el acontecer político; al seguir las huellas que desde el azúcar llevaban a crear una cátedra universitaria o a difundir ciertas prácticas religiosas, El ingenio desentrañaba toda una lógica del desarrollo histórico insular. Si se tiene en cuenta que para conseguido su autor se había sustentado en documentos ignorados y en una literatura poco usual, que su análisis daba muestras de un marxismo fresco y penetrante y que, por añadidura, en la exposición de sus ideas hacía gala de una prosa magistral, podrán comprenderse las repercusiones que tuvo la publicación de esa obra. 
 

Recibido con generalizada admiración por los amantes de la historia, motivo de asombro entre el estudiantado universitario, El ingenio llegaría a suscitar el encomio de alguien tan parco en el elogio como Che Guevara. Desde luego, también hubo expresiones de desagrado. Para quienes se contentaban con mantener el quehacer historiográfico dentro del estrecho cauce interpretativo, así como para algunos deudores subrepticios del discurso tradicional, la obra de Moreno adolecía de construcciones demasiado imaginativas y, sobre todo, daba vuelos a una iconoclastia harto apasionada que muy bien podía terminar volteando algunas imágenes consagradas del panteón nacional. 
 

De tal suerte, la publicación de El ingenio obró como una motivación para la polémica que, en unas ocasiones de manera abierta y en otras soterrada, sostendrían los más destacados historiadores cubanos en vísperas del centenario del alzamiento de 1868. Aunque el problema central a debate era la formación de la nación, también se intentaban dilucidar otros asuntos capitales para la naturaleza del discurso histórico nacional. De las diversas contribuciones de Moreno a aquella discusión, sin duda, la más trascendente sería "La historia como arma", un artículo publicado en la revista Casa de las Américas en 1966, donde el autor, con ardoroso compromiso, fijaba su posición acerca de los principios que debían presidir la labor del historiador en la Cuba revolucionaria. 
 

Los criterios de Moreno Fraginals tendieron a distanciarlo del establishment académico local, en el cual se propendió a cerrarle espacios que, por otra parte, él no se afanaba en ocupar. Su trabajo como directivo en el Ministerio de Comercio Exterior le posibilitaba viajar y mantenerse al día respecto a tendencias de la historiografía mundial con las que en la Isla se tenía escaso contacto, y por más que le ocupaba buena parte de su tiempo, siempre le dejaba margen para investigar en los archivos y en la Biblioteca Nacional, de cuya Sala Cubana se hizo visita asidua a la caída de la tarde; allí consultaba fuentes, encontraba interlocutores y obtenía colaboración. 
 

Los valores de El ingenio trascendieron ampliamente las fronteras nacionales. En América Latina y el Caribe, donde sociólogos, historiadores y economistas debatían sobre las raíces del subdesarrollo y ponderaban los efectos de la dependencia, aquel estudio de la plantación cubana que entrelazaba con toda maestría evidencias históricas y reflexiones teóricas, produjo un verdadero deslumbramiento. El libro de Moreno se irguió muy pronto en uno de los pilares de la "nueva historia" que por entonces comenzaba a escribirse en la región. En 1976, la edición de una versión en inglés, en los Estados Unidos, ofreció a The Sugarmill acceso a un escenario cardinal para los estudios sobre la esclavitud y la plantación. En ese medio académico, entonces en plena ebullición por la polémica que suscitaran las tesis de la New Economic History, la monografía cubana se convirtió en referencia obligada y recurso invaluable para cualquier análisis comparativo. Como testimonio de ese reconocimiento, en 1982 la American Historical Association otorgaría a Moreno el premio Clarence H. Haring por la excelencia de su libro. 
 

Claro que de tanto andar el caballo terminan por vérsele las mataduras. El ingenio como cualquier obra trascendente, también pasó por el tamiz de la crítica. Algunos especialistas consideraron excesiva la tesis de Moreno acerca de un "límite tecnológico" a la esclavitud, proposición unilateral que no solo desconocía las múltiples evidencias en sentido contrario, sino que tendía a validar el criterio racista acerca de la incapacidad del esclavo negro para asimilar la técnica. Esa aplicación mecánica de la clásica correlación marxista "fuerzas productivas-relaciones de producción", más perceptible aún en trabajos menores como "Desgarramiento azucarero e integración nacional" (1970), propendía además a la esquematización del proceso histórico, pues excluía a otros factores que, como la propia resistencia esclava, desempeñaron un papel fundamental en la desaparición de la "odiosa institución". Particularmente en el contexto historiográfico cubano, algunas voces alertarían contra una incontrolada generalización de las conclusiones de El ingenio, pues ni la diversa historia del país podía explicarse solo a partir del azúcar, ni las características de la plantación occidental estudiada por Moreno se reproducían de manera invariable en otras regiones del país. 
 

La publicación, en 1978, de la versión definitiva —en tres tomos— de El ingenio, en cierto modo culmina un ciclo en la trayectoria intelectual de Moreno Fraginals. Si se revisa con cuidado la bibliografía de este autor, puede apreciarse cómo en el tronco de sus preocupaciones fundamentales habían comenzado a brotar importantes ramificaciones. A inicios de los años 70, el historiador concluye su labor en Comercio Exterior y, aquejado de una grave dolencia ocular, es nombrado asesor del Consejo Nacional de Cultura. Se trataba de un desempeño bastante formal, hasta tanto superase la enfermedad, pero su posterior designación como profesor del recién creado Instituto Superior de Arte (ISA) propiciaría una expansión —mejor quizá, el retorno— de sus indagaciones hacia el ámbito cultural. Al desarrollo de esta línea de trabajo coadyuvó la tarea confiada por la UNESCO de coordinar un libro sobre la presencia cultural africana en América Latina, obra publicada en 1977, en la que Moreno plasmó además una importante contribución personal: su penetrante ensayo "Aportes culturales y deculturación". Enjundiosa indagación de la esclavitud negra como fenómeno cultural, en este texto el autor incorpora el análisis de la esclavitud urbana a su experiencia previa sobre la plantación, lo cual le permite establecer las consecuencias de las relaciones esclavistas en los distintos dominios de la vida, imagen enriquecedora que, sin embargo, adolece de cierto esquematismo en sus consideraciones sobre la esfera familiar. 
 

En el espacio inmenso de la historia cultural, Moreno no era ciertamente un advenedizo. Entre sus vastas lecturas —al igual que en su memoria—, la poesía ocupaba un lugar muy notable. Lo deleitaban las más variadas expresiones musicales y podía hablar con propiedad tanto de Bartók como del son montuno o el último disco de los Beatles. Tenía sensibilidad para la plástica y, junto a todo ello, un rico caudal de vivencias de oficios distintos, paisajes diversos y múltiples personalidades. Sus relaciones con artistas y escritores, desde un Odilio Urfé hasta un José Lezama Lima, le proporcionaron imágenes muy directas de las singularidades y secretos de disímiles esferas de la creación. El vínculo con Lezama resulta, en ese sentido, revelador. Anudado a principios de los años cuarenta, cuando el historiador era todavía un estudiante universitario, esa amistad se alimentó de constantes diálogos y fue extendiéndose a otros miembros de la revista Orígenes. En la década de los setenta, cuando una nefasta política cultural trocó en aislamiento el proverbial recogimiento del poeta, la amistad de Moreno, su visita frecuente a la casa de Trocadero, los paseos en común, representaron una fresca brisa, un muy especial aliento que la viuda de Lezama agradecería solicitando al historiador el prólogo para la edición póstuma de Oppiano Licario, la novela inconclusa del fundador de Orígenes. Ese breve texto, también recogido en esta compilación, constituye no sólo el singular testimonio de una amistad, sino también una evidencia palmaria de cuán perceptivo era su autor respecto a los significados culturales. 
 

Como parte de las labores en el ISA, Moreno concibió uno de sus proyectos más ambiciosos: escribir una Historia de la Cultura Cubana. Para llevar a cabo la investigación, constituyó un pequeño e informal equipo de colaboradores en el que participaban otros profesores de esa institución y algunos jóvenes historiadores. Las bases de aquel diseño, plasmadas en su trabajo "Hacia una historia de la cultura cubana", apuntaban a una historia social de los procesos culturales que se apartaba tanto de la tradicional concepción que hacía de este género historiográfico una amalgama de las "bellas artes", como de esa suerte de circulo vicioso analítico que se crea al explicar "la literatura a partir de otros antecedentes literarios, y a los músicos y pintores por otros músicos y pintores precedentes". Con el aval de su extraordinaria experiencia historiográfica, Moreno se proponía trascender la frontera excluyente de la cultura hegemónica para aprehender los sentimientos, las creaciones y el modo de vida de los dominados. 
 

Pero el historiador ya estaba pagando el precio de la fama. Un año tras otro —y a menudo varias veces en el mismo año— cumplía invitaciones no sólo a congresos o reuniones de corta duración, sino también a impartir cursos en universidades latinoamericanas, españolas y norteamericanas. Esos andares le proporcionaban, por supuesto, información de primera mano sobre los progresos en el universo historiográfico. Sus visitas a los Estados Unidos, en particular, reportaron un importante beneficio adicional, pues contribuyeron a estrechar lazos académicos por encima del enfrentamiento político que separaba y aún separa a Cuba de ese país. Mas los viajes tenían otra consecuencia muy de lamentar: la fragmentación del tiempo, tan nociva para la realización de cualquier proyecto a largo plazo. 
 

De aquel empeño historiográfico cultural se obtendrían, no obstante, apreciables frutos. La "Historia" como tal no pasaría de cuatro o cinco capítulos mimeografiados, en realidad versiones de conferencias dictadas en su curso del ISA que Moreno sabría aprovechar en trabajos posteriores. De esa labor y de las preocupaciones que ella alimentaba, se derivaron además, con plena autonomía, diversos textos incluidos en este libro; algunos inéditos como "Reflexión sobre el espejo" y otros dispersos en las páginas de distintas revistas, como El conde Alarcos y la crisis de la oligarquía criolla", "El precio de la cultura" y "Hacia una filosofía, un lenguaje y un arte imperial", artículo este último que Manolo consideraba —creo que con razón— su más acabada realización en el terreno de la historia de la cultura. 
 

Ámbito por excelencia de los problemas relativos a la plantación y la esclavitud, el Caribe constituyó un territorio de expansión natural para las reflexiones del autor de El ingenio. Con esas sociedades creadas por la plantación y fragmentadas por el colonialismo, Moreno había establecido una relación física, poblada de vivencias que allanaban el camino para la comprensión de una realidad histórica caracterizada por lo intrincado de sus procesos y las similitudes engañosas. Su concepto de la plantación como un negocio cuyas necesidades modelan una determinada sociedad, ofrece claves muy sugerentes para comprender ciertas peculiaridades estructurales de las sociedades caribeñas —sobre todo las no hispánicas—, así como la naturaleza de las relaciones sociales, étnicas y culturales a escala regional. Como bien lo advierte en su admirable síntesis "Tres tristes plantaciones", el historiador cubano tenía además muy en cuenta las diferencias temporales y las particularidades espaciales que pueden apreciarse en la evolución regional. A profundizar en los orígenes coloniales de tal diversidad, dedica otro texto —presumiblemente inédito, que presentamos en esta Órbita: "Explotación/ deculturación. Ensayo de interpretación del Caribe insular", a todas luces parte inicial de algún cancelado proyecto mayor. 
 

Las inquietudes caribeñas de Moreno alentaron varias reuniones y proyectos editoriales, entre los que cabe destacar la conferencia sobre la transición de la esclavitud al trabajo libre en el Caribe hispánico, que en unión del profesor norteamericano Stanley Engerman y el dominicano Frank Moya Pons, organiza en Santo Domingo en 1981. La colaboración —que Engerman recuerda como muy enriquecedora— se prolongaría en la posterior edición de las ponencias, publicadas en 1985 bajo el título Between Slavery and Free Labor: The Spanish-Speaking Caribbean in the Nineteenth Century, por la editorial de la Johns Hopkins University. A ese libro Moreno aportaría un texto, "Plantaciones en el Caribe: el caso Cuba-Puerto Rico-Santo Domingo", que resulta quizás uno de los más vigorosos corolarios de El ingenio. Prolongación en el espacio, pues su reflexión abarca las tres Antillas hispanas, pero también en el tiempo, ya que la comparación con República Dominicana, donde la producción de azúcar viene a renacer en el último tercio del siglo XIX, exigió un avance temporal, justamente a partir del momento en que finalizaba la "obra mayor". En aquellas páginas, el foco de atención se desplaza por tanto hacia otros problemas: la descomposición/ abolición de la esclavitud y las formas de trabajo "libre" a las que dará paso, así como la propia transformación de la plantación en un moderno complejo agroindustrial capitalista bajo la creciente hegemonía del capital norteamericano. Este asunto, en un texto algo más amplio y cuidadosamente terminado, constituye el aporte de Moreno a la vasta Historia de América Latina que el historiador inglés Leslie Bethell coordinó para la editorial de la Universidad de Cambridge. De su versión española, publicada en 1991, reproducimos aquí un fragmento. 
 

La "expansión caribeña" del historiador cubano atestigua, por otra parte, la vitalidad de las inquietudes que habían sustentado la indagación de El ingenio, manifiesta igualmente en algunos pequeños textos que pueden considerarse complementarios de su cardinal análisis sobre la plantación esclavista, como "Manuel de Angola" o "El token azucarero cubano", evidencia este último de la excepcional capacidad de Moreno para captar la trascendencia social de un acontecimiento económico, como lo expresa con notable agudeza la relación que establece entre la escasez de circulante y el consumo de aguardiente por los esclavos. Otro de esos textos, "Peculiaridades de la esclavitud en Cuba", toda una joyita en su género, realiza una rápida revisión de las características de la esclavitud en el siglo XVII1, para adelantar en cinco concentradas conclusiones, propuestas que pueden dar pie a todo un programa de investigaciones. 
Durante los años ochenta, en el quehacer historiográfico de Moreno gana espacio un tema, en modo alguno inédito, pero que finalmente adquiere entidad propia: las relaciones cubano-españolas. No creo arriesgado afirmar que España ocupaba un lugar muy especial en el corazón del historiador cubano, desbrozado seguramente durante su estancia en la Península a finales de los años cuarenta, pero acrecentado por reiteradas visitas posteriores y consolidado finalmente tras la desaparición del franquismo, cuando en la España democrática fue invitado frecuente de varias instituciones académicas y participe de importantes proyectos culturales. Sin embargo, el especial afecto de Moreno hacia lo español se asentaba también en sólidas convicciones históricas. En su muy incisivo ensayo "La historia como arma", una de las críticas más acerbas la dedica precisamente al antiespañolismo, sentimiento que, a su modo de ver, había sido utilizado en la historiografía cubana para escamotear las genuinas contradicciones de nuestro proceso histórico. 
Consecuentemente con ese criterio, en sus reiteradas y diversas consideraciones sobre los vínculos entre Cuba y su metrópoli colonial no falta el sentido crítico, pero los juicios jamás evidencian animosidad. 
 

Las interpretaciones de Moreno en torno a los nexos hispano-cubanos se despliegan a partir de ciertas proposiciones fundamentales. Una de ellas es el carácter anómalo de la relación colonial: durante los primeros siglos, Cuba, por su importancia estratégica, más que explotada resultó sostenida por la metrópoli —a partir del Tesoro mexicano, claro está—; después, cuando la economía insular se desarrolla, el retraso económico español impide articular una relación colonial "moderna" —a lo británico—, por lo cual la Península no consigue ejercer una plena condición metropolitana. Esta tesis, que a partir del segundo tomo de El ingenio irá mostrando distintas facetas,[3]se articula con otra, relativa al singular alcance de la presencia española en Cuba gracias a una corriente migratoria continua y nutrida que se fue asimilando sin mayores dificultades en la sociedad insular. Al estudio del fenómeno migratorio, muy estimulado por las conmemoraciones en torno al Quinto Centenario, hizo nuestro insigne historiador significativas contribuciones. Una consiste en el análisis de los componentes regionales de la inmigración hispana en Cuba a mediados del siglo XIX; la otra, bastante más original y trascendente, proviene de un libro, Guerra, migración y muerte (el ejército español en Cuba como vía migratoria), redactado en colaboración con su hijo José Joaquín, y que, por razones comprensibles, sólo se ha podido recoger aquí de manera fragmentaria. En esta obra Moreno investiga la migración desde un ángulo muy poco frecuente: el de los contingentes militares, que en el caso cubano tuvieron, sin embargo, un peso considerable. Para llevarla a cabo utilizó una variedad de fuentes, desde las Guías de Forasteros y manuscritos del Archivo Nacional de Cuba y el Servicio Histórico Militar madrileño, hasta registros de pasajeros y libros de enterramientos, recursos que le permitieron documentar no solo la cuantía y frecuencia de los contingentes que cruzaron el Atlántico, sino también ofrecer un acercamiento a la mortalidad ocasionada por las guerras independentistas en las filas del ejército español.
 

No obstante, el mayor aporte de Moreno Fraginals al conocimiento de las relaciones hispano-cubanas sería su libro Cuba / España, España / Cuba: historia común, editado en Barcelona en 1995. Esta obra, cuyo título se inspiraba en los ciclos de conferencias del Aula de Cultura Iberoamericana de La Habana —empeño intelectual que él promoviera, junto a la profesora Carmen Almodóvar—, no tiene realmente por objeto específico los nexos cubano-españoles, sino constituye más bien una síntesis de la historia de Cuba durante el período colonial, circunstancia que hasta cierto punto justifica la particular atención con que se examinan las relaciones entre la Isla y su metrópoli. El papel del español en Cuba tanto de las personalidades gobernantes, como del hombre común, se analiza en esa obra con especial cuidado, como corresponde a un "actor social" que desempeñó un papel determinante en la formación de la realidad histórica que es Cuba. Fue esa, sin duda, una relación plagada de conflictos, y el historiador no los olvida, como tampoco pasa por alto las arbitrariedades y crímenes de las autoridades coloniales. Pero tratándose de un libro destinado en primera instancia al lector español, se inclina hacia el "lado bueno" e insiste en destacar cómo esos antagonismos —a diferencia de lo ocurrido en otras naciones hispanoamericanas habían conseguido enconar la natural afinidad entre cubanos y peninsulares. Tal benevolencia, hasta cierto punto comprensible, llega sin embargo a un extremo inaceptable cuando, apoyado en su antigua tesis sobre la anomalía de la relación colonial, califica como "guerra civil" la cruenta contienda independentista librada por Cuba en el último tercio del siglo XIX. Moreno asimila de tal suerte un criterio ya sustentado por algunos historiadores españoles respecto a las guerras independentistas de la América continental que resulta tanto o más insostenible en el caso cubano, donde una proporción considerable del pueblo —y la mayoría, por cierto, de los combatientes independentistas— tenía un origen total o parcialmente africano. 
 

De cualquier manera, Cuba / España, España / Cuba... no es una historia cubano-española, sino la personal visión de Moreno sobre un vasto período de la evolución de su país. Escrito como culminación de una prolongada y brillante trayectoria profesional, este libro ofrece, junto a preciosos datos acumulados a lo largo de años de indagaciones, los resultados de una profunda meditación sobre el desenvolvimiento histórico de su patria, con lo cual no solo clarifica algunos problemas cardinales, sino que indica prometedoras pistas a la investigación. Concebida con persistente afán totalizador —en medio del "desmigajamiento" de la historiografía mundial—, esta suerte de síntesis ensayística contiene trascendentes aportes a la comprensión del pasado cubano —su revelador análisis de la condición del negro en la sociedad insular durante los siglos XVII y XVIII, por ejemplo—, por más que su abarcador propósito, unido a la brevedad de sus páginas, dejen margen a una que otra inexactitud. La realización de este libro atraviesa, sin embargo, por una circunstancia que se hace indispensable advertir: un año antes de su publicación, el historiador resolvió irse de Cuba, en abierto desacuerdo con la Revolución. Aunque la elaboración de esta obra, e incluso buena parte de su escritura, precedió a esa ruptura, ella se deja sentir no sólo en ciertos pasajes deplorables de su prólogo, sino en páginas donde el autor se aparta, y hasta se desdice, de criterios durante mucho tiempo sustentados. 
 

Fueron seguramente diversos —afectivos, ideológicos, materiales— los factores que impulsaron al historiador a dar semejante viraje. Especular sobre su proceder carece de sentido. Baste con reconocer que a los 75 años, semejante decisión debe haberle sido tan difícil como desgarradora. La mudanza en las apreciaciones históricas constituye, por supuesto, un acto legítimo, como también puede serlo el cambio de conducta política, pero por más profundas que fuesen sus discrepancias, resulta incomprensible que Moreno no encontrase otra opción que la de irse a Miami para terminar comulgando con posiciones que había censurado a lo largo de toda su obra. 
 

A una edad avanzada, cuando por la acción de los años el vigor inevitablemente disminuye, ni siquiera una personalidad tan animosa como la de Moreno Fraginals podía adelantar empresas intelectuales de envergadura. En esa etapa final de la vida, sus realizaciones historiográficas consistieron en textos relativamente breves, dos de los cuales se recogen en este libro. El primero, "La introducción de la caña de azúcar y las técnicas árabes de producción azucarera en América", obedeció a un encargo de la UNESCO que le hizo retomar uno de sus temas más queridos para exhibir así, una vez más, su reconocida maestría. El otro, dedicado a la Guerra Hispano-Cubano-Americana, es probablemente el último trabajo histórico de su autoría y lo elaboró —ya casi ciego— para un seminario celebrado en la Universidad de Salamanca a finales de 1999. De su pluma salieron también en esos últimos años algunos artículos políticos, en los cuales el efectismo del publicitario por lo general sustituía al juicio ponderado del historiador, textos que por su naturaleza —y escasa valía— no tienen cabida en esta selección. 
 

Como historiador, no fue Moreno Fraginals un "constructor de discursos" al estilo de Ramiro Guerra o un sistematizador de conocimientos como Julio Le Riverend, sino sobre todo un innovador, condición palpable tanto en los métodos utilizados —su creativo marxismo, la introducción del análisis cuantitativo, el amplio e integrador concepto de lo social—, como en las fuentes que trajo al laboratorio historiográfico y en la audacia estilística de que hacía gala su prosa formidable. La peculiar naturaleza de esa historiografía, el perenne cuestionamiento que la caracteriza, la propuesta a veces rotunda de sus hipótesis, sus calificativos de tono irreverente, harán que la obra de Moreno ofrezca por mucho tiempo materia para la controversia, única manera de mantenerla viva. Para dar firme asidero a ese debate se ha hecho esta Órbita, no por los criterios que su presentación expresa —y que el lector debe cuidarse de dar por buenos—, sino por los juicios que cada cual podrá formarse tras la lectura de los textos que siguen. 
 

Por último, Moreno gustaba decir que toda investigación era una obra de colaboración. Esta compilación no ha sido propiamente una empresa investigativa, pero es deudora de múltiples ayudas: de quien nos facilitó un texto huidizo, de algún amigo que lo fotocopió, de otro que tradujo un importante fragmento o del que "bajó" de la red un artículo fuera de nuestro alcance, sin pasar por alto a la eficiente transcriptora de los originales —que recibió en disímiles formatos y "soportes"— o la decisiva contribución de quien tuvo la feliz iniciativa de proponer esta Órbita y, todavía más, de encargarse de su edición. Mencionar a todos mis "acreedores" sería aventurado, pero omitir a uno constituiría una flagrante injusticia: sin el apoyo irrestricto y desinteresado de Beatriz Moreno Masó, este libro de su padre nunca hubiese visto la luz. 
 

La Habana, noviembre de 2009
 

Notas
 

* Publicado originalmente en Órbita de Manuel Moreno Fraginals, Selección y prólogo de Oscar Zanetti Lecuona, La Habana, Ediciones Unión, 2009. Para su reproducción digital nos hemos basado en el texto aparecido en la publicación en línea La Jiribilla. Revista de Cultura Cubana, Año VIII, La Habana, 17 al 23 de abril de 2010, con las correcciones ortográficas, tipográficas y bibliográficas del caso. Cf. http://epoca2.lajiribilla.cu/2010/n467_04/467_05.html.
 

[1]Este artículo se publicaría poco después en un folleto, acompañado de un inventario de la documentación existente sobre Suárez Romero en la Biblioteca Nacional [Véase Manuel Moreno Fraginals: “Anselmo Suárez Romero. 1818-1878” e “Índice de los manuscritos de Anselmo Suárez y Romero que se conservan en la Biblioteca Nacional” en Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 2a. serie, 1 (2): 59-72 y 73-121, feb., [P. Fernández y Cía., La Habana,] 1950.]
[2] De hecho, un trabajo inicial con ese título fue la contribución de Moreno a un libro colectivo, Estudios históricos americanos que, como homenaje a Silvio Zavala, publicó El Colegio de México (México, D.F., [s.n], 1953, pp. 243-273). 
[3] Desde 1983, Moreno Fraginals participó en el comité para el diseño de la Historia General del Caribe patrocinada por la UNESCO y estuvo a cargo de la coordinación de uno de sus tomos. 

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