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ACTOS Y LETRAS
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Año VI / Vol. 24 / enero a marzo de 2022
Un viaje en soliloquio* Julio César Guanche
Acerca de un dossier sobre Cuba de la revista mexicana Nexos
“Cuba es un lugar obligado de la cavilación histórica, política y moral del mundo iberoamericano” dice el editorial con que la revista mexicana Nexos (no. 292, abril 2002) presenta un dossier llamado “Cuba, ay, Cuba”. Según sus editores, la selección de los trabajos quiere ofrecer una visión “desde adentro y desde afuera de la isla” sobre la realidad política del país. La convergencia en sus páginas de “cuba- nos que viven y escriben en Cuba; cubanos que viven y escriben fuera de Cuba y autores no cubanos que llevan a Cuba metida en la cabeza y en el corazón” busca dar consistencia a la idea central que da título al editorial: “Las dos Cubas”.
De acuerdo con el texto, para el mundo intelectual y político iberoamericano Cuba, la nación, son dos territorios a un tiempo: el del sueño y el de la realidad. “La Cuba del arranque y la Cuba del aterrizaje de la Revolución”. Una Cuba “vive encerrada en el mundo de la fantasía y sigue celebrando logros históricos imaginarios” y otra Cuba “está encerrada en el mundo de la escasez y la opresión, el mundo de su realidad” (p. 24).
Nexos no incorpora un discurso demasiado original al recurrir a la confrontación binaria. No obstante, el discurso de bueno y malo, ilusión y realidad, aunque muy desprestigiado, puede conservar aún cierta capacidad explicativa. Para las letras españolas, por ejemplo, después de la decadencia es muy importante la consideración dicotómica de aquel país. Si Antonio Machado le cantó a las dos Españas, la “de charanga y pandereta, cerrado y sacristía” y la “del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza” y Larra escribió el epitafio: “Aquí yace media España: murió de la otra media”, quizás la matriz sirva para explicar otras dualidades [1].
No obstante, la Cuba de “la realidad”, “la de la opresión y la miseria”, deviene un archipiélago mayor en las páginas de Nexos, mientras que la Cuba “de la ilusión”, “la de los logros imaginarios”, es solo un pequeño islote en medio de la imaginación. Los editores de la revista encontraron un solo autor para dar voz “al mito”, mientras once respondieron a su convocatoria para dar cuenta de “la realidad”. Cuarenta páginas se dedican a la “circunstancia factual”, mientras cuatro deben sostener “la quimera” y completar el cuadro de la isla total.
El pensamiento democrático acuñó desde hace mucho la certeza de que cualquier idea excluida de la discusión termina convertida en dogma. Con su proceder “cuantitativo”, Nexos sustrae de la discusión ideas diferentes acerca de “la realidad” cubana. Esta es únicamente su discurso.
Más que una visión de Cuba desde dentro y fuera de la isla, el dossier de Nexos es la recreación puntual de varios enunciados: la naturaleza totalitaria del régimen cubano, el caos económico generado por el socialismo, la represión a que se ve sometida la ciudadanía, el camino hacia la transición, la condición de satélite de la Isla respecto a la URSS, entre otras ideas hace tiempo distribuidas por los discursos contrarios a la Revolución Cubana, señaladamente los producidos por Washington y Miami. En su concepción, la idea de “Cuba, ay, Cuba”, renuncia desde el inicio a cualquier posibilidad de brindar al menos dos visiones. La elección del “lamento”, de la “lástima ante la desdicha cubana”, como enfoque del dossier obstruye la intención, si la hubo, de examinar en profundidad y equilibrio la Cuba de adentro. Optar únicamente por dos autores residentes en la isla, excluir de la convocatoria a otros muchos intelectuales cubanos y extranjeros (varios de ellos mexicanos) que también “llevan a Cuba en la cabeza y en el corazón” y apostar sin remordimientos por la falta de diversidad de perspectivas sobre Cuba, garantiza la unilateralidad del análisis pero no la entera legibilidad del tema. El reto de la revista termina trastocado en un largo soliloquio, en el viejo monólogo de la negación. La conclusión de Nexos es simple: “En Cuba imperan la privación económica y la opresión política. Una dictadura cuarentenaria gobierna a su pueblo del más inapelable de los modos” (p. 24). Ciertamente, el pueblo cubano debe haber cambiado mucho para aceptar ahora ser sometido políticamente de modo “inapelable”, como denuncia Nexos. En el siglo XIX ese pueblo dio tres guerras para sacudirse la dominación de la España que había prometido gastar “hasta el último hombre y la última peseta” con tal de mantener el control sobre la isla. A inicios del XX dio otra batalla contra la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Luego obligó a irse del país a dos dictadores, a través de sendas revoluciones, sin contar las varias “guerritas” y movimientos que animaron a muchos cubanos contra la política realmente existente. Quiere decir, desde 1821 los habitantes de este país se fueron alzando contra “su realidad”. Las razones del “cambio” que determinan la actual “capacidad de aguante” de los cubanos, difícilmente pueden encontrarse en enfoques como los de la revista mexicana.
La ilusión según Nexos
La Cuba de la ilusión es aquella sostenida por una izquierda impertérrita ante los cambios. Con pasión de anticuario, esa izquierda es capaz de anunciar que Cuba es todavía una esperanza. Darcy Ribeiro, por ejemplo, escribió que la isla demostraba la viabilidad del Tercer Mundo. Al parecer, el autor de El proceso civilizatorio desconocía la realidad que hace aseverar a Marifeli Pérez-Stable: “La cúspide cubana nunca le ha concedido al bienestar material de los mortales una sostenida y debida prioridad” (p. 43). No obstante, a la autora, que tiene estudios importantes sobre la historia de Cuba, se le escapa que la economía cubana creció un 4,3% promedio anual entre 1959 y 1989 y la productividad bruta del trabajo entre 1960 y 1988 lo hizo a un 2,6% anual [2] y que la recuperación económica posterior a 1995, con todo y su lentitud, es bastante singular en el contexto de la economía latinoamericana.
“En cuestiones de fe, la realidad es secundaria”, asegura el editorial de Nexos y lleva razón al afirmarlo. Tan secundaria que parece no existir. La fe no necesita pruebas. Para el conjunto de los trabajos del dossier, esos datos, o son la retórica del discurso oficial cubano (donde la simple mención de la palabra “oficial” pareciera bastar para refutar cualquier cosa) o son consecuencia del “subsidio soviético”.
Los textos de Jesús Díaz y Rafael Rojas son ejemplares en este punto. Una historia de treinta años, y una condición geopolítica sumamente compleja, es reducida a la rational choice de Fidel Castro de “desvincular a su país de la esfera de influencias norteamericana y vincularlo a la esfera de influencias soviética” (pp. 26 y 34). Fidel Castro terminaría optando, según esa línea de pensamiento, por entregarse a la URSS ante el cúmulo de alternativas que se abrían ante su país después de que los Estados Unidos redujeran en junio de 1960 la cuota de importación de azúcar cubano en un 95%, prohibieran la venta de petróleo a Cuba y comenzaran todo tipo de presiones económicas, militares y diplomáticas contra la isla.
Maquiavelo volvía a tener razón: un pequeño país en el medio de dos potencias, termina alineándose con una de las dos. Más, lo que se pensaba privativo de los manuales del Diamat está muy arraigado en muchos hábitos de pensamiento: si la historia no es una marcha triunfal, indetenible, hacia el socialismo, tampoco debe serlo hacia ningún otro destino. La pretensión de certificar la dependencia cubana a la URSS hace de la historia de Cuba un camino asfaltado hacia el CAME y a la subordinación al imperio socialista, obviando las contradicciones, las paradojas, los conflictos que la historia interna de esa relación generó para los cubanos. Cuba ingresó al CAME más de una década después del triunfo revolucionario y nunca firmó el Pacto de Varsovia. El Salón de Mayo, el Congreso Cultural de La Habana, Pensamiento Crítico, las ediciones de Marcuse, Horkheimer, Solzhenitsin, Thomas y Heinrich Mann, Proust, Kafka, Marcel Schwob, Trotski, I. Deutscher, Althuser nada tenían que ver con la ideología soviética de la era posleniniana, como tampoco las intervenciones de Fidel Castro de octubre de 1975 en el primer Congreso del Partido Comunista, ni la del Che Guevara en 1965 en Argel. Cuando los tanques soviéticos detuvieron la primavera de Praga, Fidel Castro preguntó: ¿y los tanques del Pacto de Varsovia van a defender a Corea? ¿Y van a defender a Viet Nam? ¿Y van a defender a Cuba? Era una acusación explícita a lo que estaba pasando en Viet Nam, pero nadie lo recuerda. Poco más de una década más tarde los soviéticos anunciaron que no intervendrían en un conflicto militar que afectase a Cuba. La historia de las relaciones Cuba-URSS nunca respondió a la lógica lineal de metrópoli todopoderosa-colonia servil que dibuja en su texto Jesús Díaz. Para más, Cuba nunca fue una colonia “normal”. Moreno Fraginals recuerda que la isla, “siendo España la dueña de aquí”, no era una colonia en “ninguno de los sentidos en que entendemos el término colonia”. Desde fina- les del siglo XVIII, Cuba reexportaba libremente a donde quería y en los barcos que quería —no en barcos españoles. El azúcar cubana no se refinaba en España y no era reexportada desde España. Algo más importante aún, el azúcar no era español. Casi el 90% de los centrales azucareros a finales del XVIII y principios del XIX estaban en manos de criollos, no de españoles. [3]. Las relaciones económicas establecidas por Cuba y la URSS, imprescindibles para alcanzar grados de desarrollo en áreas muy diferentes, no llegaron a constituirse en una estrategia de desarrollo sostenible para Cuba. Con todo, el convenio con la URSS de 1960, vital para la sobrevivencia inicial, no era nada extraordinario en la política económica de la Unión Soviética hacia los países del Tercer Mundo. Las condiciones usuales de los créditos soviéticos se repitieron en el caso cubano: plazo de 12 años, intereses al 2% anual y pago en mercancías producidas por el país receptor. Entre 1954 y 1966, los soviéticos entregaron créditos a Afganistán, India, Indonesia, Irán, Siria, Egipto, Turquía y Yemen, superiores en todos los casos a los cien millones otorgados a Cuba. No obstante, y a pesar de contar con el apoyo soviético, la isla continuó buscando créditos en Europa. Los bancos occidentales se negaron y solo encontró respuesta positiva en algunos países de la Europa Oriental [4]. (Carmelo Mesa-Lago calculó que si Cuba hubiese vendido su azúcar a los Estados Unidos, sobre la base de los precios preferenciales y las cuotas otorgados por los Estados Unidos para la importación de azúcar en su territorio, Cuba habría ganado 399 millones de dólares más que vendiendo su azúcar a la URSS [5].)
La isla no tuvo en sus manos la “elección” del socialismo. Los Estados Unidos comenzaron a hostigar la revolución antes de declararse socialista y carecían de toda proporcionalidad las fuerzas de los contendientes. (Esa disparidad, por lo que entrañaba en cuanto a peligro sobre Cuba y sus habitantes, justificaría en rigor “hasta” el acto de entregarse de bruces al comunismo, el “gran culpable” de la guerra fría.) El hecho es que Cuba tuvo en la opción por el socialismo la única alternativa viable, como afirma Fernando Martínez Heredia, para poder acumular la cantidad y el tipo de fuerza, las actitudes y la consecuencia imprescindibles para impedir la derrota revolucionaria y para triunfar en un plano general.
Las expectativas que hacía despertar en el conjunto de América Latina el contexto de los primeros sesenta, quedaron incumplidas en breve lapso. La gesta del Che en Bolivia no anticipó la revolución argentina, los líderes revolucionarios brasileños fueron tempranamente asesinados; la Revolución venezolana, los tupamaros, el experimento de la Unidad Popular en Chile, el régimen de Velazco Alvarado no consiguieron abrir el espacio de una alternativa propiamente latinoamericana. Más allá del continente, la guerra de Viet Nam, el septiembre negro de Jordania, el régimen de los coroneles en Grecia, la toma del poder del khmer- rouge en Camboya, la agonía del franquismo español, los atentados fascistas en Italia convulsionaban el panorama político. En esa circunstancia, a la altura de los 70, a Cuba le fue imposible mantener una posición suficientemente autónoma en el orden económico internacional y canalizó sus relaciones políticas y económicas con el campo socialista, que llegaron a ser muy profundas en diversas áreas, aunque la ayuda cubana a los movimientos de liberación nacional, su no alineamiento y la posición ante la guerra de Viet Nam mantuvieran distancia de las posiciones políticas soviéticas.
Ahora, desconocer este contexto y presentar la relación con la Unión Soviética como una “elección”, cuya responsabilidad es únicamente imputable a Fidel Castro, es más que una escandalosa simpleza. La elementalidad del argumento es equiparable solo a aquel memorando de 21 de febrero de 1961, en que la CIA explicaba las razones de la alianza de Cuba a la Unión Soviética: tal unión no era una consecuencia de la política y acción de los Estados Unidos de América, “sino de la personalidad psicótica de Castro”. Acusar a Cuba de conservar “el enclave colonial de Lourdes”, diez años después de la implosión del imperio soviético, es solo un medio de desviar la atención del asunto principal: por qué Cuba no se vino abajo y sobrevive al derrumbe soviético, a las denuncias de preparar guerras biológicas e informáticas y a la retirada rusa de Lourdes. La Revolución de 1959 tuvo sus raíces en la sociedad civil cubana y no en las resoluciones de la Internacional Comunista. Para defender su sobrevivencia debió vincularse al bloque de la URSS, con todos sus vicios, pero también con toda la cobertura que brindaba para evitar la cruenta inserción en el sistema del mercado mundial. Mas, la hecatombe que se desencadenó en Europa del Este y arrastró consigo los socialismos reales no pudo atravesar el Atlántico. La acumulación de las prácticas sociales, de los valores, de los sentidos, que la revolución generó han sido un muro de contención hasta la fecha infranqueable [6]. A pesar de perder el 85% de su comercio exterior y más de la mitad de su Producto Interno Bruto, Cuba pudo salir del duro, muy duro atolladero, salvaguardar las bases de su proyecto social y conservar su independencia. Las condiciones en que lo hizo fueron críticas, la economía y las personas sufrieron escaseces de todo tipo, pero el dato no debería sorprender a quien diga conocer el contexto latinoamericano. Entre 1987 y 1998, lapso que coincide con las reformas liberalizantes, el porcentaje de latinoamericanos que vivían con menos de un dólar diario aumentó de 22% a 23,5% y pasó de 91 a 110 millones de personas. (Por cierto, la población de diez Cubas.) En 1999 solo Perú, México y la isla tuvieron algún crecimiento económico. El resto de las economías del continente, o se estancaron, o retrocedieron. Los noventa sumaron otra década perdida para el continente, pero es la crisis cubana la que recibe una publicidad ilimitada, nunca situada en un contexto general, como si la isla fuera en sí misma una galaxia, exótica respecto a este mundo. Wolfensohn, al frente del Banco Mundial, decía en 1999: “Tenemos un mundo de 5,8 mil millones de personas, 3 mil millones viven con menos de dos dólares. Aproximadamente 2 mil millones no tienen acceso a ninguna forma de poder.” Aun así, cada balsero cubano recibe puntualmente sus quince minutos de fama por “huir de la tragedia castrista”. Ciertamente, cerca de un millón de personas ha emigrado de Cuba en estos 40 años, pero no es menos cierto que esa cifra es superada por quienes han dejado atrás —en igual lapso— las costas de República Dominicana, con una población menor que la cubana y sin contar con políticas promotoras de la emigración al estilo de la Ley de Ajuste Cubano de 1966 [7]. Si Cuba hubiera permanecido con un sistema económico y político parecido al de otros países de América Latina, afirma Lisandro Pérez, “no es difícil especular que los niveles de emigración podrían haber alcanzado —y quizás hasta superado— los de estos últimos cuarenta años” [8].
En todo caso, la pervivencia de Cuba después de la caída soviética sería una rareza en la historia: un régimen colonial que sobrevivió a su metrópoli. El hecho, en realidad, afirma la autenticidad del proceso gestado tras 1959.
La República a través de Nexos
La visión del fracaso cubano necesita una reconstrucción histórica que la legitime. Una lectura reveladora de cómo el predominio de la tendencia radical, socialista y de liberación nacional llevó a Cuba al comunismo totalitario fijado en la Constitución de 1976. Para ello vuelve a obviarse la historia de los sujetos, de los procesos y de las coyunturas cubanas, esto es, la historia de Cuba. El texto de Rafael Rojas, una “cavilación de extraordinaria pertinencia” según las palabras
liminares de la revista, puede servir también como epítome de ese tipo de reconstrucción.
La isla es otro país en el discurso del ensayista, acaso “la tercera Cuba”: la revolución de 1933 triunfó, el antimperialismo no existe en la historia cubana —sino solo un “nacionalismo adversarial”—, el régimen de 1902 fue “poscolonial”, es una ficción la posibilidad de anexar Cuba a los Estados Unidos, Fidel Castro “llegó al poder gracias, entre otras cosas, al apoyo de Estados Unidos, potencia que impuso un embargo de armas a la dictadura que él combatía”, y el desencuentro entre la política y los intelectuales republicanos estuvo motivado “por el hecho de que entre los intelectuales y artistas predominaba una imagen europea de la nación, asociada a un espíritu de alta cultura, mientras que la política intentaba construir un orden republicano, de raíz americana, sobre una ciudadanía multicultural” (p. 28).
El “triunfo” que Rojas atribuye a la revolución de 1933, ¿se referirá al derrocamiento del gobierno provisional de Grau y la imposición por los Estados Unidos de un gobierno de “concentración nacional” en enero del 34? ¿Aludirá al triunfo de la represión desatada por Batista entre 1934 y 1935? ¿Al asesinato de Guiteras y al aplastamiento sangriento de la huelga de marzo del 35? ¿Sería un triunfo revolucionario la promulgación por Batista de los Estatutos Constitucionales de 1934 y 1935? El gran proceso de reformas que culminó en 1940 no fue un triunfo de la revolución sino del reformismo, aliado a fuerzas más conservadoras. Ese cuerpo legal, cúspide de la política republicana, recoge muchas de las aspiraciones del 30 y es impensable sin la Revolución, pero es su canto de cisne, no su triunfo.
La única forma de demostrar que el antimperialismo es un fruto de la historia cubana posterior a 1959, según sostiene Rojas, será prohibir la reedición de los trabajos de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Emilio Roig, Juan Marinello, Ramiro Guerra, Antonio Guiteras o Herminio Portell Vilá, y declarar que jamás se escribieron, olvidar los actos continuos de rechazo al injerencismo, la oposición a la política de explotación de las compañías norteamericanas por parte del movimiento obrero y los eventos estudiantiles en los que se le condenó expresamente.
Para ningún actor político o personalidad pública o intelectual, el régimen cubano posterior a 1902 fue poscolonial. Para muchos ni siquiera fue “neocolonial” sino algo peor: una colonia o un protectorado. Los periódicos La prensa, La lucha —voceros principales de la burguesía— afirmaron que la Enmienda Platt establecía en Cuba un protectorado. Sectores más radicales no hablaron siquiera de protectorado, sino de colonia. Los títulos de libros de la época son bastante literales: De colonia a colonia, La colonia superviva. Leland Jenks en Nuestra Colonia de Cuba cita una decena de autores que en los años veinte clasificaban la realidad cubana como protectorado o como una variante de esa condición: semiprotectorado (Buell), protectorado disfrazado (Adams), soberanía limitada (Culberston) o semisoberanía (Hershey). Décadas más tarde, Robert F. Smith escribió: “cuando las fuerzas norteamericanas se retiraron de Cuba, un cuasi protectorado quedaba establecido por la adición de la Enmienda Platt a la nueva Constitución del país”. Raymond Aron y Alfred Grossen cuando se refieren a la abrogación de la Enmienda Platt afirman que “le había otorgado a los Estados Unidos un cuasi protectorado sobre Cuba” [9].
La posibilidad de anexar Cuba a los Estados Unidos ha sido tan ficticia como lo fue para Puerto Rico y Filipinas. La anexión no fue una ficción para los cien alcaldes municipales que se pronunciaron unánimemente a favor de la independencia en 1902, no lo fue para el Consejo Nacional de Veteranos de las Guerras de Independencia, para la Asociación Nacional de Emigrados Revolucionarios, para dos de los tres partidos creados con vistas a las primeras elecciones republicanas, que nucleaban a la aplastante mayoría de los electores y reclamaban la completa independencia del país. No fue ficticia para los veteranos, los partidos políticos, los periódicos y los dirigentes cívicos que denunciaban la incongruencia de una constituyente libre y soberana, que debía laborar según la imposición del gobernador militar norteamericano. No era una ficción para Hearst y para la enorme campaña anexionista desatada en los Estados Unidos ni para los españoles radicados en Cuba que apoyaban la anexión. No fue una ficción para Wood cuando le escribía al presidente Rooselvelt, refiriéndose a los opositores frontales a la Enmienda Platt: “son los degenerados agitadores de la Convención, encabezados por un negrito nombrado Juan Gualberto Gómez, hombre con una reputación desagradable, tanto moral como políticamente” [10]. La subordinación de Cuba a los Estados Unidos fue denunciada con acritud por plumas de los más variados linajes ideológicos. Don Nicolás Rivero decía en 1908: “aquí existe un amo que, con relación a nosotros todo lo puede, y que, por acción u omisión, es el principal responsable de cuanto ocurre; sin embargo, no cesa de inventar habilidosas comedias en las que aparecemos como dueños absolutos de nuestros destinos, los que apenas si podemos elegir con entera libertad la reina del carnaval.” La anexión reviste hoy formas sutiles, y otras que no lo son tanto. Una Cuba sin independencia y sin poder de negociación, podría caer en un estado de subordinación hacia los Estados Unidos muy parecido a formas anteriores de dominación que nada tuvieron de ficción.
Las causas que llevaron al poder a Fidel Castro en 1959 pueden ser reducidas a la categoría de “otras cosas” solo con un esfuerzo de síntesis como el que realiza Rojas. Que el embargo de armas a Batista contribuyó decisivamente, según se desprende al ser el único elemento mencionado por su nombre, al triunfo de Fidel Castro, es juicio que choca literalmente con hechos conocidos y publicados. Las fuerzas armadas de Batista recibieron armamento moderno hasta entrado el mes de marzo de 1958. Con esas armas, Batista reprimió brutalmente el asalto del Directorio Revolucionario al Palacio Presidencial y la sublevación de la marina el 5 de septiembre en Cienfuegos. Batista lanzó su “ofensiva final” en mayo y ningún soldado acudió desarmado. La correlación de fuerzas siempre favoreció al ejército de Batista, en número de hombres y de armas. Además, si en efecto hubo reducciones en las entregas de armamento, el embargo nunca fue total. El Pentágono buscó fórmulas para violarlo y continuó ofreciendo entrenamiento a las tropas de Batista [11]. Las “otras cosas”, al parecer, incidieron más de lo que Rojas sugiere.
El desencuentro entre la política y los intelectuales más que “a la imagen europea del país” y la “construcción de un orden republicano de raíz americana” podía deberse a algo menos elevado. Marcelo Pogolloti lo definía así: “Las artes y las letras quedaron sepultadas por esa ola de apetitos bajos, de codicias feroces, de nulidades encumbradas, donde los que se habían dado por entero a la producción de una obra de calidad tenían que ceder el paso a los improvisados, beneficiarios de los gobiernos de Batista y Grau San Martín”. “Lo mejor de la cultura cubana moderna”, según Rojas, formada en el lapso republicano se refugió en “políticas nihilistas, que rechazaban las intervenciones cívicas y preferían las jeremiadas de una aristocracia espiritual”. Pero, ¿cuál era el nihilismo de Mañach, Ortiz, Chacón y Calvo o Roa, todos con puestos oficiales —algunos incluso bastante altos— en la política oficial y si no inmersos de alguna manera en la política de la hora? La actitud de los intelectuales cubanos ante la política fue ciertamente inconstante, como corresponde a una política también inconstante, pero no tenía su causa en alguna metodología del nihilismo, sino en la realidad que le hacía expresar a Mañach:
“Este problema de lo social y lo político sigue atenazándome. Por primera vez en mi vida intelectual, he faltado a la vanidad y a mis deberes polémicos dejando sin contestar públicamente la carta de Roa (...) Estoy inconforme con el capitalismo. No le veo salida a Cuba dentro de él. Pero tampoco veo salida del capitalismo en Cuba; y en los Estados Unidos, eso está todavía muy en ‘veremos’. Está muy bien la adhesión teórica, por la inevitabilidad de esa solución al problema del mundo. Pero es que lo de Cuba urge terriblemente, porque no es posible seguir viviendo en esta barbarie sin encanallarse.”
¿Cuál era el nihilismo de Mariano Brull, Regino Pedroso, Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Enrique de la Osa o Mariblanca Sabas Alomá? ¿Cuál era, incluso, el nihilismo de Orígenes, del Lezama que escribía: “Existe entre nosotros otra suerte de política, otra suerte de regir la ciudad de una manera profunda y secreta” y aspiraba a la fundación de un sentido ante la desustanciación republicana? En la célebre polémica, Lezama no le critica a Mañach su participación pública en la República de Platón, sino en la República auténtica, le critica su implicación en la política de la hora. Mañach entró a la ortodoxia y luego celebró el triunfo revolucionario, Lezama hizo lo mismo respecto a esto último. Entonces, ¿el nihilismo era propio de su condición intelectual o tenía otras causas “secretas”? Cuando los editores de la revista de avance quisieron hacer una revista estrictamente cultural, lo hicieron en el criterio de que la actitud política, el deber cívico, era inherente a la acción pública de cada uno de los miembros de su directiva. En 1930 cerraron la revista para no someterse a la censura y para protestar por el encarcelamiento de uno de los editores. ¿Era una actitud nihilista?
El orden republicano, de raíz americana, construido sobre una ciudadanía multicultural, a pesar de ser una imagen tan bella, nunca tuvo la suerte que le confiere Rojas. Nació bajo el signo de la imposición, cuando cumplía 25 años un dictador se prorrogaba en el poder y Varona, desde el más hondo pesimismo, se preguntaba: “¿Nuestra vida política ha sido un progreso? Sí, un encharcamiento progresivo”, se respondía. Al cumplir el cincuentenario otro dictador se prorrogaba manu militari y allanaba a golpes el local de la Universidad del Aire donde Elías Entralgo valoraba el saldo de esos cincuenta años: “La tensión republicana se ha producido entre el libertinaje y el autoritarismo. Libertinaje de 1906 a 1913, autoritarismo de 1913 a 1921, libertinaje de 1921 a 1925, autoritarismo de 1925 a 1933. Libertinaje de 1933 a 1935, autoritarismo de 1935 a 1944, libertinaje de 1944 a 1952 y luego autoritarismo después de 1952” [12]
La República fundada en 1902 no pudo garantizar la independencia, pero gestó el Estado Nación que no podría lograr ni la autonomía ni la anexión. El ideal de un estado nación republicano era una aspiración compartida por casi todos los cubanos. La modernización de ese estado sobrevino en los años 30, cuando Cuba tuvo ante sí nuevamente la posibilidad de la independencia. Si bien esta tampoco se alcanzó después de 1934 con la abrogación de la Enmienda Platt, la saga de la Revolución del treinta produjo una reformulación profunda de la hegemonía capitalista en Cuba. Esa reformulación podría haber alcanzado para acotar el desenlace de la lucha anti-dictatorial contra Batista en 1959, pero fue superada por los hechos. La propaganda contra la Revolución hizo ver una alternativa entre dictadura y libertades civiles que solo existió en un reducido sector social. Otras alternativas calaron con mayor profundidad en la conciencia de las mayorías, como aquella del cartel que preguntaba: este niño, ¿será patriota o traidor?, en respuesta a otro que preguntaba: este niño, ¿será creyente o ateo? El primer plano lo ocupaba, como diría Fernando Martínez, el deber ser patrio, que se asoció al deber ser revolucionario, tanto que a los contrarrevolucionarios se les llamó apátridas [13]. La consigna Revolución sí, elecciones no, tan extendida en los primeros sesenta, echó por tierra la alternativa entre dictadura y democracia. Ninguna de las dos, según se habían conocido hasta ese momento, bastaban para canalizar las energías de un pueblo que tomaba posesión efectiva de su país. La política tenía que ser reinventada en Cuba.
Esa “invención” no podía reproducir la estructura institucional anterior. Más de diez partidos políticos funcionaban legalmente bajo la dictadura batistiana y ninguno evitó “la realidad de opresión política”, que denuncia Nexos para el presente cubano. “Salvo en dos instantes aislados, en vísperas de los comicios para las dos Asambleas Constituyentes legítimas —decía Elías Entralgo en 1952—, nuestros partidos desde la Independencia no se han diferenciado por las ideas, por los programas, por el pensamiento político. La República no les debe una sola idea de estirpe genuinamente cubana.” [14]
Sin embargo, la Revolución de 1959 fue la que interrumpió, según el trabajo de Josep Colomer en Nexos, “un largo y sostenido proceso que había llevado al establecimiento de regímenes democráticos en doce de los veinte países de América Latina, cuando Castro entró en La Habana” (p. 47). Para más, el autor llega a afirmar que la Revolución Cubana “introdujo la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética” en este continente, “lo que condujo a que en los setenta solo quedaran tres países con regímenes democráticos” (p. 47). Quizás hubiera sido oportuno que este autor agregara a su trabajo cuál Revolución Cubana introdujo la guerra fría en Asia, cuando los Estados Unidos se aliaron a las dictaduras de Filipinas, Corea del Sur, Taiwán y Viet Nam del Sur y trabajaron en paralelo para desmontar la democracia en Indonesia, pero no hay referencias a este particular en todo el texto de Colomer. Antes de 1959, los Estados Unidos habían intervenido en Nicaragua, Guatemala, República Dominicana y Haití. Si, como dice el autor de Transiciones estratégicas, Cuba es la causante de los Pinochet, Stroessner, Videla et al, entonces Kafka tendría toda la razón: el mundo no tiene sentido. Fueron los Estados Unidos quienes apoyaron abiertamente esas dictaduras. Kissinger y la Escuela de Las Américas no han dejado de ser noticia.
Por otra parte, el ensayo de Colomer hace un análisis en toda la línea del ejército cubano, describe cómo miembros de las fuerzas armadas ocupan posiciones claves en el gobierno y la economía y señala que ese sector puede ser extremadamente importante en “la transición”. Distingue al ejército cubano del chino y explica cómo no se han tomado las armas contra la ciudadanía (salvo un incidente que costó la vida a tres personas en 1993 y que el autor reconoce fue calificado por el gobierno cubano de “lamentable error”). Al mismo tiempo, reconoce que una “clave potencialmente optimista para el futuro reside, precisamente, en el rechazo egoísta de los altos mandos del ejército a ‘sacar los tanques’ y hacer de ‘malos de la película’”. Pero el análisis de Colomer no logra mucha densidad al estudiar la magnitud del ejército cubano —y su relación con la población y la economía de la isla— ni considera históricamente el legado de los militares en la historia previa a 1959.“Durante mucho tiempo —dice Colomer— el régimen cubano dio prioridad a la defensa nacional para su supervivencia, de modo que construyó comparativamente uno de los ejércitos más grandes del mundo” (p. 45). El autor no abunda en las causas de este dato tan elevado de hombres sobre las armas, ni relaciona ese enorme gasto con el conjunto de la economía cubana. La isla tuvo que construir el ejército capaz de derrotar una invasión norteamericana —nada improbable, como Girón demostró— y que fuese luego capaz de disuadir la constante amenaza militar de los Estados Unidos. Y en realidad debió ser, comparativamente, el ejército más grande del mundo [15]. El pueblo cubano, prácticamente en pleno, se movilizó para participar en la defensa del país. Cientos de miles de ciudadanos dispusieron de armas y aprendieron su manejo. La defensa del país hacia el exterior —que generó luego toda una épica de los servicios de seguridad cubanos, plasmada en la literatura, la televisión, el cine y la música, con las que más de una generación se identificó—, y hacia el interior, que igual desencadenó una literatura épica, llamada de la violencia, que con Norberto Fuentes, Jesús Díaz y Eduardo Heras León encontraba voces nuevas para su expresión, fue un acto elemental de supervivencia que caló en las conciencias, los hábitos y el lenguaje de los cubanos. Para la economía ese gasto fue funesto pero imprescindible. Entre 1962 y 1965 todos los recursos del país se pusieron en función de la defensa. De haber servido ese dinero para la reproducción de la economía, probablemente hubiera sido otro el rumbo de los acontecimientos que desembocaron en la crisis de finales de los sesenta y que la zafra gigantesca del setenta intentó remediar —a pesar de contar con una planta industrial casi obsoleta cuyo molino más moderno databa de 1925. Lo peor es que el gasto militar cubano, que va a la cuenta de los servicios prestados por los Estados Unidos en el campo de la agresión, casi nunca se toma en cuenta para evaluar el desempeño económico actual.
Sin tener enemigo alguno declarado, el ejército cubano de la República, desde 1902 hasta 1952, y sin computar datos no disponibles, costó al país $629 824 283.24. En la actualidad, sin disminuir la amenaza militar sobre la isla, el ejército cubano ha disminuido su número de 300 mil efectivos, según el propio Colomer, a 50 mil y ha reducido su presupuesto desde el 4.5% del PIB al 2%. De lo que gasta, cerca de la mitad es obtenido por vías de autofinanciamiento, sin cargo al presupuesto de la nación. El ejército de la primera y segunda repúblicas intervino, en mayor o menor proporción, en las elecciones generales de 1912, 1916, 1920, 1924 y 1940 y fue el más firme puntal de la tiranía de 1925 a 1933 y del régimen autoritario de 1935 a 1939, contribuyendo de algún modo a deponer a cinco presidentes de la república. El ejército de la república socialista, en 40 años, ni ha dado golpes de estado ni instituido presidentes. Lo que fueron casos explícitos de corrupción, tráfico de drogas y enriquecimiento ilícito dentro del ejército cubano, a manos de sujetos diferentes y en momentos diversos, es presentado por Colomer como una unidad, una fuerza reformista coherente que visitaba la embajada soviética y debía presentar “en la próxima” sesión de la Asamblea Nacional un proyecto para excluir a Fidel Castro del poder. La causa 1 del 89 fue un suceso trascendental para los cubanos, pero debía ilustrar también a quienes hablan constantemente de la impunidad de las figuras de poder en Cuba.
Políticas de la imaginación
Carlos Fuentes denuncia el bloqueo norteamericano contra la isla y reconoce el potencial que poseen los cubanos: “recursos naturales, un pueblo trabajador, espléndido, creativo, capaz de formar rápidamente capital humano y una sociedad civil pluralista” (p. 49). Al intentar revelar “el secreto de la longevidad” del presidente cubano, Fuentes recurre a un silogismo por lo menos curioso: los Estados Unidos han sido los principales aliados de Fidel Castro, por darle argumentos para su retórica. (Por esa línea de análisis, Israel sería el principal aliado de los palestinos, por darle razones para clamar el fin del genocidio.) Ahora, si el conflicto es entre los Estados Unidos y Fidel Castro, ¿qué pasó antes del derrumbe del águila en el monumento al Maine? Los Estados Unidos, ¿sostuvieron alguna vez hacia Cuba una política centrista? ¿Cuándo el enfoque de la relación hacia la isla fue distinto al de la subordinación? “Cuando tengamos una democracia que merezca ese nombre”, parece responder Jesús Díaz (p. 36). Solo entonces, los Estados Unidos deberán devolver la Base Naval de Guantánamo a manos cubanas, dice Díaz. Ni Jimmy Carter, ni el Papa, ni ningún otro político de importancia en contacto con la isla se ha atrevido a decir lo que el autor de Los años duros: todos los cambios deben provenir de Cuba. Fuentes conoce que “los empresarios norteamericanos se inquietan de que europeos y latinoamericanos ocupen los espacios económicos del post-centrismo” (p. 49). Si nunca hubo centrismo, ¿podrá haber post-centrismo? ¿Son centristas el bloqueo, la agresión, la politización de las relaciones? ¿Ha privilegiado el gobierno norteamericano al sector “centrista”, mayoritario en su sociedad, que podría aceptar una normalización de relaciones con Cuba, al estilo de China, Viet Nam o la República Popular Democrática de Corea? ¿O ha beneficiado al sector más radical de la derecha? Por otra parte, ¿cuál cambio debería hacer Cuba para ser “una democracia que merezca ese nombre”? En 1984 las elecciones en Nicaragua fueron libres y justas y favorecieron a los sandinistas. Washington no las reconoció. En 1933 un gobierno cubano se instauró en el poder después de derrocada una tiranía. A pesar de no ser radical, Washington nunca lo reconoció. En 1990, las elecciones en Nicaragua volvieron a ser libres y justas, pero esta vez los sandinistas perdieron el poder: Washington las reconoció. En 1952, un dictador impidió en Cuba las elecciones que debió ganar un sector nacionalista (y dicho sea de paso en gran parte “anticomunista”). El resultado fue un régimen de facto reconocido por Washington. ¿Cuál sería la democracia que Cuba merece?
Otros nexos
La realidad de ingobernabilidad, privatización de lo público y poder invisible, los tres aspectos que definen para Bobbio la crisis actual de la democracia, al parecer no tienen por qué ser analizados para el caso cubano. El debate ya antiguo sobre la crisis de la democracia resulta también exótico, inaplicable para la isla. ¿Será que Cuba merece otra democracia, incontaminada de crisis y problemas, sin exclusiones y contenciones a la gobernabilidad? Seguramente, pero la propuesta de los formuladores de política norteamericanos, que guarda muchas coincidencias con varios de los enfoques de Nexos, no pasa de ser lo que Robert Dahl llamaba una poliarquía: un sistema en el cual gobierna un pequeño grupo y la participación de las masas en la toma de decisiones se limita a seleccionar a la dirigencia en elecciones cuidadosamente manipuladas por las elites competidoras [16].
¿Cuál es el nexo con la realidad entre la afinidad electiva de los Estados Unidos y los regímenes dictatoriales, explícita hasta los 70 y la política de “promoción de la democracia” que siguió a esos años? La respuesta de Samuel Hungtinton es clara: Para el credo americano, los mecanismos de ajuste a la percepción entre los valores profesados y la realidad perceptible se basan en la hipocresía. La “hipocresía metodológica” es la única explicación plausible para que el apoyo a regímenes autoritarios en el Tercer Mundo y en otros que no lo son, como España y Grecia, se haya justificado como un mal necesario para la preservación del bloque democrático a nivel global [17]
La hipocresía es la única explicación para promover al par “la democracia” en Cuba y continuar la guerra contra ella por cualquier medio.
¿Cuál alternativa ofrece Nexos a la isla cuando habla de democracia? En el subtexto, la alternativa sería el reverso simétrico de aquella que hablaba Kolakowski para la sociedad estalinista. Si aquella se legitimaba sosteniendo que no existía alternativa para ella, Cuba estaría ahora sometida a la “condena a una sola alternativa”: el régimen de mercado único. Cuba será democrática solo cuando el libre mercado gobierne en la isla. Para tal fin, es innecesario discutir tópicos básicos para la democracia. Esto es, no hay razones para discutir la inexistencia actual de políticas de radicalización de la ciudadanía, la ausencia de telos del poder y su conversión en un fin en sí mismo, la pérdida de la condición del político como representante de la volonté genérale, la falsedad de que otorgar cuotas de poder al mercado sea entregarlas a la sociedad civil —y no a quienes dominan el mercado—, la idea de que del ser humano en sí mismo no se deriva ningún derecho, sino que es el mercado quien únicamente puede asignarlos, y si “tiene sentido pugnar por la vigencia del Estado de Derecho o ese estado constituye parte del problema, aunque se respetara en toda su idealidad”, como decía Horacio Cerutti en carta al presidente argentino tras el fracaso total de la “excepcionalidad” argentina.
La alternativa para Cuba encuentra en la realpolitik límites muy férreos. El discurso —y la práctica— de lo política- mente correcto dicta a Cuba el margen de la democracia deseable. ¿Los cubanos son tomados en cuenta para definirla? El régimen que la mayoría de los cubanos aún sostiene es condenado en solitario, o al menos puesto en cuarentena. No sucede lo mismo con México, aunque la mitad de los chiapanecos —realidad muy extendida en el México indígena— no posean agua potable, dos tercios carezcan de drenaje y el 90% de la población en el campo reciba ingresos mínimos o nulos. No sucede lo mismo con Brasil, el latifundio más grande del mundo, donde el 1% de los propietarios posee cerca del 46% de todas las tierras y el 50% de ellas se mantienen improductivas. Tampoco su- cede con los Estados Unidos, régimen incapaz de sumarse a la condena contra el racismo y la discriminación de la mujer ni a la defensa del medio ambiente y que no puede considerar los derechos económicos y sociales como derechos humanos básicos.
La sociedad cubana cambia año tras año. La diversidad de esa sociedad se puede encontrar sin demasiada dificultad en su literatura, cine, música, movimiento editorial, teatro, pintura y en muchos otros escenarios. La publicación en la isla de textos de autores extranjeros y de cubanos residentes en el exterior, señaladamente algunos norteamericanos, como compilaciones de trabajos coeditadas por Rebecca Scott y Fernando Martínez sobre la raza y John Coastworth y Rafael Hernández sobre las culturas cubana y norteamericana, libros de Aline Helg y Rebecca Scott, artículos en revistas nacionales de Louis Pérez J., Uva de Aragón, Lisandro Pérez, Roberto González Echevarría, Marifeli Pérez-Stable, John Dumoulin, dossiers sobre escritores cubanos de la diáspora, entrevistas con Gastón Baquero, Cachao, José Kozer, Cristina García, Mario Bauzá, Alberto Sarraín, Achy Obejas y un largo y sostenido etcétera habla del valor que se concede a la reflexión sobre Cuba producida fuera de la isla, sin descalificaciones ideológicas abstractas.
Una cosa es discrepar de un modelo político y otra negarlo con superficialidad —y a veces con alevosía. Quien haya visto La vida es silbar, Marketing, La noche, un Salón de Arte Cubano Contemporáneo, o quien haya leído cual- quiera de los textos de la narrativa cubana de los 90, o de las revistas cubanas de esa década, sabe de la complejidad con que el arte, la literatura y el pensamiento social plasman la realidad de la isla, pero sabe también que la problematicidad de esa sociedad es mucho más compleja de lo que la propuesta de Nexos puede explicar. La cavilación histórica, política y moral sobre Cuba puede ir mucho más allá, sin negaciones en bloque ni apologías, sin golpes de pecho ni frases sonoras. El discurso de Nexos — ¿debe decirse el “de la realidad”?—, al silenciar la ilusión —la ilusión disidente de cambiar la vida, como quería Rimbaud—, supone la existencia de otra Cuba con quien no quiere dialogar.
Agosto de 2002
Citas y Notas
* Este ensayo debió aparecer en la revista mexicana Nexos como respuesta a un dossier sobre el pasado y el futuro de Cuba en el que participaron autores cubanos resies en la Cuba y fuera de Cuba. Nunca se publicó. Apareció con el título “La Cuba de Nexos”, en: Temas, no. 31, octubre- diciembre de 2002, y como “Leer a Cuba” en: Varios autores, USA: un gigante con pies de barro, Gite/IPES, Bilbao, s/f.
[1] De hecho, Martí lo hizo a su modo con los Estados Unidos: “la patria de Lincoln” y “la patria de Cutting”. Al final, en el lenguaje tan poco lírico del último siglo otros han ratificado la idea. El gobierno mexicano instaló en el camino hacia Chiapas una garita del Servicio de Inmigración, como para hacer patente la entrada en un México y la salida de otro. Don Tomás Balduino, obispo de Goias, consideraba que la marcha de los Sin Tierra hacia Brasilia era la búsqueda de “un Brasil soberano que sustituya a la colonia que somos”, idea que jamás se le ha escuchado al presidente brasileño al referirse a su país. En un foro como la Comisión Trilateral, en 1993, Marian Wright Edelman, presidenta de Children´s Defense Fund, aseguraba: “Corremos el riesgo (los Estados Unidos) de convertirnos en dos naciones —una del privilegiado Primer Mundo y otra con las privaciones del Tercer Mundo— que luchan para coexistir pacíficamente con el incremento de las desigualdades.” Si México, Brasil o los Estados Unidos pueden ser dos países al unísono, con dimensiones de la realidad tan opuestas, ¿por qué Cuba tendría que ser un solo país?
[2] Entre 1960 y 1985, el crecimiento medio del PIB per cápita cubano fue del 3,5%, contra el 1,8% del resto de América Latina. En la década de los 80, “la década perdida”, Cuba fue el país de mayor crecimiento económico en el conjunto de los países latinoamericanos, con una variación acumulada, entre 1981 y 1990, del 44,2% del PSG y el 31,6% del PSG per cápita, contra el 12,4% y el –9,6%, respectivamente, en el conjunto de América Latina. Luis Fernando Ayerbe, Los Estados Unidos y la América Latina. La construcción de la hegemonía, Casa de las Américas, 2001, p. 280.
[3] Manuel Moreno Fraginals, “El anexionismo”, en: Cien años de historia de Cuba (1898-1998), Editorial Verbum, 2000, p. 36.
[4] Blanca Torres Ramírez, Las relaciones cubano-soviéticas. 1959-1968, El Colegio de México, 1971, pp. 28-30.
[5]Carmelo Mesa-Lago, Breve historia económica de la Cuba socialista. Políticas, resultados y perspectivas (versión española de Eva Rodríguez Halfter), Alianza Editorial, Madrid, p. 77.
[6]Ver Fernando Martínez Heredia, “Cultura y Revolución”, en: En el horno de los noventa, Ediciones Barbarroja, 1999, pp. 93-99.
[7]En 1999, el censo oficial norteamericano indicó que el 65,2% de los inmigrantes hispanos hacia los Estados Unidos —calculado en 32 millones— proviene de México; el 14,3% de Centro y Sudamérica; el 9,6% de Puerto Rico; y el 4,3% de Cuba.
[8] Lisandro Pérez, “La emigración y la crisis estructural de la República. 1946-1958”, en: Temas, no. extraordinario, 24-25, enero-junio, 2001, p. 86.
[9] Citados en Oscar Pino Santos, “Lo que era aquella República: protectorado y neocolonia.1902-1934 y 1934-1958”, en: Contracorriente, Nueva Época, no. 19, 2002, p. 69.
[10] Herminio Portell Vilá, Nueva Historia de la República de Cuba, La Moderna Poesía, Miami, 1996, p. 56. Ver el epígrafe “La imposición de los lazos de intimidad especial”, pp. 51-60.
[11] Carlos Alzugaray, “El ocaso de un régimen neocolonial: los Estados Unidos y la dictadura de Batista durante 1958”, en: Temas, no. extraordinario, 16-17, 1999, pp. 30-31.
[12] Elías Entralgo, “Saldo del cincuentenario”, en: Universidad del Aire (conferencias y cursos), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 105.
[13]Fernando Martínez Heredia, “En el horno de los noventa. Identidad y sociedad en la Cuba actual”, en: En el horno de los noventa, Ediciones Barbarroja, 1999, p. 60.
[14] Elías Entralgo, “Saldo del cincuentenario”, en: Universidad del Aire (conferencias y cursos), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 97.
[15] Desde 1959, las agresiones norteamericanas han causado la muerte a 3 478 cubanos y la pérdida de su integridad física a otros 2 099. Sobre el tópico, ha afirmado Noam Chomsky: “Cuba, un país muy pequeño, ha sido objeto de ataques terroristas, la isla de Cuba ha sido atacada por más terroristas que probablemente todo el resto del mundo en su con- junto. Ciertamente, más que cualquier país”.
[16] Ver William I. Robinson, “El rol de la democracia en la política exterior norteamericana y el caso Cuba”, en: La democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos, Ediciones CEA, La Habana, 1996, p. 18.
[17]Ver Jorge Rodríguez Beruff, “Democracia y política exterior de los Esta- dos Unidos en perspectiva histórica”, en: La democracia en Cuba... ob. cit., p. 45.