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Provisionales para Alberto Tosca Rolando Prats

15 de marzo de 2017

 

Existe un mediodía que tal vez no llegue, en que no hemos estado, sabiéndolo y agradecidos, con Alberto Tosca. Alguna vez lo vimos mirándonos desde la pirámide, tercero de sus dos primeras sombras, suavemente solar, sonrisa que frunce el ceño, como avistándonos de regreso en su hechizo de ala y azul; jícara sobre clavicémbalo, collar de hueso y semilla sobre gorguera, arqueándonos en la duda, como si nos adivinara la flecha con que nos ha preñado, armónica de leche y nácar que se desviste y escapa y entrega cada vez que ríe; vestido de tradiciones encontradas, rebautizadas y rejuvenecidas en esa nueva vecindad; entero en su desnudez a caballo sin ensillar, de guerrero que nos trae un jarro hervido, en dulce, con hojas de higo, polen para la herida, chamarretas de flores; de curandero goloso y travieso, de cimarrón escapado de todos los ceñidores, de bardo refinado y silvestre, desigual y espléndido; luminoso en todas sus estaciones, pero velado en azogue, allí donde puedan verlo, tocarlo, solo quienes lo escuchen, con los ojos cerrados, del otro lado del espejo, frente a la luna a cuya lumbre los perros se reencuentren, en el aire calado por la voz que nos rema hacia puertos en los que no acabamos de anclar –como quien sospecha que las islas son el viaje, la patria su camino–  con el murmullo de lo cierto inefable; palpable y luminoso, por lo que le sabemos quienes lo supimos desde la primera vez que entramos, por su oído, en los reinos translúcidos de su voz alzándose, mortal, apagándose, crepitando, resiliente, rescoldo siempre vivo. Alguna vez lo vimos, lo seguimos viendo, erguido, riendo como cantando, en su mano derecha la detenida luz, por entre el círculo concéntrico de su gracia, como presidiendo, disfrazado de escudero almidonado, sobre reyes descoronados, prematuros.

De izquierda a derecha: Donato Poveda, Xiomara Laugart y Alberto Tosca. México, 1984.

De izquierda a derecha: Donato Poveda, Gerardo Alfonso, Chico Buarque, Xiomara Laugart, Frank Delgado, Roberto Poveda, Alberto Tosca y Santiago Feliú. s/l, 1986.

Existe un mediodía que no ha llegado, en que Alberto Tosca, desacompañado frente al sol sediento y definitivo que lo ciegue a todo lo que no sea el resplandor postrero antes del fuego final –cuyas crepitaciones, salvadas de la vida por lo presente restituido, intocable, nos volverán a agujar cada vez que regresemos a su voz por su oído–, fruncirá una última vez el ceño, señuelo para escorpiones que nunca lo aguijonearon, y luego reirá al galope, sabiendo que ha avistado por fin tierra. Corona que ya nadie le podrá quitar.

 

 

12 de marzo de 2017

 

Tosca por tres Rolando Prats

 

Tosca por Pablo, Tosca por Silvio, Tosca por Carlos Varela. Si no lo supiésemos, si no se dijera, alguien podría escuchar estas canciones como si fuesen (ya lo son) de la voz que ahora las canta, los dedos que las arpegian, las desgranan. No solo de la boca y de las yemas por donde brotara —y luego se hiciera pétalo, uña, piedra (canto, piedra de río, eso es cada una de estas canciones cada vez que las pule, apurando su regreso a su destino adivinado, el agua del aire)— el soplo original, el de quien las escribiera, todas, hace otra vida. Pablo por Pablo, Silvio por Silvio, Carlos Varela por Carlos Varela. Todas por Alberto Tosca. Todos.

Que estas grabaciones, adelantos de coralidades por venir, ocupen aquí, su lugar hoy de sueño, mañana de memoria de la profecía. 

 

(Estas piezas, provisionales por su intento, definitivas por su soberanía precoz, pertenecientes al disco “Alberto Tosca y amigos”, en producción en La Habana, se reproducen y dan a conocer en Patrias. Actos y Letras con la autorización, de viva voz, de su autor Alberto Tosca.)

Mi barquillaTosca por Pablo
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PariaTosca por Silvio
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VicariaTosca por Carlos Varela
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