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Morir en Miami* Rafael Rojas

Cuando Manuel Moreno Fraginals** pidió asilo político en Miami, en 1994, los políticos de la isla no se asombraron. Conocían, desde hacía años, el malestar del historiador, sus reiteradas y cada vez más públicas objeciones a un gobierno que, a su entender, amenazaba con destruir la riqueza cultural y económica de Cuba. Los que sí se sorprend ieron fueron sus colegas de adent ro y afuera, los inte lectuales y académicos que, mientras residió en La Habana, lo veneraron como a un gurú, pero que, en cuanto se exilió, le dieron la espalda.     ¿Cómo podía el autor

de El Ingenio, el marxista flexible y heterodoxo de La historia como arma, irse a vivir a Miami? ¿Acaso no sabía que esa decisión afectaría su prestigio inte lectual, tan reconocido en los medios universitarios latinoamericanos, europeos y norteamericanos, y que muchas puertas, incluso en los Estados Unidos, antes abiertas de par en par, ahora se le cerrarían?

En los círculos oficiales de la cultura cubana, el exilio de Moreno se vio como una señal de decadencia. Algunos discípulos suyos asumieron que era un mal final para una carrera tan brillante. Cuando en 1995 apareció Cuba/España. España/Cuba los más prudentes enmudecieron, ante una narración tan lúcida, desprejuiciada y plural de la historia de Cuba, entre 1492 y 1898. Aún así, no faltó quien intentara disminuir el valor de ese extraordinario ensayo histórico, aludiendo al hecho de que había sido escrito, en Miami, bajo un estado de desilusión política con el régimen castrista. Quienes vimos a Moreno en esos años, en Miami, y antes lo habíamos visto en La Habana, sabemos que ese libro refleja la liberación que el exilio trajo a su obra: el viejo maestro se desinhibía, reflexionaba libremente , especulaba con sutileza de filósofo, divagaba como el sabio que era, opinaba sin aquella vigilancia ideológica que tanto lo acosó en la isla.
 

El exilio en Miami fue, por el contrario, el desenlace natural de la biografía intelectual y política de Manuel Moreno Fraginals. El rasgo distintivo de Moreno, como historiador, fue la curiosidad, el insaciable apetito de saber, la apertura epistemológica, a riesgo, siempre, de resultar herético a las buenas conciencias académicas. Su ensayo sobre José Antonio Saco renovó la historia intelectual del siglo XIX cubano al iluminar el lado reaccionario del patriciado criollo. El Ingenio es la más completa radiografía de la plantación esclavista azucarera, no sólo como un sistema económico, sino como la matriz cultural de la nacionalidad cubana. Pero incluso su libro más ideológico, La historia como arma, es revelador de la aproximación heterodoxa y matizada de Moreno al marxismo. Esa valiente heterodoxia que le trajo más de un problema en La Habana de los setenta –como las reacciones del régimen contra su crítica a la zafra de los diez millones y su amistad con José Lezama Lima, de cuyo Oppiano Licario escribió el prólogo a la primera edición –fue la que lo llevó al exilio a sus 75 años.
 

Las desavenencias de Moreno Fraginals con el régimen de la isla no sólo estuvieron motivadas por su heterodoxia marxista, sino, también, por su rebelión intelectual contra el nacionalismo estrecho y maniqueo que controla, desde hace cuarenta años, la política cultural y educativa cubana. Aunque respetó y admiró a sus maestros y condiscípulos, Moreno se opuso siemp re a las interpretaciones oficiales de la historia de Cuba –postuladas por historiadores serios, como Ramiro Guerra o Julio Le Riverend, y no tan serios, como Sergio Aguirre y Oscar Pino Santos– que atribuían todos los males de Cuba a los Estados Unidos y presentaban el pasado prerrevolucionario como una época miserable. Quien lo quiera comprobar sólo tiene que leer las páginas que le dedicó a la intervención norteamericana de 1898 y al primer gobierno republicano de Tomás Estrada Palma. Manuel Moreno Fraginals fue, en efecto, un historiador nacionalista, pero nunca satanizó a los Estados Unidos ni a la República, como es de rigor en La Habana de hoy si se quiere ser un intelectual que goza de los beneficios del poder.
 

Una de las virtudes de Moreno Fraginals que más admiré y que siemp re intentaré preservar, dentro de su cuantioso legado, fue su insistencia en que la historia es una ciencia social y, a la vez, un arte literario. Esa doble condición era, a su juicio, la esencia de las humanidades en la tradición occidental. Por eso defendía el uso de la poesía y la novela como fuentes documentales de la historia y rechazaba los estudios cientificistas, tan frecuentes en la academia norteamericana, que reducían toda la argumentación a unos cuantos datos, cinco tablas y diez gráficas. Quien haya leído El Ingenio sabe que esa crítica venía desde adentro, es decir, de alguien que había dibujado las curvas del precio del azúcar y calculado los ingresos arancelarios del puerto de La Habana. Alguien, justo es reconocerlo, que también criticaba aquellos estudios que, a fuerza de magnificar la ideología o la retórica, no pasaban de ser meros ejercicios de estilo. La vida de Moreno Fraginals fue tan pintoresca como la de aquellos sacarócratas que él retratara en sus libros, los cuales siempre aspiraron al raro ideal del empresario erudito. A sus 22 años, mientras cursaba la carrera de derecho en la Universidad de La Habana, la vocación de historiador se le reveló en su primera investigación, Viajes de Colón en aguas de Cuba (1942), que fue premiada por la Sociedad Colombista Panamericana. Luego de graduarse, Moreno formó parte de la primera generación de estudiantes del doctorado en historia de El Colegio de México. Allí, bajo el magisterio de Gaos, Cosío Villegas y O’Gorman, escribió el estudio Misiones cubanas en los archivos europeos (1951), que publicó en México el Instituto Panamericano de Geografía e Historia. A su regreso a La Habana el joven historiador inició su larga y fecunda carrera docente , como profesor de la Universidad de Oriente, y ocupó el puesto de Sub-director de la Biblioteca Nacional.

 

Como tantos intelectuales cubanos, Manuel Moreno Fraginals emigró a mediados de los cincuenta, cuando arreció la dictadura de Fulgencio Batista. De 1954 a 1959 vivió en Venezuela, donde tuvo ocupaciones empresariales: gerente de la Cervecería Caracas, jefe de producción de Televisa, director de información de Radio Continente, dueño de la emisora Radio Junín y copropietario de la agencia publicitaria Los Molinos. Al triunfo de la Revolución, Moreno ofreció esta doble experiencia, como empresario e historiador, al joven gobierno de Fidel Castro. Durante los años sesenta alternó su trabajo como profesor de historia de la Universidad Central de Las Villas con asesorías y representaciones del Ministerio de Comercio Exterior de Cuba. En los setenta, cuando el dogmatismo marxista-leninista le cerró las puertas de la Universidad de La Habana, el historiador se refugió en la Cátedra de Cultura Cubana del Instituto Superior de Arte, donde trabajó hasta su salida de Cuba en 1994.
 

Miami ofreció a Moreno la posibilidad de terminar algunos proyectos que contemplaba desde los años sesenta y setenta y de iniciar otros que, lamentablemente , dejó inconclusos. Quienes lo vimos en Coral Gables, disertando con el entusiasmo de un niño sobre los gobiernos ilustrados del Marqués de la Torre y Luis de las Casas –“los dos mejores políticos que ha tenido Cuba: país de mala política”– debemos ofrecer el testimonio de su virtuoso y fecundo final.
¿Cómo podía él sentir alguna deshonra en el hecho de vivir en la ciudad que tanto admiró Leví Marrero, su querido maestro, a quien rindió un merecido homenaje en cuanto llegó al exilio? Morir en Miami, donde descansan algunos de sus admirados predecesores intelectuales, como Emeterio Santovenia, Herminio Portell Vilá, José Manuel Pérez Cabrera, Carlos Márquez Sterling, Rafael Estenger o Juan J. Remos y Rubio, fue para Manuel Moreno Fraginals motivo de un estremecedor orgullo.

 

Cualquier lector, más o menos enterado, de libros de historia de Cuba se percatará del trasfondo irónico de esa muerte. Moreno fue, acaso, el historiador que con mayor eficacia criticó la historiografía oficial del antiguo régimen cubano, esto es, del lapso republicano que va de 1902 a 1959. Antes que cualquier otro historiador de su generación (Le Riverend, Aguirre, Pichardo...), Moreno Fraginals movilizó el legado marxista de Raúl Cepero Bonilla contra la historia nacional burguesa que practicaron sus maestros: Ortiz, Guerra, Santovenia, Portell Vilá... Sin embargo, como todos los buenos discípulos que devienen maestros, Moreno reconoció, al final de su vida, las virtudes de esa historiografía tradicional contra la cual reaccionó en su juventud . Aquellos historiadores, decía, “tuvieron una dimensión hispanoamericana y una exigencia de estilo que se perdieron en nuestra generación”. Su tardío exilio en Miami lo ayudó, pues, a conseguir esa serenidad que permite destilar un legado, ponderar una tradición.

 

 

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Publicado en Istor, Revista de Historia Internacional, Año II, Núm. 6, Otoño del 2001. Publicación trimestral de  la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), México. Cf. http://www.istor.cide.edu/archivos/num_6/in%20memoriam.pdf.

**Miembro del comité editorial de Istor.

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