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La isla en peso (convertible)* Omar Pérez López

La maldita circunstancia del agua por todas partes me obliga a sentarme en la mesa del café, así comienza Virgilio su elemental poema, pudiendo yo ahora vituperar la maldita circunstancia de los aniversarios y homenajes que también nos envuelve como un piélago y me obliga a centrarme en Virgilio, mas no es así. Él nos acompaña hace ya muchos años con su irónica mirada de insondable tristeza, su lucidez, su lacónica sabiduría.

 

Quiero comentar el poema sólo como un ejercicio de comprensión, una conversación con el amigo que nunca conocí.  “La isla en peso” no es el más amargo de sus poemas; no solo porque es un texto de juventud, sino porque celebra un descubrimiento, el de un territorio en el magma sicológico cubano.

Así como el cuerpo está básicamente compuesto de agua, la sicología está hecha de palabras; quiénes podrían entonces ser los sicólogos más avezados sino los poetas, príncipes, por no decir científicos, del verbo. Alguna vez le escuché decir a un amigo historiador que el mejor tratado de sicología cubana no lo lograron ni Ortiz, ni Mañach,  ni ningún otro antropólogo o etnólogo nacional, sino un poeta llamado José Lezama Lima en su novela Paradiso.

El poema de Virgilio, pues, es un despertar hacia la trémula conciencia nacional. De nada vale decir, con solemne gesto despectivo, que fue escrito en el año 1943, cuando aún tantos cambios ingentes en nuestras estructuras sociales estaban por hacer; las estructuras mentales, basta leer a Virgilio, siguen, con algún que otro rasguño, intocadas.

                        en otro tiempo vivía yo adánicamente

                       ¿Qué trajo la metamorfosis?

Dos preguntas me asaltan: ¿quién es este yo de antigua existencia adánica? ¿De qué metamorfosis se está hablando? No pretendo interpretar poemas como si se tratara de leer en la mano de un extraño líneas premonitorias; todavía recuerdo, de mis años de estudiante, la repugnancia ante la pregunta “¿qué quiso decir el autor fulano?” Evidentemente, “La isla en peso” no quiere decir, dice:

                          

                        ¡País mío, tan joven, no sabes definir!

 

Todo poeta sabe que las palabras son engañosas, nos llevan a un espacio de sugerencias, incluso múltiples, tras las cuales no hay ni el más mínimo contacto con eso que llamamos realidad, sólo una nueva decepción a manera de señal de un tránsito en círculos,

 

                        el recuerdo de una poesía natural, no codificada, me viene a los labios.

Virgilio, como buen Virgilio, sabe que al atravesar la decepción verbal, a manera de limbo, el paradisíaco infierno de la realidad nos muestra sus máscaras más verdaderas, sus incongruencias más exactas,

                        Confusamente un pueblo escapa de su propia piel

                        adormeciéndose en la claridad,

                        la fulminante droga que puede iniciar un sueño mortal

El monte es nuestra piel, según Virgilio, un monte que los macheteros desbrozan “con un lujo mortal”, mientras otros voraces empleados del progreso van ocupándose en “el rencoroso trabajo de recortar los bordes de la isla más bella del mundo”.  La claridad, no como símbolo de elevación mental, sino como especie de eléctrica fumigación que todo lo cubre de exageradas luces, es el mediodía tropical pero también el seductor esfuerzo de convertir, de transformar lo natural en sofisticado, lo pobre en rico, lo rústico en avanzado. Papel fundamental en este iluminismo artificioso que interrumpe la noche antillana “sin memoria, sin historia”, juega el europeo

                        el inevitable personaje de paso que deja su cagada ilustre

Virgilio murió en 1979, cuando el país estaba inmerso en un descomunal esfuerzo mimético que terminaría diez años después, sin consultarnos, sin prevenirnos, por la mera fuerza de un desplome. Hoy el mimetismo isleño vuelve a parecerse otra vez a aquel que el joven Virgilio conociera mientras escribía “La isla en peso”: una isla con dos monedas, una más falsa que la otra; dos economías, dos sociedades como dos islas que a la deriva se separan, un archipiélago de opiniones políticas y una cayería de disparates de todo tipo,

                        ¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!

                        ¡Pueblo mío, divinamente retórico, no sabes relatar!

   

El hombre y la mujer siguen encontrándose en el platanal; del aguacero, la siesta, el cañaveral y el tabaco, solo el último permanece en el sitio predilecto conferido por la vida a las divinidades naturales: los otros han cedido terreno empujados por unas circunstancias que llaman “globales”; las negras seguirán bailando con el vaso de ron en la cabeza pero quizás no todos se pongan ya tan serios “cuando el timbal abre la danza”. Quién sabe sí se pondría serio Virgilio, al observar cuántos de sus angustiadores han pasado del palo de la revolución, el materialismo histórico y el realismo socialista a la rumba del peso convertible, al carnaval de un supuestamente organizado egoísmo y a la bachata de las prevaricaciones. Tal vez no, tal vez sonreiría y ripostaría con un verso enigmático,

                 

                        Ahora no pasa un tigre, sino su descripción.

* De Agua en canasta (inédito).

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