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La deuda con Moreno* Iván de la Nuez

 

 

La muerte de Manuel Moreno Fraginals ha impactado, con contundencia, en las distintas costas del Atlántico. La frase pudiera parecer desmesurada, acaso guiada por la gratitud y la tristeza, pero no es así. Ahí están los diarios y las llamadas de infinidad de colegas: la repercusión de la noticia ha sido incontestable en España, Estados Unidos y Cuba, territorios éstos que se entenderían menos sin sus aportaciones y que le han confirmado como uno de esos intelectuales insoslayables en este hemisferio. Moreno reunía, en sí mismo, las virtudes de la historiografía (cubana o no cubana) y, asimismo, poseía el arte que a esta ciencia

muchas veces suele faltarle: el aliento estilístico, la capacidad insultante de asumir la historia como un género literario, la virtud de saber comparar, la persistencia para exprimir las verdades. Su obra parece salir de una unión estilística entre Marx, Montaigne, Cepero Bonilla o la Escuela de los Anales, a los que digirió con esa naturalidad que a otros les resulta imposible y, lo que es peor, envidiable.
 

Así, se enroló en distintos frentes que abarcaron un amplio campo cultural y científico. De esta manera, al mismo tiempo que concedía un pasaporte de  modernidad a la historiografía del Caribe, desmontaba la ortodoxia de algunos manualistas quienes, para no contradecir los designios científicos de Stalin, llegaron incluso a hablar de ¡una década! de feudalismo cubano. Es curioso: Moreno no sólo los desmanteló con su obra, sino también con su vida, tan envidiada como su escritura, con su prestancia, su juventud arrasadora y su atractivo dandismo.
 

Era ávido para aprender y nada humano le era ajeno, además de poseer un don, bastante exótico en nuestra cultura: el don de halagar a los otros. Rara vez hablaba mal de un colega y, en lugar de obstaculizar su carrera, se apasionaba en la defensa de jóvenes historiadores como sus queridos y admirados Rafael Rojas y Alejandro de la Fuente, en los que veía un futuro muy  prometedor para dar continuidad a la historiografía como un asunto de verdadero fuste cultural. Tuve la suerte de recibirlo en Barcelona, y de visitarlo en La Habana de los 80 y en el Miami de los 90. De traer desde esta última ciudad, en la que murió, su manuscrito Cuba/España. España/Cuba y leerlo en su versión original. Tuve el honor de publicar un anticipo de esa obra en mi antología Cuba: la isla posible, proyecto que él apoyó desde el primer momento, mientras que en las costas extremas del asunto cubano se le atacó con contundencia y descalificaciones. Moreno fue un gran ensayista: sin duda uno de los más perspicaces de nuestra cultura. Tanto en el abordaje de obras voluminosas –El ingenio–, como en registros más breves de ensayo crítico –La historia como arma, por ejemplo–. Como muy bien han comentado Rojas y De la Fuente, Moreno fue, para nosotros, un maestro sin cátedra y sin púlpito. Yo lo recuerdo, además, como un ilustre al que no se le pedían audiencias; un prestamista de sabidurías varias que jamás cobraba nuestras deudas, un  amigo que manejaba el arte de despedirse sin decir adiós.
 

Se diga lo que se diga en el exilio, Moreno quedará en este hemisferio como uno de los mayores historiadores marxistas, lo que quiere decir: críticos. Y se diga lo que se diga en La Habana, Moreno escogió, con plena conciencia de sus actos, marchar a ese exilio. ¿Qué le vamos a hacer? Manuel Moreno Fraginals fue, hasta el final, un hombre paradójico, como corresponde a las vidas intensas y complicadas. Y también, como es su caso, a las vidas generosas. Tuvo  tiempo para trabajar y vivir, para dispensar amor y amistad, para compartir los libros y los vinos.
No convirtamos ahora en un santo al hombre que, precisamente, cometió el acto más desacralizador de nuestra historiografía moderna. No convirtamos en un demonio a un hombre de su generosidad. Se lo debemos a su magisterio y a su obra todavía abierta; a su memoria y al regalo de su presencia en nuestras vidas.

 

*Publicado originalmente en la sección La mirada de Encuentro en la Red el 25 de mayo de 2001 poco después de la muerte de Manuel Moreno Fraginals (1920-2001). Cf. http://arch.cubaencuentro.com/lamirada/2001/05/25/2430.html.

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