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Con Walter Benjamin en Moscú y, a ratos, como en La Habana Humberto T. Fernández

 

 

 

A lo largo de los últimos dos años he colaborado, entre otras cosas, como copista por y para Patrias. Actos y Letras. [Copista, se dice de una "persona que se dedica a copiar escritos ajenos", según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.] Ando a la zaga y podría decir que participo de la saga de una larga tradición de copistas que han dedicado, o dedicaron, su vida a preservar textos escritos para que no se perdieran en la oscuridad de los tiempos. Los copistas de ayer son los digitalizadores de hoy, y ambos han hecho posible que muchos, en muy distintos lugares y épocas, hayan podido acceder a una información, a unos textos, que de otra manera se habrían perdido. Tanto ayer como hoy, este trabajo de trascripción exige paciencia y constancia, lealtad y creatividad. Cuando se transcribe un texto desde su lengua original, el transcriptor, el copista, está más cerca de las emociones, y sus matices, del que escribió, y si la lengua del copiado es la misma que la del que copia se establece una complicidad que trasciende lo lingüístico para instalarse en lo afectivo, lo vivencial, lo histórico. Cuando se transcribe de una lengua ajena, o en este caso, de una traducción, se conozca o no esa lengua o se sea o no traductor, pero sobre todo si se lo es, la relación que se establece es una transacción entre la curiosidad y el aprendizaje, cuando no entre la perplejidad y el azoro, por un lado, y cierta incomodidad, hasta cierta impotencia, particularmente si no se domina o siquiera se tienen nociones de la lengua utilizada por el otro.

Esta vez, Patrias. Actos y Letras quiso contribuir directamente a su esfuerzo de compilación de materiales de reflexión sobre los cien años de la Revolución de Octubre reproduciendo, en versión propia, tanto del texto como de las notas, Diario de Moscú, de Walter Benjamin, escrito entre el 6 de diciembre de 1926, cuando Benjamin llegó a Moscú, y el 1 de febrero de 1927, fecha en la que partió, para siempre, de esa ciudad. El primer paso de ese esfuerzo, que todavía no ha culminado, ha consistido en transcribir (o digitalizar) una de las tres traducciones o versiones (a veces es difícil saber dónde termina una y comienza otra) del Diario disponibles hasta ahora en español; a saber, la de Alfredo Brotons Muñoz, recientemente reeditada, en 2015, por Abada Editores, y cuya primera edición data de 1980; las otras dos traducciones son, una de Marisa Delgado para la Editorial Taurus, en 1988, y la otra de Lorenzo Altman para Ediciones Godot, en 2012. Por ser la de Brotons Muñoz la primera, le concedimos el privilegio de la primicia y el beneficio de la duda (por mejorable o perfectible que sea, la primera traducción de cualquier texto es tema a las variaciones de las traducciones sucesivas), y nos pareció pertinente actualizar su texto, cuando fuese necesario o así nos lo pareciese, desde o con la ayuda de las traducciones posteriores.

Para el lector impaciente la lectura de Diario de Moscú se puede convertir en una experiencia a ratos agotadora (y hasta farragosa), sentimiento o experiencia acicateados por la muy insatisfactoria, por machacona, desigual, descuidada, traducción de Brotons Muñoz, a tal punto que, en algunos pasajes, se llega a extraviar el sentido de lo que se lee; la puntuación y la ortografía, y hasta el uso de comillas o cursivas, son inconsistentes; y a ratos, o a menudo, se echa mucho menos en Brotons Muñoz el oficio de escritor que debe poseer, siquiera como segunda naturaleza, el traductor, y que a todas luces no agracia los talentos de Brotons Muñoz, quien, por solo citar un ejemplo, y temprano, escribe cosas tan poco naturales como “[Asya] tenía el rostro algo ensanchado debido a su larga permanencia en cama” en vez de “tenía [la cara] algo hinchada por el largo tiempo que  había permanecido postrada [en la cama]”. Se agradece cuando el traductor se afana en entregarnos no lo más (a)pegado a la letra del original, sino a su sentido o espíritu, cuando lo que se lee en la traducción no nos decepciona, no ya del traductor, sino hasta del autor traducido—si Benjamin hubiera escrito en alemán tal como en español lo hace Brotons Muñoz, Benjamin no fuese la lectura no solo enriquecedora y sorprendente—por personal, incisiva, original, lúcida— que es, sino además grata, placentera. Pero tampoco las traducciones de Marisa Delgado y Luciano Altman, aunque casi siempre superiores a la de Muñoz Brotons, "hacían el grado". De ahí que los editores de Patrias. Actos y Letras— y, sobre todo, Rolando Prats con su experiencia y destreza como traductor y escritor— decidieran rehacer esta traducción a través de un cotejo multilingüe, yendo y viniendo entre las lenguas de llegada y la de partida, en la esperanza de que esta versión que ahora presenta Patrias se acercara (y nos acercara) un poco más a la letra y el espíritu de Diario de Moscú, de Walter Benjamin.  Disclaimer: Aun cuando terminemos de publicar el Diario el próximo 1 de febrero, este esfuerzo es, y lo será todavía por algún tiempo, a work in progress. Lo que se puede leer ahora en Patrias es apenas un primer acercamiento—tarea inicial de poda, limpieza y reordenamiento, reacomodo— a su posible forma final.

Diario de Moscú presenta varias posibles lecturas—sumergirse, con Benjamin,  en el Moscú de finales de 1926 y principios de 1927, apenas dos años después de la muerte de Lenin y todavía en plena NEP y plena apertura, en lo social y lo artístico, a un abanico de evoluciones históricamente posibles de aquel primer experimento de construcción socialista firmemente en el poder; seguir, como en una noveleta, los trajines amorosos entre Benjamin, Asya Latsis y Bernhard Reich—o más bien los de estos dos con Asya, quien parece, a partes iguales, estar interesada en ambos por razones, si quizás también románticas, de inequívoco y despiadado cálculo—, o disfrutar y aprender de las detalladas y muy personales descripciones que hace el autor de acontecimientos y personajes de la época. A mí me interesa más leer al Benjamin que reflexiona sobre los acontecimientos políticos, describe el funcionamiento de la sociedad y el Estado y los efectos de la revolución, o del hecho revolucionario, sobre los hombres y las mujeres de entonces, tal como anotara el 20 de enero, poco antes de partir: "Es como si la estabilización de la situación del estado hubiera traído a su propia vida un sosiego o una ecuanimidad como la que, de ordinario, no se alcanza sino en la vejez." Quien ha vivido la experiencia revolucionaria sabe de primera mano que es una experiencia límite, que en el horizonte de la revolución la muerte es una posibilidad a flor de piel, ahí mismo y que, a la vez, la intensidad de la vida se acentúa de manera tal que el presente se percibe como perpetuo. Una perpetuidad que, por su propia irrealidad y transitoriedad, crea un vacío que ansía no serlo, deja una sensación de déjà vu, de un futuro que se avistó, que incluso puede que se haya tocado, y que sin embargo ha cesado, tan abruptamente como cesa todo, aunque parezca sucesivo—en el momento de nacer ya comenzamos a morir, nacer y morir son los extremos que se alejan, sin desanudarse, de un mismo acto, separados por el sueño de la vida.

Algunas partes de otras tantas entradas me hicieron recordar a Cuba en su entramado burocrático, en su funcionamiento a la vez como a medias y a destajo, en las relaciones que se establecieron entre artistas, intelectuales, gente del gremio, y las autoridades del gobierno o las instituciones, gente del poder. La entrada correspondiente al 7 de enero es significativa a ese respecto. La descripción que hace de los modos de funcionamiento de Rusia —Benjamin nunca se refiere a Rusia como a la Unión Soviética, ni siquiera a la Rusia soviética—parece ser la de Cuba ayer, posiblemente incluso hoy, no sé, salvando tanto las diferencias obvias, aunque a ratos no esenciales, de época y cultura, y los no tan obvios matices, del caso. Walter Benjamin describe el de Rusia como un sistema de "capitalismo de Estado" con "rasgos de inflación", y dice que la NEP —literalmente, la nueva política económica impulsada por Lenin desde 1921, que re-introdujo prácticas y métodos capitalistas en la economía de planificación estatal— ha sido autorizada como estrategia para salir del estancamiento en la producción de bienes y servicios. Hay apuntes en los que Benjamin se refiere a cómo consigue entradas para el teatro, o logra pactar una reunión con tal o cual personaje del aparato burocrático del Estado, o al estado de las calles y edificaciones, o mercados, o museos, o lugares públicos, que no pueden menos que hacerme recordar mis años cubanos. Se refiere, también, a la aparición de los "nepistas heroicos"—nepistas, es decir, beneficiaros de la NEP, y en este caso los más beneficiados por ella—, o ciudadanos que amasaban grandes fortunas como habría sido inconcebible o imposible durante los años del “comunismo de guerra” y que medraban a costa de "la limitación de las inversiones estatales a los artículos de primera necesidad". En la sociedad cubana de los años ochenta, estos "nepistas heroicos" eran los llamados "macetas", denominación cuyo origen desconozco y no me apremia averiguar, pero que tal vez podría inferirse de la expresión "de peso", del mismo modo que una maceta "tiene peso", y por asociación con la acumulación de la moneda nacional de entonces, y quizás la vox populi los "consagró" así, como tipos "de peso". A diferencia de los "nepistas heroicos ", los "macetas" operaban en contra de las disposiciones legales del Estado, eran delincuentes que medraban de las carencias y se enriquecían ilícitamente. Muy interesante resultan los apuntes de Benjamin sobre la manera de vestir de los ciudadanos, sobre cierto relajamiento en las costumbres y sobre lo que llama "la diversidad oriental" que, se puede colegir, se refiere al uso de trajes regionales o típicos como prendas de vestir en la vida diaria, observaciones éstas que podrían haber sido de la sociedad cubana de los años sesenta, setenta y ochenta—la manera "proletaria" de vestir, la generalización de la incivilidad y la engañifa de hacer pasar por popular o folklórico lo que era, y es, falta de educación, de buen gusto, de maneras... El refinamiento era un vicio pequeñoburgués. Hoy estamos viviendo las consecuencias de ese populismo bienintencionado tal vez (demagogia de algunos a un lado) pero mal encaminado, no sólo en lo que atañe a las costumbres sociales, sino, y más lamentablemente aún, en la actividad y la cultura económicas y las conductas sociales, civiles, políticas. Los que ayer se morían "por aquello" hoy se siguen muriendo "por esto", lo de ellos es morirse por la vida más planificada de todas, la burguesa—y hay muchos burgueses de espíritu sin un centavo en el bolsillo. Esta incapacidad tan nuestra de ser consistentes quizás también la explique, entre otros muchos factores, el enorme peso que tienen los afectos, lo afectivo en nosotros, pues nada es más inconsistente y acrítico (hasta arbitrario por, muchas veces, no reciprocado) que los afectos.

 

En la entrada del 7 de enero, cuando casi da por sentado que su futuro con Asya no sólo está comprometido, sino que ya es apenas imaginable, Benjamin se concentra en la descripción de la arquitectura social que ha nacido del experimento bolchevique. Su mirada sólo aparece comprometida con lo que ve, es ajena a estereotipos, no se deja comprar ni por la ideología ni por la propaganda. La manera de contar y describir de Benjamin es la de quien sabe que su testimonio por verdadero es valedero, y para el copista la experiencia de pasar la mano por la historia (de pasar a mano fragmentos de la historia), es la de ver, revivir, en tiempo real,  esa historia en esta y otras entradas de este diario que tan meticulosamente escribiera quien, años más tarde, en la imprecisa frontera entre una vergüenza y otra, muriera de una sobredosis de morfina o una hemorragia cerebral, tal como reza su certificado de defunción.

Los ojos, contemporáneos entonces y hoy, con que  Walter Benjamin atraviesa, y nos lega,  Moscú, esa mirada como anterior a sus propios prejuicios y expectativas, a sus propias limitaciones de clase—batalla en la que Benjamin a veces gana, a veces pierde, a veces queda empatado, en ese nudo en que se abrazan objetividad, subjetividad, consciencia de sí y autocrítica—, desde la que hilvana tantas otras de sus detalladas crónicas, prácticamente cada uno de sus textos trans-genéricos, se nos meten dentro como salvoconductos hacia ese pasado que se nos antoja tan remoto en el tiempo como distante en el espacio, pero que no sólo no es pasado, sino embrión de futuro deseante, inconcluso, pasado cargado de futuridad para esperanza de algunos y desasosiego de otros.

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