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ACTOS Y LETRAS
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Año VI / Vol. 24 / enero a marzo de 2022
Octubre amplió los límites de lo posible Fernando Martínez Heredia
(Publicado originalmente en Contracorriente, núm. 7, La Habana, agosto de 1977, págs. 265-272)
Me entusiasma participar en esta Mesa sobre la Revolución de Octubre, porque creo que es una gran idea recordar aquel proceso histórico, rescatarlo frente al olvido y frente a la tergiversación. La Revolución de Octubre ha sido sometida al olvido, sobre todo a partir de los eventos de los últimos diez años. Fueron sucesos tan extraordinarios y favorables al capitalismo, que ellos tardaron un poco en sacarle el provecho ideológico que ofrecían: después aprendieron a extraérselo bien. En la actualidad ya no existe el triunfalismo que siguió a la caída del Muro de Berlín, y el capitalismo simplemente ya no promete nada. Solo exige que no desafiemos su dominio, expresado sobre todo en la vida cotidiana; que renunciemos a la idea misma de que es posible otra vida que la vida bajo el capitalismo. A partir de ahí, dicen, usted puede ser diverso y hablar de cualquier cosa. Puede hasta hablar de la Revolución de Octubre, si le parece, aunque en realidad eso no es de buen gusto, porque ya nadie habla de ella.
El olvido pretende borrar la experiencia de las luchas de los pueblos, las experiencias de rebeldía atesoradas por los seres humanos. El olvido de la Revolución de Octubre es más factible que otros, por el final tan bochornoso que tuvo la URSS, a manos de sus propios gobernantes, y por la gigantesca confusión proveniente de que aquel grupo de poder se proclamaba representante y guía del socialismo en el mundo. Al olvido se suma y se mezcla la tergiversación, y ella va desde la atribución a Lenin y sus compañeros, y a la idea misma de socialismo, de la paternidad de todos los males de la historia de la URSS y del comunismo del siglo XX, hasta la creencia en una fatal desdicha o un gigantesco complot internacional que acabó con el supuesto socialismo de la Europa oriental. No es posible dejar que la herencia histórica de la revolución bolchevique desaparezca entre el fomento del desinterés de millones —sobre todo de los jóvenes— acerca de ella, y el acto de entregarla a recordaciones con aire y olores de museo.
Me parece imprescindible —y quiero decirlo bien claro— que recuperemos el significado de la gran revolución de los bolcheviques. Y eso exige la recuperación de toda la historia soviética, que incluye jornadas y esfuerzos maravillosos y el sacrificio abnegado de muchos millones de vidas, generadores de victorias y logros, y que incluye el trágico final de la revolución, hace ya 60 años, que consumó el despojo del proyecto liberador a manos del poder de un grupo dominante. Heroísmos y mezquindades, aciertos, errores y crímenes, la incapacidad de aquel régimen de crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo, esto es, la historia verdadera, es de un valor inapreciable para que los cubanos y los pueblos de todo el mundo saquemos todo el provecho a la experiencia de la Revolución de Octubre y a la historia de las luchas de este siglo.
Opino que la Revolución de Octubre significó un cambio en las posibilidades de liberación de la Humanidad. Ante todo fue eso. En la «bella época» de las décadas previas se creía en Europa —que estaba entonces a la cabeza de lo que se llamaba la civilización mundial— que el hombre blanco europeo tenía una fatigosa misión de alcance universal: civilizarnos a nosotros, a los restantes habitantes del planeta. El orgulloso imperialismo europeo había logrado incluso que el socialismo organizado y su pensamiento oficial funcionaran como una oposición honorable dentro del reconocimiento de la hegemonía burguesa. El marxismo legalizado de la II Internacional se tornó funcional a la dominación. En diciembre de 1917 el joven Antonio Gramsci publicó un artículo en el que afirma[ba] que los bolcheviques se ha[bía]n levantado contra una situación en que «El Capital de Marx era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios.»[1] Parece una exageración. Sin embargo[,] estaba expresando una situación real, con la radicalidad que por fortuna caracteriza a las afirmaciones de los jóvenes.
El pensamiento marxista adecuado a la dominación burguesa consideró a la Revolución de Octubre como una excepción. Después la palabra excepción se ha usado una y otra vez ante el hecho revolucionario que desgarra el campo de lo posible y muestra que la praxis puede crear realidades en las que el pensamiento debió creer, y a las que debió anunciar, explicar y aproximar. En 1961[,] el Che [], que trata de convertir [] su formación marxista en un instrumento teórico eficaz, escribe «Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?». Y excepción es un calificativo para los triunfadores, porque ha habido un repertorio de denominaciones para los revolucionarios —pequeño-burgueses, subjetivistas, militaristas, izquierdistas, idealistas, incluso agentes del enemigo— que solo ha cedido cuando aquellos han tenido éxito. En la América Latina actual los que han dejado de ser revolucionarios resultan entusiastas de esos adjetivos, pero también otros «que están de vuelta sin haber ido nunca», como dijo un compañero en frase feliz.
La Revolución y la Rusia soviética hicieron estallar los límites de lo posible. Después, el proceso tuvo que adecuarse a la realidad de que no triunfaban otras revoluciones europeas y comprender que en esas condiciones su proyecto y su actuación tenían límites marcados. La teoría marxiana de la revolución proletaria mundial tenía que replantearse[,] dadas las formas que asumió la expansión mundial capitalista y dados los hechos revolucionarios, pero de ningún modo podía hacerse a un lado. Esa revolución fue el teatro y el fruto de la grandeza de Lenin, que había escrito en 1905: «Es indudable que la revolución nos aleccionará, que aleccionará a las masas populares. Ahora bien, para el partido político en lucha la cuestión consiste en ver si sabremos enseñarle algo a la revolución...» Y preguntaba: «¿Nos atreveremos a vencer?». En 1917 ya Lenin tenía una destacada trayectoria de izquierda en el socialismo europeo, era el líder de una recia organización revolucionaria marxista rusa y tenía una vasta obra teórica profunda y radical. Al dirigir la toma del poder en Rusia ya no era un joven, y se vio muy afectado por la vida que había llevado y por los incidentes de los pocos años en que pudo estar al frente de la Revolución. Sin embargo[,] es grandioso lo que nos dejó en esa breve etapa. Cuando el Che estaba preparándose para su última misión internacionalista, un compañero cubano le pidió un plan para estudiar marxismo. El Che le relacionó un conjunto de textos que debía leer, entre ellos varios de Lenin, y le agregó: «y a partir de 1917 debes leértelo todo, hasta el último papelito que escribió».
Lenin fue el gobernante que, en un tiempo de hambre, cuando los visitantes del campo le dejaban ofrendas de quesos y otros alimentos, ordenaba que los enviaran a los hospitales y guarderías. A la vez, era el hombre sensible que escribía una escueta nota a su Comisario del Pueblo —ellos quisieron cambiarlo todo, hasta los nombres, y dejaron de llamarse ministros— de Comercio Interior: «le ordeno a usted que coma». Porque el Comisario del Pueblo no quería comer, ya que el pueblo no tenía comida.
En el terreno del pensamiento, pienso que la Revolución de Octubre implicó una ampliación del objeto del marxismo. Cuando comencé a leer marxismo me sentí muy mal, porque eran unos libros pedantes donde todo estaba ya resuelto; eran una incitación a echarse a dormir. Incluso allí el marxismo estaba definido de una vez para siempre, creo que era la ciencia de las leyes más generales de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, o algo así. Entonces leí El Estado y la Revolución, fue una suerte para mí. Y al estudiar las revoluciones rusas, el proceso soviético y el pensamiento marxista ruso y europeo inspirado por él, me convencí de que Octubre [había traido] una ampliación del objeto del marxismo. Por ejemplo, al final de la Guerra Civil y en medio del hambre, los bolcheviques estaban polemizando acerca de cómo educar mejor al niño preescolar. Dado que para ellos el juego es la forma fundamental de educación, decían, ¿será mejor que los niños jueguen a que siembran, cultivan y cosechan? Porque solo hay tierra disponible, pero hay bastante. Mas, ¿esto no l[o]s llevará a un mundo ideológico campesino? ¿Sería mejor que jueguen a que son obreros? Hay madera disponible, bastante, para hacer juegos de armar fábricas. Aunque quizás esto los motive menos. No era un debate entre improvisados, era entre sicólogos y pedagogos.
La acción bolchevique representó una ampliación real del objeto del pensamiento y del conocimiento: ahora era cambiar la vida de las personas, cambiarse a sí mismos y cambiar la vida de decenas de millones de personas. Por primera vez se puso en acto el proyecto comunista, y Rusia soviética fue la primera experiencia de intento de liberación total de los individuos y la sociedad. La transición socialista solo puede existir y mantenerse si se desarrolla y profundiza sin descanso. Solo mediante una originalidad capaz de revolucionar las instituciones y relaciones una y otra vez, mediante un gigantesco trabajo de masas motivadas y cada vez más concientes, mediante un poder y un planeamiento muy fuertes puestos al servicio del proyecto socialista y comunista, mediante una participación masiva en el control de la economía, la política y la reproducción y producción de las ideas, y en las decisiones de importancia. La Revolución y el régimen soviéticos fueron los primeros que se enfrentaron a esos retos inmensos. Su experiencia, y sus lecciones, son una invaluable riqueza con la que debemos contar.
«Leninismo», «dictadura del proletariado», aunque tienen historias diferentes, son expresiones que no me animo mucho a utilizar si se trata de comenzar a entendernos entre todos, y de que el marxismo sea útil. Cierto número de expresiones nos llevan a un camino fragoso, difícil, tortuoso; nos devuelven a una literatura detestable desde mi punto de vista, que nos fatigó a los más viejos durante décadas, y a los más jóvenes no los fatiga porque no la leen. Hay que ayudar a eliminar la confusión terrible que existe [] entre la manipulación estéril o perversa del marxismo[,] que ocupó con tanta fuerza y durante tanto tiempo el lugar del marxismo, y el riquísimo y diverso pensamiento marxista acumulado en siglo y medio, a mi juicio el mejor y más útil conjunto de pensamiento social de que disponemos. La crisis profunda en que cayó la reducción obligada a lo primero generó la multiplicación del rechazo y su rápida conversión en desinterés, en el marco de la dinámica social de Cuba actual.
Un factor muy favorable es la renovación del interés en el marxismo, que rápidamente se ha extendido entre sectores determinados de cubanos. Pero estimo que ella se debe a las necesidades muy sentidas de búsqueda de fundamentación para los valores anticapitalistas en su álgida lucha cultural actual contra los valores del capitalismo— condicionamiento social que es decisivo—, más que a eventos intelectuales notables en el campo del pensamiento marxista. Lo grave es que la intimidad entre ciencia y conciencia que caracteriza a la teoría marxista exige el desarrollo de la primera para que sea eficaz su relación con la segunda y su funcionalidad. En otras palabras, no nos servirá «asumir» cualquier marxismo, y es imprescindible una labor intelectual muy tenaz y calificada, que parta de los problemas principales de hoy. Una gigantesca labor de crítica y de creación debe suceder simultáneamente.
El asunto que nos reúne ofrece una riqueza teórica maravillosa. En el caso de la teoría marxiana de la dictadura del proletariado, aporta las ideas de numerosos marxistas que tuvieron que discutir y actuar a la vez, que escribir y experimentar, que seguir prediciendo mientras se enfrentaban a la angustia de los hechos, las insuficiencias y las decisiones a veces desgarradoras. Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Kautsky, Plejanov, Liebnecht y otros habían escrito y polemizado acerca de un proyecto; desde 1917 se creó un campo teórico descomunal en el que seguía siendo el proyecto la estrella polar, pero ahora puesto en relaciones —muchas veces quemantes— con toda la actividad y las ideas propias de la experiencia práctica de un régimen revolucionario que debía realizarlo todo. Se multiplicaron los polemistas y sobre todo se materializaron y se multiplicaron los problemas de las relaciones y contradicciones entre el poder y el proyecto, a mi juicio el problema central interno de las sociedades en transición socialista. (El problema central más general es el del enfrentamiento al capitalismo mundial y sus capacidades de agresión y de reaparición.) Nada puede sustituir [e]l estudio de los pensadores y de los que desempeñaron funciones, combinado con el estudio de los procesos sociales mismos. Estudio que debe incluir a los nuevos participantes del resto de Europa, tan importantes, y ahora también a los de Asia y América. Esa vuelta a este momento crucial de la historia del pensamiento marxista tendrá que tener en cuenta las interpretaciones notables que ya se han producido, pero está obligada a producir sus nuevas interpretaciones, porque así es necesario en todas las encrucijadas históricas, y estamos en una de ellas.
Una tarea como esa se puso a la orden del día en Cuba de los años sesenta. La gran revolución socialista de liberación nacional, pionera en la América Latina, la primera revolución socialista autóctona de Occidente, tuvo que asumir críticamente la riqueza de Octubre. Nos puede beneficar mucho en esta nueva coyuntura la cultura acumulada, pero sólo para realizar efectivamente una nueva tarea, sobre los problemas actuales y perspectivos, para la creación y recreación de un proyecto de liberación superio
Notas
[1] «La revolución contra El Capital», en Avanti!, Milan. Traducción de Manuel Sacristán, reproducida por Michael Löwy: El marxismo olvidado, Ed. Fontamara, Barcelona, 1978, p. 111.