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Doce tesis sobre la Revolución cubana Humberto T. Fernández

 

[I] El primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve, muchas de las tesis sobre la revolución y el modo de hacerla, de conducirla, quedaron, una vez más, en entredicho —la primera vez fue la Revolución bolchevique en 1917 bajo la conducción de Lenin. Ese día primero del año, la revolución dejó de ser sólo una teoría que postulaba la conjunción de circunstancias objetivas y subjetivas para convertirse en una práctica hacia las trasformaciones sociales y económicas que serían el fundamento mismo de la acción revolucionaria: la democratización del proceso político, la participación de las masas populares en el proceso de producción (y reproducción) de la vida material y espiritual y la legitimación de los poderes públicos basada en la fidelidad a los principios de independencia nacional y soberanía popular. Hay una versión anecdótica de la Cuba republicana, a story, que se resume en la frase insignia de la contrarrevolución: Cuba era una tacita de oro —el autómata (einen Automaten) del que Benjamin nos hablara en su primera tesis sobre la filosofía de la historia, o como apunta Marx en la primera de sus tesis sobre Feuerbach, la realidad […] bajo la forma de objeto o de contemplación…  Una contrarrevolución sin proyecto ni discurso se aventura a ficcionalizar la realidad para construirse el argumento que la valide. La otra versión es una versión histórica que a(de)nuncian los intelectuales y los revolucionarios de aquel momento: Cuba, un país frustrado en lo esencial político y una factoría productora de materia prima. La intervención del jefe de la Revolución cubana ese primer día del año mil novecientos cincuenta y nueve en la ciudad de Santiago de Cuba inaugura una nueva etapa en la conducción política de los procesos revolucionarios, en la que gobernantes y gobernados quedan obligados por la verdad como fundamento de la justicia: “Puesto que la verdad hay que decirla… Tengan la seguridad de que por primera vez de verdad la República será enteramente libre y el pueblo tendrá lo que merece.  El poder no ha sido fruto de la política, ha sido fruto del sacrificio de cientos y de miles de nuestros compañeros.  No hay otro compromiso que con el pueblo y con la nación cubana.  Llega al poder un hombre sin compromisos con nadie, sino con el pueblo exclusivamente.” El poder no ha sido fruto de la política, sino de la acción revolucionaria y del sacrificio y, ahí, se enroca con la fundacional y vieja tradición revolucionaria cubana: primero en Varela, las ideas; después en Céspedes, la acción; en Martí se da la conjunción de ambas, y se acrisola su dramática (agónica, imposible) unidad; y ese día primero del año cincuenta y nueve, la República será enteramente libre y el pueblo tendrá lo que merece. Después de cincuenta y ocho años, cuando el hombre sin compromisos con nadie ya no está físicamente, puede asegurarse que este es uno de los principios de la política revolucionaria del gobierno cubano más allá de puntuales y no tan puntuales críticas a ciertas prácticas de gobierno a lo largo de los ya muchos años de ejercicio del poder. Verdad no siempre entendida por los revolucionarios, nunca aceptada por los enemigos. La Revolución no es un acontecimiento finito, un evento con fecha inexorable de caducidad, más o menos perdurable, sustituible, y a la larga prescindible, fatalmente mortal –la Revolución es el ser-ahí de Cuba y el claro en la noche oscura que es toda realidad tangible. Tal vez aquí quepa recordar, con sorna y con rabia, el dogmatismo fundamental de quienes se consideran paladines y garantes de todas las libertades: los Estados Unidos de América, tan celosos de la a-temporalidad, de la vigencia eterna, por su capacidad para ser (re)interpretada y al mismo tiempo conservada ad infinitum y ad aeternum, de la Constitución más breve, genérica y abstracta de la historia, hija y reflejo del pensamiento histórico concreto de los padres fundadores.

 

[II] La Primera Declaración de La Habana, de septiembre de  1960, expone en formato jurídico los principios políticos latinoamericanistas e internacionalistas que van a animar al naciente Estado revolucionario: la reivindicación del pensamiento libertador latinoamericano, la libertad del gobierno revolucionario cubano de ser y establecer relaciones diplomáticas y alianzas políticas y militares con otras naciones fuera del hemisferio y el rechazo a la injerencia del gobierno norteamericano en Cuba y América Latina. Esta primera Declaración de La Habana responde a la declaración de San José de la Organización de Estados Americanos (OEA) de ese mismo año, en la que se acusaba a la Cuba revolucionaria de salirse del concierto de naciones democráticas del sistema interamericano. “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad”, escribe Marx en la segunda de sus tesis sobre Feuerbach: es con la denuncia, y con la prueba, del intervencionismo norteamericano, ora de manera agresiva contra Cuba, ora comprando votos y voluntades entre los gobiernos de turno de la región, que queda establecido el objetivo último de la política exterior de los EE.UU., uno de dominación y control. Salirse de la discusión estéril sobre si la política norteamericana está fundamentada en el respeto de la independencia de los países latinoamericanos es imperativo de la verdad: una cronología de los hechos y un análisis serio de las relaciones hemisféricas arrojan la verdad demostrada en la práctica. ¿Pueden los Estados Unidos sobrevivir a un cambio real en las relaciones hemisféricas, por no hablar ya en las relaciones internacionales? ¿Podrían sobrevivir en un modelo de relaciones justas, que priorice el desarrollo sostenido y equitativo de los pueblos? En la respuesta a esas preguntas está implícita la idea de la redención … Si, como escribe Benjamin en su segunda tesis, “en la idea que nos hacemos de la felicidad late inseparablemente la de la redención”[1], entonces la felicidad social —the pursuit of happiness consagrada en la declaración de independencia norteamericana— pasa por la acción emancipadora, por la liberación de la alienación, que comporta pasar de ser objetos de desarrollo (mercancía que consumir y ser consumida) a convertirse en sujetos del desarrollo (actores, que no agentes). No puede ser dentro de las “leyes de hierro” del capitalismo donde la redención —y, por tanto, la felicidad— se efectúe de manera consistente e irreversible. La Primera Declaración de La Habana fue un primer paso hacia la redención —la liberación, o el anuncio de la liberación, de la estructura de dominación neocolonial de los Estados Unidos.

 

[III] Así como Marx escribiera en la tercera de sus tesis sobre Feuerbach: “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.”, esta segunda declaración sirvió de marco referencial para la modificación de las circunstancias en las cuales la Revolución se proponía operar: transformación del régimen de propiedad y de las relaciones de producción. No hay cambio revolucionario sin cambios en el régimen de propiedad —de la propiedad privada de los medios de producción a la propiedad social de los mismos. No hay cambios revolucionarios sin la hostilidad, criminal muchas veces, de las clases dominantes, eso que la postmodernidad gaseosa se empeña en desconocer, lucha de clases. El análisis de las circunstancias que le permitieron a la burguesía y el capitalismo desmontar el sistema feudal, y cómo el capitalismo alojaba, en sí mismo, el núcleo de la nueva sociedad, el socialismo, mientras la burguesía se convertía en clase reaccionaria, es el centro enunciativo de esta segunda declaración, así como el análisis de cómo las clases dominantes demonizan a todos y a todo lo que amenace con quebrar radicalmente el statu quo que garantiza sus privilegios. Cincuenta y cinco años después de esta declaración es conveniente podarle el optimismo de sus circunstancias y observarla en su devenir. Resultó que el camino no era ni tan llano ni tan expedito hacia una nueva sociedad surgida de la toma revolucionaria del poder, ni se produjo un desarrollo de las fuerzas productivas tan espectacular que llevara al país a niveles de desarrollo económico superiores. El capitalismo tampoco tuvo un camino llano y expedito —la sociedad feudal, sus clases dominantes y sus instituciones, no fue barrida con un golpe de armas e ideas. La aceleración que los procesos tecnológicos e informáticos han impreso a la sociedad moderna podría ser factor determinante a tomar en cuenta a la hora de vaticinar (¿se pueden ofrecer vaticinios en las ciencias sociales?) cuándo el capitalismo como forma de organización social, política y económica será reemplazado por el socialismo. Lo que no tiene discusión es que formas superiores de convivencia social, estructuras económicas y participación política, son la única forma de garantizar el desarrollo integral y sostenido de una sociedad mundial sobrepoblada, excluida y empobrecida, así como de cerciorarse de que el escenario para este desarrollo, el ámbito natural, no desaparezca como consecuencia de la acumulación, y el secuestro, egoísta e insensato, de la riqueza producida. Benjamin escribió en su tercera tesis sobre la filosofía de la historia que “…la verdad de que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido para la historia” nos anima a pensar que el hecho de que las transformaciones sociales revolucionarias más importantes del siglo veinte fueron derrotadas (la URRS y el campo socialista, algunos procesos de independencia nacional y liberación en países africanos y asiáticos) no implica que haya que darlas como imposibles para la historia; el hecho de que el desarrollo económico de Cuba no haya sido alcanzado bajo las premisas del socialismo, en parte como consecuencia de las políticas del gobierno norteamericano, no quiere decir que haya que renunciar al socialismo —esta es la forma en que los revolucionarios hacen política: analizando la realidad y actuando en consecuencia, en cada momento, con sentido histórico… “… sólo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado”– esta cita de Benjamin apunta al postulado de la pertinencia de la utopía: empujando con el brazo y con el pecho, Cuba realizó la utopía que los nuevos "filósofos" niegan —una sociedad con todos y para el bien de todos.

 

[IV] El comienzo de la Revolución cubana sorprende a la Iglesia católica en una posición de alianza con las clases que habían sido desplazadas del protagonismo social y en una posición doctrinal que condenaba por radicalmente perverso el comunismo y cualquier postura o proceso político que asumiera al marxismo como presupuesto para la práctica revolucionaria. Las fuerzas revolucionarias veían en la Iglesia, y sus doctrinas, a una institución portadora de la enajenación, enemigo a vencer: sólo a través de la transformación de la base terrenal se puede liquidar la auto-enajenación religiosa, el desdoblamiento de la familia terrenal en la sagrada familia, escribe Marx en su cuarta tesis sobre Feuerbach. Faltaban unos años para que la Iglesia comenzara lo que se llamó en ese momento un proceso de aggiornamento, de renovación espiritual e institucional que diera cabida, o al menos prestara atención, a los discursos y las prácticas políticas del momento: procesos de liberación nacional e independencia, derechos de las minorías a la participación política y al desarrollo económico, y críticas a la cultura de la dominación y enajenación capitalista. Ese proceso de aggiornamento se dio en y a través del Concilio Ecuménico Vaticano II (1963-1965). Demasiado tarde para que la Iglesia cubana entrara en un diálogo serio y profundo con las nuevas realidades políticas del país. La confrontación entre el “comunismo ateo” y la “libertad religiosa” fue uno de los pilares ideológicos sobre los que se montó el diferendo Iglesia-Estado en Cuba. La no aceptación del ateísmo fue la piedra angular en la que la comunidad religiosa cubana, especialmente la Iglesia católica, estructuró su distanciamiento del Estado revolucionario, cuando no su oposición a él. La proclamación en ese momento del carácter socialista de la Revolución cubana con todas sus implicaciones geopolíticas e ideológicas radicalizó aún más el proceso revolucionario, haciendo no sólo imposible una política de buena vecindad con los Estados Unidos, sino insostenible una relación de aceptación por parte de la Iglesia, entendida esta en su clerecía y feligresía. La constitución aprobada en 1976, diecisiete años después del triunfo revolucionario, consagró al Estado cubano como confesionalmente ateo, lo que arrojó más argumentos de confrontación al diferendo: la Revolución se institucionalizó como un Estado con una profesión de fe no religiosa y las prácticas antirreligiosas proliferaron a niveles locales. Las posiciones se crisparon hasta el punto de que la práctica religiosa se convirtió en práctica contrarrevolucionaria. El surgimiento en América Latina de movimientos cristianos que asumían lo revolucionario, a partir de la teología de la liberación —una mirada desde la fe y la teología cristiana de las realidades sociales, políticas y económicas—, llevó a la dirección cubana, en particular a Fidel Castro, a la posibilidad de considerar la fe cristiana como un factor de concienciación revolucionaria en América Latina y Cuba. Los cristianos cubanos de diferentes denominaciones fueron convocados a participar, desde su identidad propia, en las transformaciones revolucionarias de la sociedad. El proceso de superación de las suspicacias y percepciones equivocadas ha tenido avances y retrocesos ­–luces y sombras– y todavía está por realizarse un análisis sobre cómo la práctica revolucionaria y la práctica religiosa cristiana pueden coincidir en el afán de construir una sociedad signada por la solidaridad y la justicia en detrimento de esa otra sociedad en la que el egoísmo, su aspecto moral, y el individualismo, su aspecto social, son los ejes rectores. Un cristiano honesto no tiene otra alternativa que abrazar la cruz y, muchas veces, caminar a tientas y preferir los riesgos del cambio a la seguridad de lo normal. El precio a pagar es la angustia, la soledad, la incomprensión que se sobrelleva con la fe en la palabra dicha, y hecha, "...todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos, o campos, por causa de mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna."

 

[V] Vida contemplativa: según el modelo de Bernardo de Claraval o la contemplación sensorial como negación de la actividad sensorial humana práctica, según enuncia Marx en la quinta de sus tesis sobre Feuerbach. El binomio, el par dialéctico, acción-contemplación: hombres de gobierno versus hombres de la cultura, según se puede inferir del discurso-mito, Palabras a los intelectuales, la alocución de Fidel en 1961, después de tres días de debate en la Biblioteca Nacional de Cuba, ante un numeroso grupo de artistas e intelectuales cubanos. Quizás el discurso que más breve y frecuentemente es (mal)citado, "dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada", y mutilado: "porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie  —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.  […]" Y ese nadie lo incluía a él mismo. Entonces, ¿vida activa o contemplativa? ¿Ser-para-la-acción o ser-para-el-pensamiento? La contemplación no es la negación de la acción —ora et labora, reza la máxima de los que siguen la regla de Bernardo—, así como la práctica revolucionaria no debe ser la negación de la vida espiritual. Para que la práctica revolucionaria sea verdadera y no un aventurerismo circunstancial y banal necesita estar fundamentada en valores espirituales, en principios éticos y prácticas morales. Es así cómo la “sensoriedad” deja de ser sólo una “actividad sensorial humana práctica” y se transforma en una práctica insuflada de espiritualidad, en la que los modales, las maneras, el buen gusto, el respeto al otro son pilares, soportes de esa práctica. Es así cómo el reduccionismo del historicismo se abre a la experiencia de la otredad y se convierte en práctica histórica liberadora. Palabras a los intelectuales se convirtió en el documento programático de la política cultural de la Revolución, pero no por eso es, ni tiene que ser, ni debe ser, un documento dogmático, inalterable —si la política revolucionaria en Cuba pudiera reducirse a una cualidad esta sería el anti-dogmatismo, la capacidad de leer la realidad, de interpretarla desde los principios de justicia que hacen de la Revolución una entidad distinta en un mundo insolidario, y transformar esa realidad a través de la práctica revolucionaria que es, fundamentalmente, trabajar para la satisfacción de las necesidades básicas de la ciudadanía con la mayor cantidad de equidad posible. El establecimiento de un orden social basado en la justicia distributiva y no en la generación incontrolada de ganancias, que no de riqueza, pasa necesariamente, si es que no es su primer requerimiento, por una reconversión radical de la cultura, entendida como la “organización jerárquica de valores” de la que nos hablara Foucault —una revolución verdadera implica y complica —y suplica por— una conversión radical de las conciencias, de las actitudes y de la práctica cotidiana, de lo contrario el viejo orden de cosas anula el proyecto de cambio social revolucionario. De ahí la insistencia de Fidel Castro en la primacía y la supervivencia de la Revolución por sobre todas las otras cosas, porque si se suprime la Revolución las condiciones para el cambio cultural y social desparecen, el modelo y el proyecto de un nuevo ordenamiento social, económico y político se liquidan. No se trata de abolir el pasado, de esconder lo que no nos gusta del pasado —la fundación de un nuevo Estado, una nación, una república se asienta en el reconocimiento positivo del pasado, en su asimilación en cuanto es fundamento de certidumbre para el nuevo Estado, la nueva nación, la nueva república. "El pasado sólo es atrapable como la imagen que refulge para nunca más volver, en el instante que se vuelve reconocible”, escribe Benjamin, y es esa imagen la que sirve de soporte del nuevo orden, esa imagen que refulge y no vuelve una vez que la reconocemos pero en cuyo fulgor nos auto-reconocemos y proyectamos. Quizás podría asociarse esta idea de Benjamin con el concepto de imagen de José Lezama Lima: el pasado no solo vuelve como imagen, sino que participa activamente en el presente histórico con una fuerza y una cualidad especial e ineludible. La práctica de las políticas culturales del Estado revolucionario cubano fue excesiva en su acento de la novedad y en su desestimación del pasado como ponzoñoso y caduco. Esa falta de conexión entre el antes y el después creó un vacío de identidad que el mimetismo intentó llenar. La Revolución no es solo movimiento, es también quietud, o, al menos, sin la quietud, sin espiritualidad, sin contemplación, la obra de la Revolución remedaría a la serpiente que se muerde su propia cola, en vez de que el pasado sea esa misma serpiente pero con la cabeza aplastada por pie de mujer.

 

[VI] Si de la extensa obra oratoria de Fidel Castro hubiera que seleccionar una intervención que por su forma, contenido y proyección fuera la cifra del pensamiento del líder cubano, sería su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1979 como Presidente del Movimiento de Países No Alineados. En 1979, mis ideas y mis afectos no estaban precisamente del lado de la Revolución. Sin embargo, ese discurso me pareció que podía ser suscrito por cualquiera que hiciera de la verdad, del altruismo, de la solidaridad, del sacrificio, atributos. Un discurso evangélico, dije entonces, no entendido como sentimiento religioso, la abstracción que critica Marx en Feuerbach, sino entendido en su dimensión prospectiva. No un discurso que deja fuera las texturas de las relaciones sociales, sino que las tiene en cuenta, a sabiendas de su carácter contradictorio, porque solo una interpretación de la realidad que no se aparta de su contenido social puede trascender su inherente limitación temporal. Se trata de un llamado a la inconformidad, de manera tal que el cambio revolucionario no se asocie sólo con su finalidad redentora, sino con su condición de arma en la lucha contra el enemigo del mismo —“Los Países No Alineados sabemos bien cuáles son nuestros enemigos históricos…” dijo Fidel—, porque “tampoco los muertos estarán a salvo—escribe Benjamin— si éste vence”.

 

[VII] El pasado entristece, nos entristece pensar en el pasado… Han pasado treinta años desde el primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve… Las (que parecían) inamovibles realidades de los países del campo socialista y la URSS estaban haciendo aguas y el líder cubano llama a esos momentos, treinta años después del optimismo inicial, tiempos de confusión… y lo eran, lo fueron… y fueron tiempos tristes también, de esa tristeza que Benjamin dice que se origina "en la apatía del corazón…" y fueron tiempos aciagos no solo para la Revolución sino también para el mundo —se avecinaba el fin de la historia y el comienzo de las historietas (re)producidas ad infinitum por Hollywood, trágicas pero trasuntadas con las apariencias de un humor des-graciado. A casi treinta años de aquellos treinta años que celebraban los treinta años del primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve, ¿qué lecturas, qué lecciones se pueden colegir?  La Revolución cubana no colapsó, es decir, las estructuras de gobierno, las estructuras sociales, políticas y económicas sobre las que está sostenida la sociedad cubana siguen in situ luego de transformaciones más o menos profundas, pero transformaciones que han cambiado dramática, y definitivamente, a la sociedad cubana. Diríase que el sesgo utópico que predominó en los primeras treinta años ha desaparecido, así como el alto contenido ideológico; el resultado es una sociedad más pragmática, menos uniforme, en la que han entrado en escena ciertas formas y contenidos de la economía de mercado. Sin embargo, las líneas fundamentales del proyecto revolucionario siguen vigentes: la disponibilidad de los servicios públicos de manera gratuita y universal, la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad, las formas socialistas de producción y legalidad, las normas que rigen la vida política no están dictadas por los intereses de grupos económicos, nacionales o foráneos sino parten de principios y concepciones, políticas y filosóficas, expresados en una organización política, el partido comunista. La necesidad de una organización que represente a los distintos sectores de la sociedad y que lo haga reuniendo en su seno a los elementos más conscientes, capaces y decididos de esa sociedad es garantía de que el proyecto original, aunque se adapte a nuevas circunstancias, no sea alterado en sus fundamentos.

 

[VIII] Los procesos revolucionarios, si son verdaderos, no admiten (falsos) mesianismos ni (falsos) profetismos. ¿Quién se iba a imaginar en el verano de 1989 que el país líder del campo socialista iba a colapsar dos años después? Aun cuando algunos políticos y agencias de inteligencia podían convocar ese sueño o pesadilla, dependiendo de los intereses de quien observara los acontecimientos, la implosión de la “primera revolución socialista victoriosa” o del “imperio del mal” era, casi, impensable. Como apuntara Marx en la octava de sus tesis sobre Feuerbach, “la vida social es […] práctica”, y la práctica de la vida soviética estaba resquebrajando la unidad —ese deseo de ser competencia en vez de alternativa dio al traste con un proceso que ya venía herido por políticas erradas en torno a las relaciones entre nacionalidades, las relaciones entre los artistas y escritores con el poder, la política exterior (la guerra de ocupación de Afganistán), la representatividad ciudadana y una industria ligera y una economía doméstica que no  satisfacían algunas demandas de la ciudadanía, aunque las básicas estaban resueltas. En ese contexto, una nueva dirección sustituye a una dirigencia todavía histórica y se propone darle un rostro humano al socialismo comprando las tesis de sus enemigos ideológicos —toda la demagogia de la libertad y la transparencia, los derechos y el libre mercado. Los enemigos sabían que no iban a derrotar a los soviéticos en el campo de batalla real y los llevaron al campo de batalla virtual de la (falsa) cultura, en que los símbolos son más poderosos que las armas; el mismo campo de batalla en el que la administración de Barack Obama pretendió encerrar al gobierno, al Estado y al pueblo cubanos, con lucecitas y golosinas, banderitas y modas… Ese verano de 1989, el líder cubano dijo, “vivimos un momento especial dentro del movimiento revolucionario mundial. No vamos a andar con melindres, tenemos que llamar las cosas por su nombre…”, para luego añadir, “imagínense ustedes qué ocurriría en el mundo si la comunidad socialista desapareciera. De acuerdo con esa hipótesis, si eso fuera posible —que no lo creo posible…”; pero lo fue y dos años después la Unión Soviética desapareció entre sus propios errores de cálculo y ante el desconcierto de todos, tirios y troyanos… Benjamin advierte contra ese optimismo que ve la historia y los procesos históricos ascender en espiral hacia la tierra prometida, a través del mercado (market equilibrium) o del comunismo (la sociedad sin clases). La visión de la historia debe ser más compleja —todas las generaciones se atribuyen vivir en “situaciones de emergencia”, insólitas, definitorias…  Y están en la verdad, porque ese tipo de situación es la regla, no la excepción. En cada momento la humanidad se está jugando su supervivencia, en cada momento los individuos concretos matan o mueren por su supervivencia. Los procesos revolucionarios necesitan de un profetismo que no se base en oráculos adivinatorios y desarrolle la fe en su capacidad de imponerse a las más adversas circunstancias: “Tenemos que ser más realistas que nunca. Pero tenemos que hablar, tenemos que advertir al imperialismo que no se haga tantas ilusiones con relación a nuestra Revolución y con relación a la idea de que nuestra Revolución no pudiera resistir si hay una debacle en la comunidad socialista; porque si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS, o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!” La resistencia que hace confiables los procesos políticos y esa confiabilidad es la base social de apoyo. La resistencia que ha hecho de Cuba y de la Revolución cubana disidencia genuina; los oficialismos y sus oficiantes se convulsionan ante la disidencia de la Cuba revolucionaria. Las "sociedades libres" retroceden hacia formas de gobiernos corruptas y anti-democráticas y los intelectuales "independientes" hacen unos malabares lingüísticos y conceptuosos que harían palidecer a la academia postmoderna francesa. [De repente, recuerdo dos lecturas recientes y asimétricas: Sumisión, de Michel Houellebecq e Insumisos, del recientemente fallecido Tzvetan Todorov, franceses por más señas: la novela de Houlellebecq nos presenta al mundo cristiano occidental sometido al Islam y el ensayo de Todorov a individualidades que resistieron en regímenes totalitarios del mundo cristiano occidental; ambas narraciones, desde sus especificidades, apuntan a una misma crisis, la del paradigma del mundo moderno, tecnológico y global y su corolario político, la democracia liberal.] La Revolución cubana ha demostrado su capacidad de resistencia, su disidencia, frente a los más “seguros” vaticinios —más de veinticinco años después de la caída de la URSS y del desplome del campo socialista que había comenzado dos años antes, la Revolución cubana sigue ahí con los mismos enemigos de siempre, cada vez más perdidos en sus predicciones. Los movimientos políticos revolucionarios, de liberación y de emancipación de hoy y de mañana tienen otra fuente clásica de referencia para la transformación socialista de la sociedad en la práctica y en la resistencia de la Revolución cubana.

 

[IX] Escribe Benjamin en su novena tesis, “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él a un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto.” Recordar el pasado es parte de la liturgia humana, pero también es parte de esa liturgia evocar el futuro. La figura del emisario, el ángel que trae el mensaje desde el pasado y que anuncia el futuro y, entre esos dos momentos, el hoy, el presente —ese algo sobre lo cual el ángel de Klee clava la mirada—, que se descorre y tritura el futuro en pasado y, de pronto, han pasado, cincuenta años, y el que fue un joven de veintiséis años dice, “Parece algo irreal estar aquí en este mismo sitio […] han pasado sobre mi vida 50 años más de lucha”. El asombro que produce el paso del tiempo, no el desconcierto de quien se agota en la lamentación por el tiempo ido, hacen que esos largos años parezcan el vuelo de un ángel que anuncia, que extermina, que guarda, que acompaña. Y así va desgranando la mirada sobre lo que se ha alcanzado, con una fe que lleva aparejada la verdad que se manifiesta en la actividad práctica de la que hablara Marx cuando comenta el materialismo contemplativo de Feuerbach. El que fue un joven de veintiséis años en 1953 dice, “Educar al pueblo en la verdad, con palabras y con hechos irrebatibles, ha sido quizás el factor fundamental de la grandiosa proeza que éste ha realizado”. La verdad y la educación, como principios y valores políticos, son condiciones sine qua non de la libertad plena. Los nuevos paradigmas sociales emergerán de imperativos éticos y sociales más que de exigencias y demandas económicas. Las actuales estructuras socio-económicas son insuficientes para dar una solución satisfactoria a las demandas culturales y espirituales de las grandes mayorías. Esta contradicción entre el impresionante desarrollo económico alcanzado —y que afecta a un muy reducido porcentaje de la población mundial— y las necesidades espirituales y culturales de nuestro tiempo son la fuente de desconcierto, malestar, subversión y terrorismo practicado por Estados y grupos de manera sistemática y asimétrica. La riqueza material creada debe ser el soporte de un orden social y económico que descanse en valores éticos, respetuoso de la diversidad cultural y del medio ambiente y orientado a la satisfacción de las demandas de la población y no de unos pocos individuos.

 

[X] Releo con atención esta décima tesis de Marx sobre Feuerbach, “el punto de vista del nuevo materialismo no es la sociedad civil, sino la sociedad humana o la humanidad socializada”, y la releo, la tesis de Marx, en el contexto de la lectura de la comparecencia televisada de Fidel Castro el 25 de abril de 2003, a unos días del comienzo de la invasión norteamericana (injustificada) de Iraq, en medio de una ola de secuestros de naves aéreas y marítimas cubanas con destino a los Estados Unidos y de la detención de 75 opositores y disidentes que en la práctica se comportaban, y se comportan, como “adelantados” de una potencia, cuando menos, adversaria. [La mayoría de los opositores y disidentes acusan al gobierno cubano, como se acusó en su momento a todos los gobiernos socialistas de Europa oriental, de desarticular la “sociedad civil”, ese tejido que en las sociedades emergentes de las revoluciones burguesas del siglo diecinueve agrupaban a los que no participaban directamente en la gestión de gobierno y se asociaban para tomar iniciativas y actuar al margen de éste. Desde la lectura de Marx, la sociedad humana reemplaza a la sociedad civil, mejor aún, la sustantiva, le da sentido —el individuo no es anulado sino que se entiende a sí mismo como parte de una comunidad, se transforma en persona sin perder, ni empeñar, su individualidad. La sociedad humana no será el resultado inmediato y tangible de la revolución, sino la consecuencia del desarrollo de la conciencia moral y política, un proyecto a largo plazo.] Entonces, en esa comparecencia de abril de 2003, Fidel Castro imparte una lección magistral de política, de análisis político y de responsabilidad gubernamental. Con pedagogía casuística va relatando los antecedentes y los eventos que, vistos en conjunto, pusieron al Estado cubano ante la posibilidad de que la administración norteamericana de turno cediera a los reclamos de una parte muy poderosa de la comunidad cubana de Miami y se lanzara en una aventura militar contra Cuba, aprovechando una coyuntura mundial favorable a las soluciones bélicas de los conflictos. Solo la exposición detallada de los hechos y el análisis político veraz de los mismos, sin concesiones a facilismos, pueden "convencer" al enemigo de evitar la confrontación, ya que queda expuesto en su falta de racionalidad y legalidad. Es así que se puede demostrar la falsedad y la mediocridad del modelo que quieren imponer las élites del capital y las transnacionales al resto del mundo. Benjamin sugiere en una de sus tesis sobre la historia que "Los temas de meditación que la regla conventual proponía a los hermanos novicios tenían la tarea de alejarlos del mundo y sus afanes", de lo que se puede colegir que decir, o escribir, estas cosas, como los temas de meditación que usaban los monjes, nos gana la repugnancia del mundo pero nos libera de tener que acatar o pactar con las medias verdades de esos que nos desprecian.

 

[XI] Quizás la más usada, abusada, mal esgrimida de las tesis de Marx sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” No es un llamado a dejar el estudio, el análisis, la teoría, en favor del hacer sin más, de involucrarse en la acción y en la práctica sin fundamento. La transformación de la realidad, si es genuina, es un acto que se fundamenta en la palabra, y desde ese entramado de acto y palabra, la realidad social comienza a ser transformada. Por eso los procesos revolucionarios comienzan por renovar las bases educativas de la sociedad, estimular el crecimiento del número de los usuarios de la cultura a través de programas que eleven el nivel de escolaridad y de instrucción de la población, y por otorgar a la cultura un lugar y un papel determinantes en el desarrollo integral de la sociedad. Todo proceso revolucionario que aspire a permanecer, como fundamento de la cultura de un país, tiene que transformar profunda y radicalmente la sociedad de ese país y, en ese proceso de transformación, la cuota de sacrificio es directamente proporcional a su profundidad y radicalidad. Las soluciones a medias o el conformismo pueden ser letales en los procesos revolucionarios —“El conformismo [...] es una de las razones de su colapso ulterior", escribe Benjamin refiriéndose a la socialdemocracia. Conformarse con lo que se pudo hacer o, peor, sentir que el tiempo ha derrotado los sueños, que la realidad ha impuesto su inapelable sentencia: todo ha de morir, desaparecer, volver al polvo que siempre fue..., es abrir las compuertas de la regresión social que siempre será más devastadora y violenta que su versión anterior. En las circunstancias de la Cuba revolucionaria, el primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve inaugura un momento cualitativamente distinto en las relaciones hemisféricas, con impacto mundial, y se posiciona como vanguardia del movimiento revolucionario de los países del llamado Tercer Mundo. El liderazgo de ese proceso no descuidó un momento, en medio de las más difíciles circunstancias, la tarea de alentar los planes y solidificar las estructuras que garantizaran la sobrevivencia del proyecto emancipador frente a la hostilidad de muchos y la indolencia de otros. Sabiéndose enfermo, Fidel Castro lanza su Proclama del 31 de Julio de 2006, en la que se refiere a su enfermedad, a la necesidad de decir la verdad, aunque sea dura, en la que renuncia a todos sus cargos y responsabilidades al frente del partido, el Estado y el gobierno, y deja claramente distribuidas las responsabilidades entre los que eran, en esos momentos, sus más cercanos colaboradores. Es un documento sobrio, sin estridencias retóricas, al que acompaña, el día siguiente, otro documento en el cual Fidel Castro decide mantener su salud como secreto de estado: “En la situación específica de Cuba, debido a los planes del imperio, mi estado de salud se convierte en un secreto de Estado que no puede estar divulgándose constantemente; y los compatriotas deben comprender eso.” El magisterio político de Fidel Castro es quizás el más importante legado de su vida revolucionaria: cómo transformar la sociedad y sus diversos sujetos, cómo ser el eterno inconforme sin caer en el histrionismo, y cómo perseverar frente a la agresividad de la reacción. En mensaje publicado el 18 de febrero de 2008 para afirmar el carácter definitivo de su apartamiento de los puestos de mando y dirección condensa lo que debe ser el estilo de un estadista con voluntad de vencer, no para sí mismo, sino para hacer de este mundo un lugar en que los ideales de justicia y libertad más celosamente guardados de la humanidad se hagan realidad: “El propio Raúl [...] y los demás compañeros de la dirección del Partido y el Estado, fueron renuentes a considerarme apartado de mis cargos a pesar de mi estado precario de salud. Era incómoda mi posición frente a un adversario que hizo todo lo imaginable por deshacerse de mí y en nada me agradaba complacerlo [...] Prepararlo para mi ausencia, sicológica y políticamente, era mi primera obligación después de tantos años de lucha [...] Mi deseo fue siempre cumplir el deber hasta el último aliento. Es lo que puedo ofrecer [...] no aspiraré ni aceptaré–repito– no aspiraré ni aceptaré, el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe. Traicionaría por tanto mi conciencia ocupar una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total que no estoy en condiciones físicas de ofrecer. Lo explico sin dramatismo. El camino siempre será difícil y requerirá el esfuerzo inteligente de todos. Desconfío de las sendas aparentemente fáciles de la apologética, o la autoflagelación como antítesis. Prepararse siempre para la peor de las variantes. Ser tan prudentes en el éxito como firmes en la adversidad es un principio que no puede olvidarse. El adversario a derrotar es sumamente fuerte, pero lo hemos mantenido a raya durante medio siglo.” Nunca fue más claro el desmentido a tanta propaganda, nunca más transparente el principio de que para transformar la realidad, la verdad y la decisión de luchar son los argumentos de la práctica revolucionaria y el antídoto contra el desaliento. Lo que en 1961 dijera a los escritores y artistas reunidos en la Biblioteca Nacional, "Contra la revolución, nada [...] nadie", se lo aplicó a sí mismo —después de analizar si su permanencia al frente del Estado y el Gobierno era para beneficio de la Revolución, decidió hacer por sí mismo, lo que sus enemigos no pudieron ni previeron, el "dictador" renunció a toda las responsabilidades y autoridades menos a aquella a la que ni el mismo pudo renunciar: su autoridad moral como jefe revolucionario.

 

[XII] Las revoluciones no se hacen con permiso y, a su paso, la vida de las instituciones y de las personas entran en conflicto agónico entre lo que pudo ser y no es, entre lo que debe ser y no es. El viejo conflicto paulino entre hacer lo que no quiero y dejar de hacer lo que quiero. La Revolución cubana situó a la nación cubana de cara a su destino político —sin dramatismos falsos pero con sentido del drama que es toda vida verdadera, todo acontecimiento real— y desterró de ese destino el facilismo, la mentira y la falta de seriedad. Una de las verdades de la Revolución cubana es que ha sido un proceso en continuo cambio en el cual, muchas veces, ni los mismos protagonistas se reconocen —una puesta en escena en la que la repetición es el elemento esencial del cambio constante. Repetición del hecho revolucionario desde diferentes ángulos, en distintos contextos: los mismos actores, el mismo argumento, modificados por las circunstancias, (re)interpretándose a sí mismos, variaciones sobre un mismo tema. El conflicto entre el individuo y la sociedad se agudiza hasta que pierde todo afeite y quedan al descubierto todas las cicatrices del ejercicio del ocultamiento o la exposición del individuo en la sociedad. El individuo se afirma en cuanto tal cuando cobra conciencia de su sociabilidad; la masa no puede anular la individualidad sin convertirse en algo amorfo y seriado. La revolución no se agota ni en sí misma ni en sus sucesivos actores, sino que persevera hasta que se realice la justicia o se apague el sol.

 

La misma revolución y, a la vez, muchas revoluciones —por primera vez en la historia de Cuba, el ala y la raíz se pertenecen.

 

7 de febrero de 2017

Notas

[1] La traducción de las citas de Benjamin ha sido tomada de Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos (Introducción y traducción de Bolívar Echeverría), Editorial Ítaca, Universidad Autómoma de la Ciudad de México, 1a. edición, 2008.

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