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¿Cómo se fabrica un cambio de régimen?* Alan McLeod

 

 

*Publicado originalmente en Venezuelanalysis con el título “How the Media Manufactures Consent for Regime Change in Venezuela” el 10 de febrero de 2019. Traducido del inglés por Rolando Prats para Patrias. Actos y Letras.

 

Ante nuestros ojos se despliega el último capítulo extraordinario en el extraño mundo de la política venezolana. Tras vencer en las elecciones presidenciales de 2018, Nicolás Maduro fue investido en enero, sólo para que el jefe de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, de quien hasta ese momento menos del 20 por ciento de la población del país había oído hablar, se declarara presidente.

Guaidó fue inmediatamente respaldado por los gobiernos de los Estados Unidos y el Reino Unido, al tiempo que el Vicepresidente Mike Pence declaraba: “Nicolás Maduro es un dictador carente de toda reivindicación legítima del poder. Nunca ha ganado la presidencia en unas elecciones libres y justas, y ha mantenido su control del poder encarcelando a cualquiera que se atreva a oponérsele.”

En otras ocasiones he dado ejemplos de cómo los medios de comunicación no han tardado en hacerse eco de la idea de que Maduro es totalmente ilegítimo y se han afanado en hacer aparecer la postura de los Estados Unidos en relación con la política venezolana como una de árbitro neutral.

 

¿Por qué los principales medios de comunicación, que en los Estados Unidos se resisten a Trump, se han alineado tan claramente con la política de Trump en Venezuela? ¿Y por qué ha suscitado tan pocas críticas lo que esencialmente es un intento de golpe de Estado con el apoyo de los Estados Unidos?

 

En un estudio reciente, analicé cómo los medios de comunicación habían presentado las elecciones de 2018 en Colombia y Venezuela. Un examen de la cobertura de prensa que recibieron esas dos elecciones puede ayudarnos a entender por qué escasean los matices en la cobertura que hacen los medios de las relaciones entre los Estados Unidos y Venezuela.

 

 

Un estudio seminal sirve de punto de partida

Para estudiar las elecciones de 2018, utilicé el modelo de propaganda delineado por los estudiosos de los medios de comunicación Edward S. Herman y Noam Chomsky en su libro Manufacturing Consent. Según este modelo, los medios de comunicación propiedad de corporaciones no son un lugar neutral para la verdad, sino que, por el contrario, son un vehículo para promover los intereses de los propietarios de los medios y de sus anunciantes.

Los autores sostienen que, en contraste con la censura impuesta desde arriba por gobiernos autoritarios, esos medios aseguran la uniformidad de las opiniones a través de la preselección de editores y reporteros que tengan un “pensamiento adecuado” y que se hayan formado en las escuelas “adecuadas”. Sobre esa base, los medios difunden la información —o, al menos, se autocensuran— de una manera que proteja o fomente la ideología de los propietarios, los anunciantes y las fuentes oficiales.

Para ilustrar este fenómeno, Herman y Chomsky se apoyan en la cobertura de prensa de las elecciones en tres países: Guatemala, Honduras y Nicaragua.

Las elecciones presidenciales guatemaltecas de 1982 y las elecciones presidenciales hondureñas de 1984 a 1985 se celebraron bajo lo que Herman y Chomsky describen como “condiciones de brutal y permanente terrorismo de Estado contra la población civil” . Herman y Chomsky muestran cómo los medios de comunicación estadounidenses ignoraron las enormes olas de violencia que anegaron esas dos elecciones. Dan Rather, de la CBS, por ejemplo, calificó de “alentadores” los acontecimientos en Guatemala.

Entretanto, Herman y Chomsky explican cómo las elecciones nicaragüenses de 1984 en que se impusieron los sandinistas fueron un “modelo de probidad y equidad para los estándares latinoamericanos”. Sin embargo, la cobertura de los medios de comunicación estadounidenses tiñó esas elecciones de un implacable tono de negatividad. Según la revista Time Magazine el ambiente electoral era de “indiferencia”, los votantes se mostraban “demasiado apáticos para asistir a las urnas” y  “el resultado nunca estuvo en duda”, dando a entender la existencia de un sistema amañado, mientras numerosos artículos analizaban el “miedo” de los votantes nicaragüenses.

La cobertura de los medios de comunicación dominantes, concluyeron los autores de Manufacturing Consent, fabricó una realidad que era propicia para los intereses del Gobierno de los Estados Unidos —el cual buscaba apuntalar a sus Estados clientes y demonizar a Nicaragua— y las corporaciones multinacionales, uno y otras ávidos por trabajar con gobiernos de derecha complacientes que les permitieran afianzarse todavía más en América Central.

 

 

Cobertura de dos elecciones: estudio de caso

A partir de este método de ejemplos apareados para someter a prueba el modelo de propaganda, estudié la cobertura que habían recibido en los medios de comunicación occidentales las elecciones de 2018 en Colombia —aliado clave de los Estados Unidos— y en Venezuela, enemigo jurado. En Colombia triunfó el conservador Iván Duque; en Venezuela, el socialista Nicolás Maduro.

Las elecciones en Colombia transcurrieron en un exacerbado estado de terror, en que el candidato de la izquierda, Gustavo Petro, sobrevivió por estrecho margen a un intento de asesinato y paramilitares de derecha amenazaban de manera generalizada a quienes trataran de votar por él. Durante la presidencia de Álvaro Uribe, el partido conservador gobernante llegó a masacrar a más de 10.000 civiles, al tiempo que observadores electorales estadounidenses, como el profesor de derecho de la Universidad de Pittsburgh Daniel Kovalik, eran confundidos con votantes y recibían ofertas de soborno para que votaran por Duque. Hubo más de 250 denuncias oficiales de fraude electoral.

Los principales medios de comunicación, sin embargo, respaldaron abrumadoramente las elecciones en el país aliado de los Estados Unidos, presentándolas como un momento de esperanza para el país y restándole importancia a cualquier aspecto negativo, especialmente a la violencia. CNN informó de que “aunque se [habían] registrado incidentes aislados de violencia relacionados con las elecciones, estos ha[bían]sido mínimos”. La agencia Associated Press fue más lejos, y alegó que el verdadero peligro al que se enfrentaba Colombia era la posibilidad de que Petro empujara al país “peligrosamente hacia la izquierda”, mientras que NPR calificaba a Álvaro Uribe de “inmensamente popular”, y pasaba bajo silencio toda posible conexión con las masacres que el gobierno de Uribe había perpetrado.

 

En contraste, los principales medios de comunicación presentaron, virtualmente de manera unánime, las elecciones celebradas simultáneamente en Venezuela como una parodia, la “coronación de un dictador”, según había dicho The Independent. Otros grandes medios las calificaron de “fuertemente amañadas”, de “fortalecimiento de una dictadura” y de “farsa para cimentar una autocracia”. The Miami Herald las calificó de “fraudulentas”, una “farsa”, una “pantomima” y una “jugarreta” en el espacio de una sola columna.

Las elecciones venezolanas, es cierto, no estuvieron exentas de aspectos cuestionables. No obstante, la idea de una “farsa electoral” en toda regla fue rotundamente desmentida por todas las organizaciones internacionales observadoras que habían supervisado los comicios, muchas de las cuales elaboraron informes detallados que daban fe de la organización y conducción ejemplares de las elecciones. En el seguimiento de las elecciones de 2018 participaron destacados observadores internacionales, entre ellos el ex presidente del Gobierno español José Zapatero, quien afirmó “no tener ninguna duda sobre el proceso de votación”, y el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien declaró que las elecciones, “impecablemente organizadas”, habían transcurrido con “absoluta normalidad”.

 

Y, sin embargo, habría sido difícil encontrar ningún reconocimiento de esa realidad en los medios de comunicación occidentales.

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Los medios de comunicación dominantes parecen ignorar las opiniones de la masa de venezolanos, de los cuales el ochenta y seis por ciento se oponen a una intervención militar y el ochenta y uno por ciento están en desacuerdo con las actuales sanciones

El gobierno de los Estados Unidos muestra sus verdaderas intenciones

Por el contrario, desde la toma de posesión de Maduro, muchos parecen haber abogado abiertamente por un cambio de régimen en Venezuela. Uno de los pocos rasgos positivos de la administración de Trump es que no trata de ocultar sus verdaderas intenciones detrás de palabras engañosas y floridas. John Bolton, Asesor de Seguridad Nacional de Trump, ha descrito abiertamente a Venezuela como una oportunidad para hacer negocios.

“Sería muy diferente para la economía de los Estados Unidos si las compañías petroleras estadounidenses pudiesen realmente invertir y crear capacidades en el sector petrolero de Venezuela”, dijo.

De manera claramente similar a los preparativos de la guerra en Iraq, Bolton también calificó a Venezuela de integrante de una “troika de gobiernos tiránicos” y recientemente propuso que se enviara a Maduro a la Bahía de Guantánamo. El gobierno del Reino Unido ha bloqueado la transferencia de oro venezolano desde el Banco de Inglaterra, después de declarar a Guaidó  líder legítimo de Venezuela. Al mismo tiempo, los Estados Unidos han redoblado sus sanciones contra la asediada nación, a pesar de las súplicas de las Naciones Unidas de que hicieran lo contrario. El Consejo de Derechos Humanos de esa organización condenó oficialmente las sanciones y señaló que estas habían empeorado gravemente la crisis. Un Relator Especial las calificó de posible “crimen de lesa humanidad”.

Aún así, la prensa, en grado abrumador, es cómplice de la excusa de la “promoción de la democracia” y la protección de los derechos humanos. The Washington Post, por ejemplo, aplaudió las acciones de la Administración y la instó a trabajar con el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional, a fin de endurecer las sanciones, al tiempo que afirmaba que Guaidó había dado esperanza al pueblo de Venezuela.

 

Los medios de comunicación dominantes parecen ignorar las opiniones de la masa de venezolanos, de los cuales el ochenta y seis por ciento se oponen a una intervención militar y el ochenta y uno por ciento están en desacuerdo con las actuales sanciones, según una encuesta local reciente. Tal vez exista un motivo oculto detrás del enfoque uniforme que aplican los medios de comunicación dominantes para deslegitimar el régimen de Maduro: socavar y arremeter contra el auge de las ideas de inspiración socialista en los propios Estados Unidos.

 

Ante cuestiones clave como la política exterior, se desvanece la farsa de que los medios de comunicación se preocupan por la imparcialidad y la verdad y se revela su verdadera función al servicio de los poderosos.

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