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Alejandro en su revés, en su victoria Humberto T. Fernández

 

Alejandro, además de su segundo nombre, es su nom de guerre. No hay manera de acercarse a él con medianías, ni siquiera con el pragmatismo hipócrita con que dicen que F. D. Roosevelt describió a “Tacho” Somoza: He may be a son of a bitch, but he's our son of a bitch. Para los revolucionarios nunca será our son of a bitch, y para la contrarrevolución no es ni puede ser otra cosa que a son of a bitch. La aversión sin remedio a Alejandro es lo que tienen en común todos los contrarrevolucionarios, que los hay de todos los matices del gris, desde los más oscuros hasta los más claros: todo su análisis se reduce a ver en Alejandro el origen de todos los males y el freno de todos los parabienes —hay algo mitológico en ese análisis, y en ese componente irracional se fundamenta la incapacidad de la contrarrevolución para comprender y actuar políticamente en el proceso y, de esa manera, hacer avanzar sus posiciones en el tablero nacional.

 

La primera contrarrevolución tuvo un componente clasista clásico, valga la aliteración: los afectados por la medidas económicas revolucionarias se fueron, no a la guerra, sino a otro lugar, dejando claro que sus verdaderos intereses no estaban matriculados en el país y certificando, de paso, su dependencia ideológica foránea (dime dónde está tu tesoro y te diré dónde está tu corazón, según las enseñanzas evangélicas). La primera contrarrevolución fue, también, violenta: desde elementos del régimen anterior a revolucionarios no comunistas, pasando por una gama de individuos desclasados, hasta otros que quedaron al pairo de los cambios sociales y sectores ideológicamente adversarios a esos cambios conformaron una nutrida red de conspiraciones y organizaciones, la mayor parte de ellas, si no todas, coordinadas, auspiciadas, alentadas, financiadas, por la inteligencia del país vecino y enemigo. Los vecinos (y enemigos) del norte, tan dados a creer en el papel determinante del individuo en la historia, contribuyeron a la demonización de Alejandro y, sin querer, a su leyenda. La sucesivas contrarrevoluciones han heredado esta ojeriza por Alejandro y este facilismo político de muerto el perro, se acabó la rabia.

 

La obra de la revolución sigue ahí después de tantos años, tanta soledad, tanto abandono, tanta desidia… La obra de la revolución, que es la justicia social y el humanismo, le debe a la disciplina y el compromiso de Alejandro el hecho de que, aunque en desventaja histórica, siga insistiendo en existir. ¿Que todo lo que se hizo y hace es incuestionablemente correcto? Falso —los proyectos sociales son deficientes, lo fue la democracia liberal y el comunismo de Estado. ¿Que no hay esperanza y capacidad humana suficiente para que la sociedad contemporánea pueda superar los desatinos y males que la cercan? Falso también —la humanidad ha superado otros momentos en que parecía que todo estaba perdido.

 

Cierto es que no corren tiempos de utopías, que las utopías de ayer fueron desarmadas en nombre de la paz por las fuerzas áreas y terrestres y marítimas del orden y el progreso, y que hoy continúan rehenes de esas fuerzas y de las pseudo ideologías del mercado y la globalización. Estos son tiempos de un realismo a fuerza de bala y los sueños de justicia y verdad se venden disfrazados de mercaderías de toda índole en los centros comerciales, en las escuelas, en las plazas, en los lugares de labor… Pero este exceso de materialismo inocuo y de espiritualismo de “auto-ayuda” no se impondrá al espíritu humano, a sus ansias de redención y trascendencia… Y eso será también, en alguna medida, obra de la revolución… Y también, en alguna medida, se recordará a Alejandro.

 

Escribir sobre Alejandro es para mí un ejercicio de la memoria mortificada, es rescatar el pasado de ciertos humores, por momentos terribles, y conciliar en el presente y la lejanía, que suele atenuar los contornos (del conflicto), la trayectoria de una vida revolucionaria en el contexto cruzado por el antagonismo ideológico capitalismo versus socialismo y la condición de país subdesarrollado enfrentado a la potencia económica y militar más poderosa del planeta y de la historia. El proyecto revolucionario debe su persistencia a la participación popular y el liderazgo de Alejandro, así piensan los revolucionarios. La contrarrevolución solo habla de subsidios y represión. El país de Alejandro tiene una política exterior que ha concitado el apoyo de numerosos Estados e instituciones —eso le ha conferido legitimidad al gobierno del país y a su proyecto de sociedad hasta el punto de que el enemigo de ese proyecto y ese gobierno negoció re-establecer las relaciones diplomáticas como un primer paso de orden político para que la vecindad se impusiera a la enemistad, aunque las sanciones económicas siguan ahí, como si nada hubiera pasado — la dialéctica del palo y la zanahoria tan cara a los policy makers de la más antigua democracia del mundo.

 

La vida de los contemporáneos de Alejandro ha sido tocada por estas circunstancias tan particulares, tan dramáticas —un golpe de deseos no anula la realidad. Pienso, con Spinoza, que ni reír, ni llorar, sino comprender es la fórmula sana para acercarse a la personalidad de Alejandro y la revolución. Sé de las pasiones que impulsan al aplauso o el repudio absolutos. No estoy en medio de eso —soy de los del aplauso cálido y agradecido no sólo para Alejandro, sino para todos los que de una forma u otra, en un grado de compromiso u otro, con una intensidad u otra, han hecho posible que el hecho revolucionario no haya colapsado. Pienso en lo que podrían haber sido los destinos del país y su gente sin ese hecho revolucionario, controlado como estaba el país por las mafias norteamericanas y a las puertas de la emergencia de la economía de las drogas con un mercado tan desenfrenado y con unas consecuencias sociales tan desoladoras, y ya, eso solo, me pone del lado de la revolución y de Alejandro. Pienso en los beneficiados por los programas sociales de la revolución y pienso, también, en los que han emigrado y en los que han pasado por las cárceles, la cara luminosa y la cara triste de la revolución. Pero no se puede estar dando saltos de uno a otro lado del hecho revolucionario. Es preciso aceptar, sin poses ni histrionismo, las consecuencias de los compromisos que se adquieren cuando se decide vivir de acuerdo a la que se considera lo verdadero y lo recto —apurar el cáliz sin perder la compostura.

 

En la sociedad contemporánea los ideales revolucionarios han sido derrotados, la insistencia de Alejandro, con su peculiar manera de comprender y hacer política, es uno de las pocos referentes para los movimientos sociales, progresistas, democráticos y revolucionarios. Si hoy podemos mirar hacia mañana con algún optimismo es por el proyecto que Alejandro ha liderado por más de medio siglo. No se trata de canonizar a un hombre dedicado a la vida religiosa. Alejandro es un hombre dedicado a la vida política revolucionaria con todos los riesgos que eso implica en el sentido de que las acciones y las decisiones tomadas en cada momento responden solo a la prevalencia y a la consolidación del proyecto, y en ese camino las decisiones difíciles, preñadas de injusticias, son inevitables.

 

Leyendas y mitologías, prefiero mirar al hombre enfrentado a lo que él mismo describió como una revolución más grande que nosotros mismos en la doble encrucijada de la independencia y el socialismo, dos horrores para la política exterior del país vecino y enemigo. Entre los innumerables acontecimientos que han tejido la historia del pais de Alejandro en los últimos casi sesenta años, la invasión militar de la contrarrevolución en 1961, la crisis de octubre o de los misiles y la zafra de los diez millones determinaron el curso revolucionario —socialismo, entendimiento de las peculiaridades del proceso revolucionario y auto-conciencia del sub-desarrollo, respectivamente. Alejandro proclama el carácter socialista de la revolución en vísperas de la invasión de 1961 y de esa manera independencia nacional y socialismo se hacen una realidad política hasta hoy: no podría existir, nunca existió, la nación independiente dentro de las estructuras de desarrollo capitalista, solo un país dependiente con un desarrollo económico parasitario. La invasión de 1961 enfrenta a compatriotas: una parte de ellos organizados, entrenados y subordinados a una potencia extranjera; los otros defienden un proceso de independencia nacional que ahora se enroca con los ideales y principios del socialismo. La crisis de octubre, de los misiles, es el momento en que la joven dirección revolucionaria comprende las diferencias de fondo y alcance entre la potencia comunista y la pequeña nación, para que Alejandro comprenda que el camino adelante es un camino de alianzas desde la soledad del país y de la revolución, del país revolucionario, con todas las fuerzas históricamente alineadas con los ideales de un orden social y económico alternativo al capitalismo industrial y exclusivo. La zafra de los diez millones, un intento de dotar al país de las finanzas necesarias para su auto-gestión, para la tan necesaria independencia económica, y la derrota —así Alejandro califica el fracaso de ese intento— de no alcanzar la cifra necesaria, redunda en la auto-conciencia de la condición subdesarrollada del país. Un país sin los recursos financieros y naturales necesarios para el desarrollo, sin acceso ni a los mercados ni a la emergente tecnología, enfrentado a, y bloqueado por, el país vecino y enemigo, además de ser este país vecino y enemigo el país más poderoso del planeta y de la historia, es lo que tiene Alejandro para hacer avanzar y consolidar el proyecto revolucionario, y treinta años después el (los) aliado(s) colapsan, desaparecen, entonces la soledad del país y de la revolución, del país revolucionario, que siempre fue un secreto bien guardado, se hace un secreto a voces.

 

La personalidad y la actuación de Alejandro se van moviendo a lo largo de estos últimos sesenta años de situaciones límite a situaciones límite, en momentos de intenso peligro, alternándose compromisos e intransigencias, realismo y sueños… La memoria mortificada mira el pasado y (re)evalúa, insisten los humores pero se impone la inteligencia que intenta comprender un proceso político que cambió no solo los destinos de un país sino de toda una región, que ha impactado los destinos de África, que goza de reconocimiento internacional y que persiste en una política seria afincada en la justicia y la solidaridad.

 

En el empeño de descalificar a la persona y, a la vez, de identificar a esa persona con todo un proyecto de sociedad, los enemigos de Alejandro no han hecho más que engrandecer su figura, alimentar la leyenda, forjar el mito de invencibilidad… Pienso en Alejandro, y en los años de la utopía, miserable para muchos, tiempo perdido… pienso que me fue dada la oportunidad de ver una cifra del futuro con todas las incertidumbres, dificultades e incomprensiones decibles, privilegio que, hoy, se antoja una rareza en un mundo cada vez más atenazado por la normalidad que anula la realidad de la persona en nombre de la realidad virtual y que hace realidad los temores de “Rebelión en la granja”, a pesar de que de eso se trata, de una rebelión en esta granja global y mediatizada. 

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