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República, democracia, revolución: un intercambio con J. C. Guanche (segunda parte)

Tras la publicación, en Patrias. Actos y Letras, el pasado jueves 23 de abril, de unos comentarios de Julio César Guanche en reacción al artículo Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre, de Humberto T. Fernández, que a su vez habían aparecido, dos días antes, en este mismo sitio, Humberto vuelve a tomar la palabra para compartir con Guanche y los lectores de Patrias precisiones y glosas a su propio texto a la luz de la reacción inicial de Guanche.

 

Las aclaraciones de Humberto sobre el punto de mira y las intenciones de su artículo han motivado a Guanche a añadir a sus propios comentarios anteriores algunas consideraciones que ha creído él útiles, por necesarias (y, en Patrias, nosotros junto con él) para amparar este intercambio, no de las diferencias en el acercamiento, que a menudo son seña más de énfasis complementarios que de agendas enemistadas, ni de los distintos matices que uno u otro acercamiento hagan resaltar, sino de interpretaciones y réplicas que, por no mirar o no saber o querer mirar al bosque, planten árbol torcido en terreno de todos y de nadie.

 

Que este breve y modesto intercambio, sin presuntuosidades ni de parte de Humberto ni de Guanche de sentar cátedra en la plaza pública, nos invite a reflexionar sobre el eje en torno al cual, a mi juicio, no pueden dejar de girar estas consideraciones, la de la relación siempre biunívoca entre la veracidad histórica y sus usos políticos. La verdad no es templo, sino campo de batalla, para decirlo en lenguaje impropio de estos tiempos de prisa y cresta de ola—“de gorja y rapidez” vuelven a ser, como en los días en que, en la ciudad grande, hoy confinada, ojalá que para bien de su conversación con sus propios demonios y sus posibilidades de renuevo no agotadas, escribiera el Mejor de nosotros.

 

¿Y cuáles son esos usos politicos hoy—tanto de lo veraz como de lo falso? Sería difícil no convenir en dos: salvaguardar, en Cuba, renovándola, la posibilidad de que, por un acto de violencia o la sedición silenciosa de lo que corrompe sin proclamas ni principios, no se nos retrotraiga al pasado que hoy se nos quiere presentar, no como paraíso perdido, sino como babilonia preferible—aquella república, ciertamente, de tantas luces como sombras, pero de tronco podrido, de fruta pasmada—, o echarlo todo por la borda, frente a las naves de los nuevos conquistadores y su vieja barbarie, y empequeñecernos en la resignación del viaje que no llegó a puerto, del sueño truncado. (Rolando Prats, Editor de Patrias. Actos y Letras)

27 de abril de 2020

 

A propósito de los comentarios de Julio César Guanche sobre mi artículo “Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre”     Humberto T. Fernández

Quisiera referirme brevemente a los comentarios hechos por Julio César Guanche en reacción a mi artículo "Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre", publicado en Patrias. Actos y Letras el pasado 21 de abril, y que dos días después Guanche tuvo a bien compartir, a sugerencia de Rolando Prats, Editor de Patrias, con los lectores del sitio. Debo comenzar por agradecer a Guanche que se haya tomado el tiempo y el cuidado de comentar, tan atinada como profusamente, el artículo antes mencionado y compartir amablemente numerosas referencias a una parte de su obviamente extensa bibliografía martiana, en particular en relación con conceptos como república, democracia y revolución en el pensamiento y la acción política de José Martí y, de alguna manera, en la historia política de Cuba.

La intención de mi artículo no fue nunca establecer ninguna nueva tesis o hipótesis sobre ningún aspecto del pensamiento martiano. Ni siquiera insertarme en el curso de reflexiones y debates, recientes o no, sobre el pensamiento y la praxis de José Martí, y de los que las pertinentes y valiosas referencias a estudios y estudiosos que hace Guanche—él mismo, por derecho propio, entre ellos—son apenas una zona bien delimitada. La referencia a lo republicano y lo revolucionario en José Martí en mi artículo partía de una motivación puntual (la lectura comentada de un artículo incidental de Guanche sobre una pieza de teatro que tenía como centro la figura, imaginada, de José Martí y algunos de los conflictos a los que este tuvo que enfrentarse y tratar de resolver) y un propósito político no menos puntual, de todo lo cual se pueden derivar o inferir conclusiones tamizables por el discurso académico, pero que ni siquiera se proponía pasar ese tamiz.

 

La intención del artículo era una sola: llamar la atención sobre el posible desplazamiento en algunas interpretaciones y acercamientos en relación con Martí de lo revolucionario hacia lo republicano y lo democrático, y no porque esas aristas o dimensiones puedan separarse en el caso del Apóstol, sino, precisamente, porque ningún acercamiento o interpretación debería privilegiar ninguna de ellas en detrimento de las otras, o, en todo caso, tampoco debería olvidar que lo que las enlaza, en José Martí, en unidad natural, es el propósito y el acto, ambos eminentemente políticos, de fundar un país al mismo tiempo que liberarlo mediante una guerra de independencia que era a la vez una revolución social. El propio Guanche lo esclarece y ratifica en sus comentarios: "El fondo de mi posición es este: ser republicano y demócrata era ser un revolucionario radical en Cuba en [el siglo XIX], como sigue siéndolo ahora mismo."

 

En ningún lugar de mi artículo se puede encontrar insinuación alguna de que Martí no era republicano o demócrata, y si traté de encapsular su idea y su visión de la república en los seis pasajes que cito del discurso que Martí pronunciara en el Liceo Cubano de Tampa el 26 de noviembre de 1891 fue porque, como ya he explicado, no tenía ni intenciones ni pretensiones de sentar pautas en la historiografía, ni siquiera, repito, de insertarme en ella, ni sobre ese ni sobre ningún otro particular. Tal vez debí haber dejado más claro ese punto al principio de mi artículo. José Martí fue tan republicano y tan demócrata como no sólo podía ser un revolucionario independentista cubano de finales del siglo diecinueve en aquel contexto de dominación colonial (y amenaza ya para entonces consumada del imperialismo rapaz del vecino del norte), sino como, por necesidad histórica, debía serlo. No obstante, creo que lo revolucionario en Martí desbordaba no sólo el objetivo de la independencia nacional, sino incluso el horizonte republicano y democrático originado en Europa y trasplantado a las Américas, pero ello a su vez desbordaba las mucho más modestas intenciones de mi artículo. José Martí fue celoso valedor de las formas republicanas y democráticas incluso en la preparación y dirección de la guerra necesaria—todos sabemos de sus encontronazos con lo que pudiese haber habido de tendencias autoritarias o militaristas, o incluso de mera desconfianza personal, en Máximo Gómez y Antonio Maceo en relación con la manera de conducir el conflicto bélico.

Alguna vez tuve la ocasión, y el privilegio, de leer las actas de la Asamblea Constitucional cubana de 1901 como parte de una investigación conexa. En esas actas quedó apresado el espíritu de la época, y se puede constatar, por ejemplo, cómo algunos elementos autonomistas, hasta el propio día antes de consumarse la ocupación de Cuba por el ejército interventor de los Estados Unidos, habían tenido un peso importante en la definición y construcción de la arquitectura constitucional de la futura República de Cuba al no dejar de insistir en negarle espacio político a los sujetos legítimos de una república popular y democrática para favorecer lo que, acertadamente, Guanche llama república oligárquica, y yo, con sesgo político tal vez más provocador, no dejaría de llamar república intervenida—recuerdo una vez más a ese propósito el conocido dictum de José Lezama Lima sobre la condición de aquella república, “frustrada en lo esencial político”. La ocupación estadounidense desnaturalizó tanto aquella república como el curso de la transformación social democrática—imperfectos habrían sido, sin duda alguna, la una y el otro, pero también habrían sido nuestros,—que podrían haber emanado de haber llegado la guerra a su fin natural, la derrota del ejército español por el ejército mambí. Las élites que sentaron las bases del sistema de gobierno y del modo de funcionamiento de lo económico y lo social en Cuba tras la proclamación de la independencia en 1902 provenían, fundamentalmente, de las filas del autonomismo y del exilio, tras haber salido arruinado de la contienda por la independencia de Cuba el patriciado cubano y haber sido descabezada y descorazonada la dirección política de la guerra necesaria.

Tomo nota con interés de las muchas y valiosas observaciones que hace Julio César Guanche sobre mi artículo y a partir de él, y de la extensa bibliografía a la que me remite. Más allá de inevitables malinterpretaciones y de interesados usos que se hagan o puedan hacerse tanto de mi artículo como de las respuestas que ha generado, es de desear y esperar que este intercambio sirva a propósitos nobles y se convierta en otra modesta prueba de que es posible conversar sobre este y otros temas desde posiciones y perspectivas discordantes, y hasta opuestas, sin por ello caer no sólo en la descalificación personal y el ninguneo, sino tampoco, y sobre todo, en el oportunismo de quienes, de un lado o de otro, parecen más interesados en distorsionar lo probadamente veraz y largamente establecido desde el punto de vista histórico, e historiográfico, que, en reconocimiento de esa verdad, contribuir a la realización de sus sueños incumplidos y sus promesas inagotadas. Ningún intento de borrón y cuenta nueva ha llevado nunca a ningún lugar mejor.

Gracias a Julio César Guanche por su pronta, sincera, respetuosa e informada respuesta y a Rolando Prats, editor de Patrias. Actos y Letras, por su diligente y mesurada facilitación de este intercambio y el ejercicio de su responsabilidad mayor en la conducción del sitio.

25 de abril de 2020

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José Martí por José Delarra (dibujo en cartulina)

 

José Martí fue tan republicano y tan demócrata como no sólo podía ser un revolucionario independentista cubano de finales del siglo diecinueve, sino como, por necesidad histórica, debía serlo. Pero lo revolucionario en Martí desbordaba no sólo el objetivo de la independencia nacional, sino incluso el horizonte republicano y democrático.

Humberto T. Fernández

 

Democracia, república y revolución en José Martí                                Julio César Guanche

(Nuevas observaciones sobre un artículo de Humberto T. Fernández)

 

 

Como mismo hace Humberto T. Fernández en su respuesta a mis comentarios sobre su texto Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre, quiero agradecer la ética, elegancia, generosidad y profundidad de sus palabras.

 

Comparto por completo el fondo de su réplica. Como contiene ideas muy fecundas, me motiva a ampliar desde mi punto de vista algunos de sus argumentos.

 

Hemos concordado en que el republicanismo de Martí está incardinado en sus ideas y prácticas sobre la revolución y la democracia. No está de más abundar en esa idea. 

 

Con razón, Humberto escribe que lo que enlaza esos contenidos “en unidad natural, es el propósito y el acto, ambos eminentemente políticos, de fundar un país al mismo tiempo que liberarlo mediante una guerra de independencia que era a la vez una revolución social”. Luego, agrega, también con razón: “José Martí fue tan republicano y tan demócrata como no sólo podía ser un revolucionario independentista cubano de finales del siglo diecinueve en aquel contexto de dominación colonial (y amenaza ya para entonces consumada del imperialismo rapaz del vecino del norte), sino como, por necesidad histórica, debía serlo.”

 

Añado que en el contexto de la guerra de independencia cubana —sucede también en otros contextos, pero me ciño a este punto aquí— el republicanismo no se reducía a la dicotomía monarquía vs república. La República significaba un programa político a la vez que moral, una manera de organizar la sociedad. Era la forma política, social y cultural de la independencia. El constitucionalismo cubano independentista especifica ese contenido en el ámbito jurídico, pero todo el ideario y la práctica —el abolicionismo, la destrucción de propiedades que sustentaban la economía colonial, la defensa de derechos sociales tan explícita en Maceo como en Martí, entre otros aspectos— de la revolución de independencia muestra ese contenido social como parte integral de su programa revolucionario, republicano y democrático.

 

Lo señalo porque una forma de reducir el alcance y sentido de lo republicano democrático es reducirlo a una forma antimonárquica de gobierno, o a una forma de gobierno que respete solo muy determinados, y específicos, compromisos institucionales.

 

El Partido “Demócrata Republicano” fue, con ese nombre tan sonoro, uno de los más antidemocráticos y más antirrepublicanos de cuantos compartieron el escenario cubano de la primera mitad del siglo XX. Lo fue por sus posiciones—por oligárquicas— excluyentes  ante la raza, la cultura, los derechos, la economía y la libertad política de las mayorías.

 

En tiempos más recientes, el “republicanismo” de Mauricio Macri[1], en Argentina, blindó su programa excluyente, elitario y antipopular en ciertos marcos institucionales, solo formalmente “republicanos”. Al desgajar, selectiva e interesadamente, un elemento y presentarlo con el nombre del conjunto —cuando el republicanismo democrático es un complejo indivisible de ideas, prácticas, forma y fondo de libertad y justicia—, el “republicanismo” resulta solo una coartada para privilegiar en exclusiva a minorías económicas y políticas.

 

En Cuba, durante la guerra de independencia, era imposible ser monárquico a la vez que independentista. Por ello, el dilema central tomó forma en torno a qué tipo de república sería el horizonte de la lucha: una república democrática y social, o una oligárquica. Huelga decir que la opción de Martí, Maceo y muchísimos otros era la de la república social, pero el ideario independentista —no solo el autonomista— también albergaba tensiones, intereses y convicciones que empujaban hacia contenidos oligárquicos a la república. Reconocerlo explica mejor el desempeño de las élites cubanas que manejaron la República constituida y que habían formado parte del mambisado, incluso con el grado de generales en la contienda.

 

Con esto, quiero decir que el carácter de la república social, la de Martí y la de la mayoría del campo independentista, era profundamente revolucionario. De hecho, era lo más radicalmente revolucionario en ese campo político. También, quiero decir con ello que el carácter oligárquico de la República nacida tras 1902 no fue solo una “importación”, o solo una imposición a la “República intervenida”. Tenía bases propias que es necesario reconocer para no exculpar a esas élites de su responsabilidad histórica en dicha construcción republicana capitalista y oligárquica.

 

Lo que bien señala Humberto de la presencia de figuras autonomistas y conservadoras en el diseño y control de esa República es un hecho probado. Es muy visible en el gobierno de Estrada Palma. Es muy visible también en la “agitación veteranista” que precisamente cuestionaba cómo dominaban muchísimos puestos de la República figuras que no habían contribuido, o que incluso se habían opuesto, a su independencia.

 

La crítica al perfil oligárquico de la República es muy visible en la protesta “racial” de 1912.  Un documento —lamentablemente muy desatendido— de Evaristo Estenoz decía: “¡Alerta, pues, cubanos y a las armas! que ha sonado la hora de la redención definitiva para todos: para redimir a los unos de sus crímenes y de su salvaje egoísmo y a nosotros de la humillación en que vivimos por amar a la República y por temor de inferirle agravios a la patria.” Su argumento era el de la República martiana, social y antirracista, contra la república realmente constituida. Es muy importante lo que señala Humberto sobre el 98. La ocupación estadounidense cumplió varias funciones. Algunas son conocidas cuando se aborda el tema del surgimiento del neocolonialismo y el impulso que representó para el imperialismo estadounidense.

 

Con todo, observarla con mayor detalle permite especificar todavía más la gravedad de su proceso. La ocupación intervino contra el ideario antirracista de la guerra de independencia. La ocupación permitió  una orgía de compra de tierras cubanas a precios infames —sobre todo en el Oriente de Cuba—en beneficio de las compañías estadounidenses. La ocupación sirvió para contener el impulso radical social del programa independentista. Por ello, la República oligárquica fue impulsada y sostenida por la República intervenida. Son un par en relación, no dos contenidos separados.

 

 

 

 

 

 

En Cuba el republicanismo no se reducía a la dicotomía monarquía vs república. La República significaba un programa político a la vez que moral, una manera de organizar la sociedad. Era la forma política, social y cultural de la independencia.

Julio César Guanche

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José Martí por José Delarra (dibujo en cartulina)

 

Humberto también dice con razón que “lo revolucionario en Martí desbordaba no sólo el objetivo de la independencia nacional, sino incluso el horizonte republicano y democrático originado en Europa y trasplantado a las Américas”. Solo añado que la tesis de “ideas trasplantadas” es muy problemática y cuenta con numerosas críticas.

 

En mi caso, prefiero explorar cómo ideas nacidas en un lugar funcionan y son recreadas al tener que operar en un contexto distinto. Esto abre puertas a un análisis más complejo de  los procesos de copia y apropiación y nos ayuda a entender a quiénes y a qué sirven esas ideas en ese nuevo contexto, qué significados distintivos adquieren en él, entre otras interrogantes. Recomiendo sobre este asunto el texto “El día que los negros cantaron La marsellesa”[2], disponible en mi blog La Cosa. Democracia, Socialismo, República, que trata de la apropiación de ese ideario “originado en Europa y trasplantado a las Américas” por parte de actores revolucionarios afroamericanos. También, recuérdese, no fue por casualidad que C. R. L. James llamó “jacobinos negros” a los revolucionarios haitianos.

 

Coincido con Humberto, también, en enfatizar cómo y cuánto necesitamos intercambios informados y respetuosos, no importa si discordantes. Como él observa, es constatable la existencia  “de un lado o de otro” de intereses que intentan reducir todo el espectro político posible en Cuba y sobre Cuba a la lógica schmittiana de “amigos y enemigos”, o en palabras más sencillas, a la de “conmigo o contra mí”.

 

Son posiciones que hacen mucho daño al espacio intelectual necesario para pensar con sentido crítico y con lealtad los problemas a que se enfrenta Cuba. Hacen más daño aún al espacio político que necesitamos los cubanos para convivir como iguales y como libres. Es ese el horizonte revolucionario, democrático y republicano de Martí contenido en el “con todos y para el bien de todos”. Esas posiciones intentan destruir la posibilidad de tal horizonte. En contraste, tenemos que trabajar con toda lucidez, ética y lealtad por mostrarlo no solo como deseable, sino también como factible.

 

Agradezco a Humberto T. Fernández y a Rolando Prats el espacio que han puesto a mi entera disposición en Patrias. Actos y Letras, y que me han ofrecido con tanta generosidad, ese gesto distintivo de la dignidad del espíritu. El nombre y el contenido de Patrias… honra a Martí, los honra a ambos, y me honra a mí aparecer en él.

 

Como hemos hablado tanto sobre Martí, prefiero terminar dejándolo hablar por sí mismo:

“Y con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de todas las energías, ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste en pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se prescinde del derecho de los demás a las garantías y los métodos de ella.”

26 de abril de 2020

 

 

Notas de la Redacción de Patrias

[1] Alude Guanche al nombre del partido político de centro-derecha Propuesta Republicana (PRO), fundado y liderado por Mauricio Macri, Presidente de la Argentina de 2015 a 2019.

[2] Se refiere Guanche a la reproducción en su blog La Cosa, con fecha 20 de diciembre de 2013, del ensayo de Juan Marchena Fernández “El día que los negros cantaron la marsellesa [sic]. El fracaso del liberalismo español en América, 1790-1823”, aparecido en 2002.

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