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Del Editor de Patrias. Actos y Letras

Algunos, en privado, y no tanto, en Cuba, y ni tanto, me preguntan, nos preguntan, con la soberbia condescendiente del escepticismo, adónde va Patrias. Actos y Letras, con ese nombre (ese nombrecito), con ese discurso, esa fachada, esas (a)filiaciones y asociaciones y, sobre todo, esa austeridad, esa seriedad, esa pretensión de rigor, esa ausencia tan flagrante de serpentinas, globos, piñatas, pitos, payasos.

En su momento, tras cierto entusiasmo inicial “con el proyecto”, sin conocimiento de causa—desconocimiento que no quedó por quienes concebimos y echamos a andar Patrias, pues sabemos quiénes somos y adónde vamos (ni lo ocultamos ni dejamos de advertírselo, en público y en privado, a transeúntes, ex compañeros de viaje o aspirantes a serlo, curiosos, apostados; que también creemos en eso de mejor solos que mal acompañados), sabemos quiénes somos y lo impopulares que podemos ser entre la llamada “diáspora” (que no fue ni ha sido jamás otra cosa que mera estampida subsidiada o facilitada por el propio Estado diasporizador: ¿a cuántos de los diasporizados les ha ido tan mal en su diáspora que estén locos por regresar a la espora?), sabemos quiénes somos y conocemos el paño—, en su momento hubo quien retiró una colaboración con el sitio porque Patrias había publicado en sus páginas palabras de Fidel Castro y Ernesto Guevara; repito, publicado, punto; ni siquiera apostillado, comentado, exaltado, juzgado, valorado. Y ni hacía falta. Palabras que fueron acto no son hembra de la exégesis (regalarle muletas a Carl Lewis—Daniel. S. Milo). Estalinismo al revés. El de este (aquel) nuevo campeón de las manos limpias, y el espíritu deshuesado. Un segundo, desde la complicidad o la empatía, me dijo que el actual era, cito, “un buen momento para ser de izquierda en Cuba”. Lo que me llevó inmediatamente a preguntarme si, en ese juicio, estaba implícita ya la idea no de algún deber por cumplir o un destino por salvar, sino de una necesidad por subvenir y una inversión con la que lucrar en el mercado político—la de que exista algo o alguien que sea de iquierda, siquiera para completar el equipo o para marcar tarjeta, o, mejor, en plural, de izquierdas, porque por supuesto lo plural es siempre menos amenazante para los apabullados por la claridad, y la singularidad, de lo verdadero, y no precisamente un cero— dado que no hay en Cuba oposición de izquierda ni nada que se le parezca; el término oposición incluso les queda demasiado grande a estos posicionados a la espera, entre la irrelevancia y la inoperabilidad: su problema de fondo no es con el gobierno cubano, que los desprecia e ignora pero de vez en cuando los pone en su lugar, como para que no se hagan ni los bichos ni los tontos, su problema de fondo es con el pueblo cubano, o, si a ustedes las alergias (tan selectivas después de todo) a todo lo que pueda sonar a discurso de barricada, la sociedad cubana, sobre todo la que ustedes considerarían más bien incivil, que los desprecia e ignora (a los posicionados) y no se preocupa ni por sacarlos de donde están ni por ponerlos en ningún otro sitio, y habrá que sudarla para encontrar otro ejemplo tan locuaz de indiferencia colectiva ante supuestos adelantados. Un tercero, ante mis avances declarativos sobre la patente de Patrias. Actos y Letras—repito, me gusta, nos gusta, preferimos, dejar las cosas claras desde el principio, pues cuentas claras conservan la enemistad, que pocas cosas son peores o más peligrosas que los falsos amigos— en una primera, y hasta ahora única conversación con el director de una revista cubana (o desde Cuba, fuera y dentro, o sobre Cuba, o todas esas cosas, juntas y revueltas) independiente, en línea, se confesó sin perder tiempo (que ilusiones no tenía) ni de izquierda, ni de derecha, ni del centro, ni de arriba, ni de abajo, posición desde la cual lo más probable es que a uno nada le dé ni frío ni calor, situación en la que lo más probable es que uno se pase el día en la luna y bostezando, sin cantar ni comer fruta y menos aún estornudar (ni ser alérgico a otra cosa que a decir, a las claras, a lo que se es alérgico); posición, por demás, en la que, si a pesar de todas esas circunstancias a la vez agravantes y atenuantes, uno insiste no solo en escribir sino incluso en promover y fomentar, publicándolo en una revista independiente, lo que escriben los demás (o mejor, ciertos demás, que no todos los demás son iguales), no parece posible, o por lo menos coherente, que se pueda hablar o escribir ni de jardinería. Lo cual no es el caso, por cierto, de esta revista independiente en particular.

Patria, claro está— imagine usted, entonces, patrias, que al que no quiere caldo—, patria es de esas palabras que quienes nunca han estado en el presente, en el duro y escueto presente—que es estar en el punto de confluencia en que el pasado necesario exige su futuro posible—, han decretado pasada de moda. Vaya paradoja esa de que quienes tienen o desean como futuro solo el pasado, real—república de cartón tabla, hojalata, guano, yagua y barullo, chanchullo, burdel, neocolonial y enana— o imaginario (tacita de oro, Suiza de América, Perla del Caribe... ¿en la corona de quién?), sean quienes decidan y decreten qué es lo que está o no está de moda. Su moda, la de ellos, nunca pasa de moda, nunca ha pasado ni pasará, pues para ir con la corriente de los tiempos—periodista independiente (independiente de todo, hasta del periodismo propiamente dicho o de la ética periodística propiamente dicha, independiente de todo menos de la SINA, que sigue siendo la SINA, “sección de intereses americanos”, aunque se llame Embajada, ahora ciertamente por caminos más sinuosos, mestizos) o propietario de paladar que ya saliva con la posibilidad de ser dueño de toda la boca (incluida la voz)—y para conformarse al gusto de la época solo hay que dejarse arrastrar. En otras palabras, lo natural, lo dado, puede ser transformado solo por lo humano, pero si lo humano se considera, también, natural, dado, invariable (la llamada y consabida naturaleza humana, que de humana tiene bien poco), de qué valdría pues tratar de cambiar nada. Y así vivimos, de nuevo, como escribió, y vivió, el mejor de nosotros—tampoco él está de moda—tiempos de gorja y rapidez. Y de impudicia. De imperdonable impudicia. Como en la lucha contra la prostitución—en Suecia, por ejemplo; ejemplo por antonomasia que los partidarios del socialismo rosado tanto gustan de citar, como si la geografía y la historia, la geopolítica, fuesen algún supermercado de donde escoger, con parsimonia, lo que nos gusta y lo que no para hacer la ensalada perfecta—, en algunos países se penaliza al cliente que acepta o recaba los servicios sexuales en vez de a quien los provee, así en Cuba habría que penalizar a la creciente clientela de lo post-revolucionario (lo post- es siempre eufemismo de lo contra- y viene, como se decía, convollado con la falta de responsabilidad individual que implica creerse objeto, y no sujeto, de la marcha de la historia; como alguien que dijera que no es ni quiere ser contrarrevolucionario, que es lo que es, sabiéndolo o no, sin más, pero que la revolución se acabó, como podría acabarse, digamos, una epidemia o una especie en extinción, y que no queda más remedio que ponerse para otra cosa o tratar de cazar otra presa, o exponerse, sin mayor zozobra, a coger otro tipo de catarro. Como ya no podemos castigar a los presuntos autores del supuesto desastre, vayamos tras sus usufructuarios, tan entusiastas y entusiasmados con la hecatombe, tan felices después de todo de que las cosas hayan salido mal. Two wrongs don’t make a right.

Patrias. Actos y Letras, señoras y señores de los tiempos, becarios de la corriente, mercenarios de la podredumbre, Patrias va, quiere ir, puede ir solo, adonde le permitan y lo lleven su capacidad para ser fiel a su vocación—por la continuidad, en su renuevo, del proyecto golpeado y herido, magullado, remendado, apuntalado, pero también inagotado, inagotable, a salvo todavía contra viento y marea, necesario, posible, de la revolución, la cubana, la del primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve, que es también la del veintiséis de julio de mil novecientos cincuenta y tres y la del dieciséis de abril de mil novecientos sesenta y uno y la del veintiséis de julio de mil novecientos ochenta y nueve y la del veintiocho de enero de mil novecientos noventa y la de cualquier día en que, contra la corriente, se hizo o se dijo, en Cuba, lo que era a la vez posible y necesario, justo y peligroso—y la precariedad de sus medios y recursos (humanos, técnicos, financieros, intelectuales): somos un sitio pobre, por necesidad y elección, en construcción permanente: sitio pobre en construcción, sostenido en sus ratos libres por prisioneros de su salario. Sostenido sin un centavo que no haya salido de nuestro bolsillo, sin un consejo que no haya salido de la cabeza o el corazón con que creemos lo que creemos. Abierto, sí, a la contribución de quienes lo deseen, por complicidad o identificación con el esfuerzo y el espíritu que lo animan, pero in-necesitado de mendigar lentejuelas o salvonconductos de nadie. Allá ustedes con su know-how y su don’t-know-don’t-care-whom-I-am-working-for. Para eso están los amanuenses alquilados por El País o Le Monde o The New York Times, o por la prensa alternativa, no oficial, es decir, contrarrevolucionaria —palabra que tampoco parece estar de moda, pero que, no menos paradójicamente, bastaría para calificar, retratándolas, a las nuevas mayorías parlantes—, desde Diario de Cuba, tan abierta y desfachatadamente—sombrero a la transparencia de vuestra hediondez apóstata y apátrida, señores autonomistas del siglo XXI— hasta El Estornudo, algo más taimada pero igual de troyanamente, caballitos de la impaciencia y la ignorancia, la estupidez y la miopía, consentidos por el propio Estado y el propio Gobierno contra el que despotrican—para hacer pasar por periodismo o literatura mera cháchara de salón, mera vulgaridad de esquina, mera guapería de aguardiente y pan con lechón, mero carnaval computarizado, mera desmemoria. Ustedes, los desmemoriados, ¿a quién le deben la (conveniente) desmemoria? Los que no recuerdan, duermen mejor.

Para eso está el fantasma de las viejas burguesías derrotadas que hoy recorre Cuba reciclándose en hipócritas posteridades, en realistas postraciones (adiós al pasado, dicen, que es su forma velada de decir adiós al futuro); para eso está el mestizaje insolente, y esclavo, de la promiscuidad: todo vale, todo vende, todo cambia (menos el poder irresistible del meneo y el tumbao: mulata en shorts sobre carro, prostituyéndose, prostituyendo al país, al ritmo de la inmundicia y al paso de proxenetas llamados hoy empresarios, promotores, productores, developers, hoy de networks o labels, portales o sitios web, festivales de la gritería o la idiotez, mañana de todo el país, mañana developers del re-subdesarrollo como naturaleza, destino, fatalidad); para eso están los nuevos poderes ocultos del dinero y la codicia de patas abiertas (el trasero siempre apuntando al Norte), soñando con volver a convertir (con seguir convirtiendo) a Cuba en mera pileta de generales y promotores. Para eso están ustedes.

Somos un sitio pobre en construcción, un aura, una presencia, una travesía, un horizonte, que ya llegó, porque partió de ahí, de adonde va a llegar y adonde seguirá enfilándose: los tiempos todos, y unos, de lo que creemos digno.

En cuanto a ustedes, los otros, los contrarios, becarios de la corriente, profetas de lo que ya fue, presuntas o reales mayorías, parafraseemos al nunca bien ponderado poeta que ustedes tanto han detestado: Buena suerte medrando.

13 de marzo de 2017

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