Céspedes depuesto
Carlos Manuel de Céspedes anotaba, casi diariamente, el estado del tiempo —en particular, lo relativo a la lluvia: llueve, llovió, llovizna, lloviznozo (sic)… Por sus apuntes sabemos que entre el 25 de julio de 1873 y el 28 de octubre del mismo año llovió mucho y fuerte. Así como anotaba el estado del tiempo, se echan de menos apuntes sobre su “estado del tiempo”, apuntes más íntimos… Parafraseando a José Martí, las entradas diarias de Céspedes son impetuosas. Leyendo y copiando el diario de Céspedes para las páginas de Patrias. Actos y Letras, he llegado a convencerme de que anotaba para la posteridad, que tenía la esperanza de que sus apuntes lo sobrevivieran y quedaran como documento de primera mano para conocer hechos y personas desde la mirada del jefe de la revolución de independencia. Hay ciertos apuntes, ciertas omisiones y ciertos usos retóricos que así lo indican.
En numerosas entradas, Céspedes relata las maniobras de la Cámara de Representantes de la República en Armas para deponerlo de la Presidencia, sobre todo las intrigas del “Marques”, como se refiere a Salvador Cisneros Betancourt en la entrada del martes 28 de octubre de 1873, la misma en la que anota, con parquedad y distancia, como si estuviera redactando una noticia que no lo concerniera: “Anoche llovió mucho. Dormí perfectam[ente]. Al levantarme se me presentó José Cabrera con un acuerdo de la Cámara fechado ayer en q. me deponía de la Presidencia…” “Hay una cruz dibujada en el original”, nos advierte una nota en la edición impresa del diario, al comienzo de la entrada de ese día. Hay también una cruz dibujada en la entrada del día anterior. Al lado de la cruz dibujada el 28, el propio Carlos Manuel anota: Deposicion de la presidencia. Debo decir que me entristecen el excesivo civilismo por un lado y las ocasiones en que Céspedes se refiere a la deposición como a un acto que lo libraría de responsabilidades (ese veintiocho anota: “Ya sin responsabilidad estoy libre de esta carga.”). Esa fue, para mí, la condición que preparó el Zanjón: un civilismo inapropiado e inefectivo. Es duro escribir esto de quien asumió a todos los cubanos como a sus hijos, de quien ofrendó su vida por el ideal de una patria libre e independiente.
José Martí aprendió de eso, y el partido revolucionario que fundó y que dirigió la guerra revolucionaria de independencia nacional de 1895 fue la idea genial que superó las desavenencias entre las instituciones cívicas y el mando militar. Pero la osadía de José Martí, su muerte imprudente y prematura (o apurada por las pequeñeces y debilidades de hombres de soberana grandeza pero incapaces, cómo lo habrían podido, de tocar en la figura viva pero ya sagrada de José Martí la diferencia a la que todos habrían debido y deberíamos aspirar), impidió que esa guerra resultase en la independencia de Cuba y que ésta terminase como un protectorado norteamericano del que nació la república enmendada.
Fidel Castro aprendió de eso, y al triunfo de la insurrección armada, reunió a todas las fuerzas revolucionarias del país bajo una dirección firme, capaz y decidida, como dijera en el Informe al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975. La insurrección armada en la Sierra Maestra y la lucha clandestina en las ciudades fueron estrategias efectivas para hacer colapsar una república frustrada en lo esencial político y entregada a lo peor de la sociedad norteamericana, el crimen organizado. El liderazgo de Fidel Castro se nutrió del análisis de la historia de los procesos revolucionarios en Cuba y otras partes del mundo. Fidel Castro comprendió que el gobierno norteamericano usaba la democracia no solo como pretexto, sino también como táctica para debilitar los movimientos y los procesos de independencia y revolucionarios. La democracia o fue esclavista o nació con esclavos, que es lo mismo, aunque se escriba distinto, tanto en Atenas como en Filadelfia. La libertad, o las libertades, al adquirir valor político con la modernidad pierden su singularidad como valor del individuo frente a la sociedad y se transforman en instrumento retórico de las élites capitalistas. Los procesos revolucionarios no pueden someterse a votación, las revoluciones son fuente de derecho y por tanto son su propia fuente de legitimidad, las revoluciones, ellas mismas, son la verdad dura e imperfecta sobre la mentira amable pero criminal de la democracia burguesa, en los procesos revolucionarios la participación popular se canaliza a través de un contrato social en que la soberanía se garantiza y descansa en el intercambio entre servicios sociales y contribución laboral. Cada vez que en el diseño y la organización de una sociedad se (re-)introducen las relaciones de mercado, (re-)aparecen la desigualdad y la violencia. Ahí está como muestra y prueba la Cuba del periodo especial —nunca ha sido Cuba más dolorosamente desigual que cuando el socialismo ha recurrido al mercado para sobrevivir a la cólera de Aquiles y de los tiempos, como un infartado que va a la botica a comprar aspirinas. Los males de la prostitución y la corrupción, tanto de las normas como del espíritu, nunca fueron tan desgarradoramente ciertos como cuando el capital, disfrazado de inversiones extranjeras hizo su entrada en La Habana socialista. De vez en cuando se le debe dar su patadita al mercado para que ocupe su lugar. Es lo que llaman un aumento de la represión.
El linaje del liderazgo revolucionario cubano ha sido de continuidad, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Fidel Castro. La revolución de independencia nacional y soberanía popular, que se inició en 1868 y continuó en 1895 y 1959, es un proceso histórico único e irreversible, aun cuando las formulaciones y las acciones tácticas difieran, desconcierten o, incluso, confundan tanto a tirios como a troyanos. Un día como el 28 de octubre de 1873 dolorosamente señala que la debilidad se paga con la vida, no solo personal, que ya es mucho, sino con la de un proyecto de sociedad o de nación, o de ambos. La Cámara y los RR., como Carlos Manuel de Céspedes llama a los representantes a la Cámara, con su actuación veleidosa y traidora contra el hombre que lo diera todo, absolutamente todo, por la patria, sepultaron para siempre la posibilidad de soluciones negociadas a los conflictos políticos en Cuba si se quieren preservar la independencia nacional y la soberanía popular, la justicia social y la dignidad humana. La noción y la práctica del compromise son ajenas a la cultura política cubana. Podrán no serlo a otras, pero a la nuestra no solo le son ajenas sino además nocivas. No puede haber nación libre si no hay nación primero. No puede haber libertad si primero no hay justicia que asegure el ejercicio justo y real de esa libertad. Si no lo fueran, si no le fueran tanto ajenas como nocivas, quienes desde que existimos como realidad geográfica y no han querido ni perseguido otra cosa que adueñarse de nuestro suelo y nuestra alma como de otras tantas propiedades (bien raíz el uno, sin raíz la otra), no insistirían, con tanta desfachatez y tanta desesperada torpeza, en imponerle a nuestra dura pero resistente verdad su amable pero criminal falacia.