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Bodas puntuales: Tres poemas Juan Carlos Zamora

 

Selección y presentación: Humberto T. Fernández y Rolando Prats

 

Juan Carlos Zamora (Guantánamo, 1960) nos regala en Patrias. Actos y Letras tres poemas de un libro suyo en proceso de escritura, es decir, en camino. Trayecto, o curva, el de la poesía, que es ya casa, desde el soplo inicial y el gesto con que se jalona la primera huella. Casa en camino. Casa a cuestas. La poesía. Como en casi toda su escritura, lo poético en Juan Carlos se rinde en palabras e imágenes comunes, la metáfora se construye con la doble arcilla de lo familiar y lo distante, lo antiguo y lo cotidiano, el aire que la recorre  nos trae el aroma inconfudible, húmedo, de un pasado, por decantado y a la vez inconclusamente fecundo en sus insinuaciones, más presente que futuros imaginables solo desde el presente miope, más presente que el presente. Pero lo poético aquí también se rinde a lo presente sin más, a la presencia de lo dado, a la presencia constante, que consuela y acompaña al mismo tiempo que invita y exige, de lo histórico inagotado (inagotable), de los muertos que nos hablan. Rendirse no quiere decir aquí claudicar sino fructificar, entregarse.  Hay poetas que escriben con el oído, la página en blanco es su partitura en blanco. Los hay que escriben como si pintaran, la página (la tela) en blanco es la sábana dispuesta a recibir de nuevo su desnudez, la ventana muda, sedienta de paisaje. Juan Carlos parece escribir con la memoria, desde ella, la memoria es para él ancla y velamen. O como en una galería de estatuas transparentes, de recuerdos como vasos comunicantes, en busca de su sentido y redención finales, últimas. José Martí cayendo en Dos Ríos, reapareciendo a caballo en la Sexta Avenida en Manhattan, renaciendo al doblar de la esquina,  Edith Stein y Hans Lipps desposándose en Aushwitz, Walter Benjamin a punto ya para siempre, en los Pirineos, de llegar a La Habana. Como en bodas continuas y puntuales. El poemario de Juan Carlos Zamora Los oficios de Teseo se ha publicó en 2004 (segunda edición, revisada) conjuntamente por Ediciones Catalejo (Miami) y la Editorial El Mar y la Montaña (Guantánamo). 

 

 

El libro que faltaba

 

Ausencia dormida en los estantes 
Despierta en su rostro iluminado 
Que el niño se pierda entre volúmenes
Buscando el manuscrito que faltaba.

Páginas horneadas por un tiempo de adioses
Cifras de un encargo inefable
Bajo un lomo de piel troquelado de blasones.
Crónica escondida del caserón agraviado por las goteras 
Y la mala memoria del ruidoso progreso vecinal.

Ritual que traería de vuelta los semblantes
Ultrajados por el tiempo inmóvil de las fotos. 

El atardecer fue una polvareda de oro
Bajo el tropel insultante de otras despedidas
Dios está de espaldas
Mamá esta de espalda lavando en el fondo del patio
Papá está en la zafra del setenta
E impúdica la muerte asechaba en el flanco desarmado de la casa.

Allí donde mi hermana sonreía.

De nada valdrá que huyas a las distancias nevadas de una postal de Navidad
Regresa por donde mismo partiste
El armario de abuela lleno de cartas con sellos timbrados
Imágenes de Lindbergh y el Spirit of Saint Louis, 
Martí cayendo, la Quinta Columna y la mujer del gorro frigio 
El Cid Campeador, los nibelungos, la República de Weimar
Dos cuerpos que flotan en el río, y el incendio del Reichstag.

Aureolas de San Nicolás protector de navegantes y de niños. 

Para resistir solo quedan algunas jaculatorias inmemoriales
Un mantel raído, las natillas y el sacramento de la canela.
Al roble de la puerta no le retoñan bienvenidas.
Los espíritus ya no sonríen en las hendijas del derrumbe
Lo no dicho silva tenaz en el óxido del gozne
Se asoma como un niño que insiste en esperar
Aun vestido de fiesta.

Olor de lápices nuevos, pájaros mecánicos, tamborileros de cuerda.
Los ingenios de Da Vinci, el robot de Alberto Magno,
El buque del Holandés Errante. Astrólogos caldeos en Belén.
Diciembres  de los tíos y los amigos en la cocina
—Schopenhauer, Hegel y Nietzsche también están invitados al café.
Los gorriones cantan a la voluntad de vivir.
Junto al silbato venturoso del cartero.

El carro jaula, recogedor de animales vagabundos
Confundió a mi perro, le amarró un número de metal.
El ladrido persistió hasta apagarse detrás de la humareda.
La palabra nunca se clavó en el susto del lenguaje,
Dejó abierto para siempre el abismo resonante de su última vocal.

Las multitudes del hombre desbordaron el río de Heráclito
Los tanques rusos llegaron hasta la Mala Strana
París se apagó como una fiesta imposible
La cola del pan se alargó como un rosario.

El niño apunta con una Luger sin peine:
Guárdala, con esa mierda no se juega

La procesión de los volúmenes reza a la hora del Ángelus
Pero el Libro invisible, el incunable que faltaba
Ya nunca será escrito.

 

 

El sonido de los trenes en la madrugada. ¡Los trenes!

 

Yo sin tiempo, oh Dios, y todavía me dejo prometer ciudades. 
Abuela, despierta. Mamá, despierta, hermanos despierten: Llegamos.
En la estación abovedada alguien vende periódicos gritando: 
“Apolo 11 llegando a la luna, Apolo 11 llegando a la luna”. 

Nosotros llegando a La Habana. El puerto. Las luces 
Antorchas de una refinería, el olor del mosto, la sal, 
Rostros, ¡qué de rostros!. ¡Yo amaba a las gentes!
¡El humo, los vendedores, los estanquillos con libros viejos!

Dicen que al doblar la esquina está la casa de Martí.

En New York lo vi herido y a caballo por Sexta Avenida.
Allí también anduve henchido de gentes, de frio, libros y trenes.
Entre las páginas de Joseph de Maistre olvidé las cartas de Galina
Y un boleto para San Petesburgo.

Mi hija pasea conmigo por la estación abandonada,
Ya escucha el sonido de los rieles, mira a lo lejos y crece.
Presiento la enorme estatura de su adios
Y la hora de hacerme pequeño en el anden.

Oh Dios, detén tu ira, la férrea vorágine de trenes esta noche.
¿Cómo podré alabarte si todos los carriles pasan por mi almohada?


 

Cantando Deutschland über alles

 

Cantando Deutschland über alles
también marchó el filósofo Hans Lipps. 
Las balas enemigas lo salvaron antes de que creciera su culpa…
La mancha de su sangre se hizo pequeña en la amorosa inmensidad
de las nieves de Rusia.

Desde un lejano convento, Edith Stein 
aún podía recordar sus manos tibias
y su voz en los seminarios de Husserl:
“Era muy alto, elegante y fuerte, con los ojos de un niño que pregunta y afirma”. 
Pero ya no volverían los días sonrientes de Gotinga 
Ni las palomas al campanario de San Miguel.

Edith desempolvó metódicamente las finas alas de los ángeles, 
Cantando en español  se desposó con Jesucristo:
“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero.”
La GESTAPO tiró de su traje nupcial carmelita.
La arrastró descalza por los rieles.

Puntual se celebró la boda en Auschwitz.

Tras las nítidas esencias se ha fugado del paréntesis una irredenta opacidad.

Con bombas de 1000 libras
el carnicero Harris vuela cartesianamente sobre Hannover y  Dresden,
salvando  con fosforo blanco y rigor teológico
las almas de los niños de sus cuerpos alemanes.

Demócrito llora sobre las ciudades japonesas 
y  el que  hierro siembra… recoge en Stalingrado Tormentas de Acero.

Con los ojos azorados y las alas abiertas, el Ángel de Klee de frente retrocede.

Tras una mariposa, Jünger se pierde en la Selva Negra
y Walter Benjamín clava sobre los Pirineos
la imposibilidad de llegar a La Habana, 
—indocumentada exigencia de la resurrección. 

Desde Todtnauberg un rastro de astillas en la senda del leñadorpresagia un claro de silencio en el bosque 
¿Presencia, ausencia, júbilo y retorno? 
Quién se atreverá a nombrarlo cuando ya toda palabra es culpable.

¿Quién volverá a juntar a los jubilosos estudiantes de Gotinga, 
las hojas dispersas del Otoño en la mirada del viejo Edmund?

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