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Imperio y Multitud Samir Amin

Originalmente publicado en Monthly Review, el 1 de octubre de 2005. Traducido del inglés para Patrias. Actos y Letras por Rolando Prats.

¿Imperio post-imperialista o renovada expansión del imperialismo?

 

Michael Hardt y Antonio Negri han decidido llamar "Imperio"* al actual sistema global. Con la elección de ese término se proponen distinguir las características constitutivas esenciales del Imperio de las que definen al "imperialismo". El imperialismo, en esa definición, se reduce a su dimensión estrictamente política, es decir, a la extensión del poder formal de un Estado más allá de sus propias fronteras, confundiendo así imperialismo con colonialismo. Por consiguiente, el colonialismo ha dejado de existir, al igual que lo ha hecho el imperialismo. Esta hueca proposición consiente al discurso ideológico común estadounidense según el cual los Estados Unidos, a diferencia de los Estados europeos, nunca aspiraron a formar un imperio colonial en beneficio propio y, por lo tanto, nunca habrían podido ser "imperialistas" (lo que, entonces, no podrían ser hoy más de lo que fueron ayer, como nos recuerda Bush). La tradición materialista histórica propone un análisis muy diferente del mundo moderno, centrado en la identificación de los requisitos para la acumulación de capital, en particular de sus segmentos dominantes. Formulado a escala global, este análisis permite entonces descubrir los mecanismos que producen la polarización de la riqueza y el poder y construir la economía política del imperialismo.

 

Hardt y Negri ignoran meticulosamente todos los análisis que se han escrito al respecto, no sólo por marxistas, sino también por otras escuelas de economía política. En su lugar, retoman el legalismo de un Maurice Duverger o la vulgar ciencia política del empirismo anglosajón. De ese modo, el "imperialismo" se convierte en un rasgo común compartido en el espacio y el tiempo por varios "imperios", como el romano, el otomano, el colonial británico o francés, el austrohúngaro, el ruso y el soviético. El derrumbe inevitable de esos imperios está vinculado a "causas análogas". Ello está mucho más cerca del periodismo superficial que de cualquier lectura seria de la historia. Pero, repitámoslo, Hardt y Negri consienten a la moda actual (después de "la caída del Muro de Berlín").

 

No hay duda de que la evolución del capitalismo y del sistema mundial en el curso de los últimos veinte años ha implicado transformaciones cualitativas en todos los ámbitos. Otra cosa es suscribir el discurso dominante según el cual la revolución "científica y tecnológica" producirá por sí misma formas de gestión económica y política del planeta que "superan" a las asociadas, hasta hace poco, con la defensa de los "intereses nacionales" y, además, creer que tal evolución sería "positiva". Semejante discurso procede a base de serias simplificaciones. Los segmentos dominantes del capital operan, en efecto, en el espacio transnacional del capitalismo mundial, pero el control de esos segmentos sigue estando en manos de grupos financieros todavía marcadamente "nacionales" (es decir, con sede en los Estados Unidos o Gran Bretaña o Alemania, pero no todavía en una "Europa" que no existe como tal a ese nivel). Por otra parte, la reproducción económica del sistema es, hoy como ayer, impensable sin la aplicación paralela de la "política" que modula sus variantes. La economía capitalista no existe sin un "Estado", salvo en la vulgata ideológica y vacía del liberalismo. No existe todavía un Estado transnacional, "mundial". Las verdaderas interrogantes, evadidas por el discurso dominante de la globalización, atañen a las contradicciones entre las lógicas de la acumulación globalizada de los segmentos dominantes del capitalismo central (los "oligopolios") y las que rigen la "política" del sistema.

 

El sistema de Hardt y Negri, presentado bajo el seductor término de "Imperio", procede, pues, de la visión ingenua de la globalización que ofrece el discurso dominante. En esa visión, la transnacionalización ha abolido ya al imperialismo (y al imperialismo en conflicto), sustituyéndolo por un sistema en que el centro no está en ninguna parte y está en todas. La oposición centro/periferia (que define la relación imperialista) ha sido ya "superada". Hardt y Negri retoman aquí el discurso habitual según el cual, puesto que existe un "primer mundo" de "riqueza" en el "tercer mundo" y un "tercer mundo" de pobreza en el primero, no tiene sentido oponer entre sí al primer y tercer mundos. Ciertamente hay ricos y pobres en la India, al igual que los hay en los Estados Unidos, ya que todos seguimos viviendo en sociedades divididas en clases integradas en el capitalismo mundial. ¿Significa ello que son idénticas las formaciones sociales de la India y de los Estados Unidos? ¿Carece de sentido distinguir entre el papel activo de algunos en la configuración del mundo y el papel pasivo de otros, que sólo pueden "ajustarse" a las exigencias del sistema globalizado? En realidad, esa distinción es hoy más pertinente que nunca. En la fase anterior de la historia contemporánea (1945-1980), las relaciones de fuerza entre los países imperialistas y los países dominados eran de tal naturaleza que el "desarrollo" de las periferias estaba a la orden del día, dejando abierta la posibilidad de que los países periféricos se hicieran valer a sí mismos como agentes activos en la transformación del mundo. Hoy en día esas relaciones se han transformado dramáticamente en favor del capital dominante. El discurso del desarrollo ha desaparecido de la escena y ha sido reemplazado por el del "ajuste". En otras palabras, el sistema mundial actual (el "Imperio") no es menos imperialista, sino más imperialista que su predecesor.

 

Hardt y Negri se habrían dado cuenta de ello con sólo haber tomado nota de lo que los representantes del capital dominante han escrito. Por increíble que parezca, no lo han hecho en absoluto. Sin embargo, las partes principales del establishment estadounidense (demócratas y republicanos) no ocultan los objetivos de su plan: monopolizar el acceso a los recursos naturales del planeta para continuar con su derrochador modo de vida, aunque ello vaya en detrimento de otros pueblos; impedir que cualquier potencia grande o mediana se convierta en un competidor capaz de resistir las órdenes de Washington; y lograr esos objetivos mediante el control militar del planeta.

 

Hardt y Negri se limitan a retomar el discurso actual en que, una vez derrotados definitivamente el "nacionalismo" y el "comunismo", el retorno de un liberalismo globalizado constituye un progreso objetivo. Las "insuficiencias" del sistema, si las hubiera, sólo pueden corregirse al interior de la lógica del propio sistema y no combatiéndolo. Así pues, es fácil comprender las razones por las que Negri se ha unido a las filas de la Europa Atlantista y ha exhortado a que se apoye el proyecto de esa Europa de una constitución ultraliberal al servicio de Washington. Pero la verdadera historia del "nacionalismo" y el "comunismo" nada tiene en común con lo que de ella dice la propaganda liberal. Las transformaciones sociales inspiradas por el nacionalismo y el comunismo a lo largo de tres décadas en el estado de bienestar de las democracias sociales occidentales, en los países del socialismo realmente existente y en las experiencias del populismo nacional radical en el tercer mundo obligaron al capital a ajustarse a las demandas sociales que surgían de la lógica de su propia dominación e hicieron retroceder las ambiciones del imperialismo. Esas transformaciones fueron enormes y en gran medida positivas a pesar de los límites impuestos por el carácter insuficientemente radical de los proyectos en cuestión. El retorno (provisional) del liberalismo, posibilitado por la erosión y el posterior colapso de los proyectos del período precedente de la historia contemporánea, no es un "paso adelante", sino un callejón sin salida.

 

Las verdaderas cuestiones que atañen al mundo contemporáneo pueden formularse sólo abandonando el discurso liberal de Hardt y Negri. Se han elaborado importantes y, por supuesto, diversas tesis sobre esas cuestiones, entre ellas algunas desde la perspectiva de un renovado materialismo histórico, que Hardt y Negri ignoran. Me contentaré en este caso con recordar en líneas generales las tesis que he propuesto sobre el tema. En el pasado, el imperialismo aparecía como el conflicto permanente entre las potencias imperialistas (en plural). La centralización cada vez mayor del capital oligopólico ha dado ahora lugar a la aparición de un imperialismo "colectivo" de la tríada (los Estados Unidos, Europa y el Japón). A ese respecto, los segmentos dominantes del capital comparten intereses comunes en la gestión de los beneficios de este nuevo sistema imperialista. Pero la gestión política unificada de ese sistema tropieza con la pluralidad de los Estados. Las contradicciones en el seno de la tríada no guardan relación con la divergencia de intereses entre los capitales oligopolísticos dominantes, sino con la diversidad de intereses que representan los Estados. He resumido esta contradicción en una frase: la economía une a los asociados del sistema imperialista, la política divide a las naciones interesadas.

 

La reproducción económica del sistema es, hoy como ayer, impensable sin la aplicación paralela de la "política" que modula sus variantes. La economía capitalista no existe sin un "Estado", salvo en la vulgata ideológica y vacía del liberalismo. No existe todavía un Estado transnacional, "mundial". Las verdaderas interrogantes, evadidas por el discurso dominante de la globalización, atañen a las contradicciones entre las lógicas de la acumulación globalizada de los segmentos dominantes del capitalismo central (los "oligopolios") y las que rigen la "política" del sistema.

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Samir Amin (1931-2018)

 

 

El sistema de Hardt y Negri, presentado bajo el seductor término de "Imperio", procede, pues, de la visión ingenua de la globalización que ofrece el discurso dominante. En esa visión, la transnacionalización ha abolido ya al imperialismo (y al imperialismo en conflicto), sustituyéndolo por un sistema en el que el centro, al mismo tiempo que no está en ninguna parte está en todas. La oposición centro/periferia (que define la relación imperialista) ha sido ya "superada". Hardt y Negri retoman aquí el discurso habitual en el que, puesto que existe un "primer mundo" de "riqueza" en el "tercer mundo" y un "tercer mundo" de pobreza en el primero, no tiene sentido oponer entre sí al primer y tercer mundos. Ciertamente hay ricos y pobres en la India, al igual que los hay en los Estados Unidos, ya que todos vivimos todavía en sociedades divididas en clases integradas en el capitalismo mundial. ¿Significa ello que las formaciones sociales de la India y de los Estados Unidos son idénticas? ¿Carece de sentido distinguir entre el papel activo de algunos en la configuración del mundo y el papel pasivo de otros, que sólo pueden "ajustarse" a las exigencias del sistema globalizado? En realidad, esa distinción es más pertinente hoy que nunca. En la fase anterior de la historia contemporánea (1945-1980), las relaciones de fuerza entre los países imperialistas y los países dominados eran de tal naturaleza que el "desarrollo" de las periferias estaba al orden del día, dejando abierta la posibilidad de que los países periféricos se hicieran valer a sí mismos como agentes activos en la transformación del mundo. Hoy en día esas relaciones se han transformado dramáticamente en favor del capital dominante. El discurso del desarrollo ha desaparecido y ha sido reemplazado por el del "ajuste". En otras palabras, el sistema mundial actual (el "Imperio") no es menos imperialista, sino más imperialista que su predecesor.

 

Hardt y Negri se habrían dado cuenta de ello con sólo haber tomado nota de lo que los representantes del capital dominante han escrito. Por increíble que parezca, no lo han hecho en absoluto. Sin embargo, las principales partes del establishment estadounidense (demócratas y republicanos) no ocultan los objetivos de su plan: monopolizar el acceso a los recursos naturales del planeta para continuar con su derrochador modo de vida  aunque sea en detrimento de otros pueblos; impedir que cualquier potencia grande o mediana se convierta en un competidor capaz de resistir las órdenes de Washington; y lograr esos objetivos mediante el control militar del planeta.

 

Hardt y Negri se limitan a retomar el discurso actual en el que, una vez derrotados definitivamente el "nacionalismo" y el "comunismo", el retorno de un liberalismo globalizado constituye un progreso objetivo. Las "insuficiencias" del sistema, si las hubiera, sólo pueden corregirse desde la lógica del propio sistema y no combatiéndolo. Así pues, es fácil comprender las razones por las que Negri se ha unido a las filas de la Europa Atlantista y ha pedido que se apoye su proyecto de una constitución ultraliberal al servicio de Washington. Pero la verdadera historia del "nacionalismo" y el "comunismo" nada tiene en común con lo que de ella dice la propaganda liberal. Las transformaciones sociales inspiradas por el nacionalismo y el comunismo a lo largo de tres décadas en el estado de bienestar de las democracias sociales occidentales, en los países del socialismo realmente existente y en las experiencias del populismo nacional radical en el tercer mundo obligaron al capital a ajustarse a las demandas sociales que surgían de la lógica de su propia dominación e hicieron retroceder las ambiciones del imperialismo. Esas transformaciones fueron enormes y en gran medida positivas a pesar de los límites impuestos por el carácter insuficientemente radical de los proyectos en cuestión. El retorno (provisional) del liberalismo, posibilitado por la erosión y el posterior colapso de los proyectos del período precedente de la historia contemporánea, no es un "paso adelante", sino un callejón sin salida.

 

Las verdaderas preguntas sobre el mundo contemporáneo pueden formularse sólo abandonando el discurso liberal de Hardt y Negri. Se han elaborado importantes y, por supuesto, diversas tesis sobre esas cuestiones, entre ellas algunas desde la perspectiva de un renovado materialismo histórico, que Hardt y Negri ignoran. Me contentaré aquí con recordar las líneas generales de las tesis que he propuesto sobre el tema. En el pasado, el imperialismo aparecía como el conflicto permanente entre las potencias imperialistas (en plural). La centralización cada vez mayor del capital oligopólico ha dado lugar ahora a la aparición de un imperialismo "colectivo" de la tríada (los Estados Unidos, Europa y el Japón). A ese respecto, los segmentos dominantes del capital comparten intereses comunes en la gestión de sus beneficios de este nuevo sistema imperialista. Pero la gestión política unificada de ese sistema tropieza con la pluralidad de los Estados. Las contradicciones en el seno de la tríada no tienen que ver con la divergencia de intereses entre los capitales oligopolísticos dominantes, sino con la diversidad de intereses que representan los Estados. He resumido esta contradicción en una frase: la economía une a los asociados del sistema imperialista, la política divide a las naciones interesadas.

 

 

La multitud ¿es constitutiva de la democracia o reproduce la hegemonía del capital?

 

La ideología liberal específica del capitalismo coloca al individuo en la vanguardia. No importa que en su construcción histórica durante la Ilustración el individuo en cuestión haya tenido que ser un hombre educado y dueño de propiedades, un burgués capaz, como resultado, de hacer uso libre de la Razón. Ese fue un avance liberador indestructible. Como movimiento más allá del capitalismo, el socialismo no puede concebirse como un retorno al pasado, como una negación del individuo. La democracia burguesa, a pesar de los estrechos límites en que la encierra el capitalismo, no es "formal", sino bastante real, aunque siga siendo incompleta. El socialismo será democrático o no será. Pero añado a esa frase su complemento necesario: no habrá más progreso democrático si no se cuestiona el capitalismo. La democracia y el progreso social son inseparables. Los socialismos realmente existentes del pasado ciertamente no respetaron ese requisito y pensaron que podían lograr el progreso sin democracia o con tan poca democracia como en el propio capitalismo. Pero también es necesario añadir que hoy en día la gran mayoría de los defensores de la democracia son apenas más exigentes y creen que la democracia es posible sin ningún progreso social visible, por no hablar de poner en tela de juicio los principios del capitalismo. ¿Dejan Hardt y Negri atrás esa categoría de democracia liberal?

 

La base individualista de la ideología liberal hace del individuo sujeto de la historia en última instancia. Esa afirmación no es cierta, ni para la historia de los sistemas anteriores (que, según la definición de la Ilustración, no conocían al individuo), ni para la historia, siquiera, del capitalismo, sistema basado en el conflicto entre clases, que son los verdaderos sujetos de ese capítulo de la historia. Pero el individuo podría convertirse en el sujeto de la historia en un futuro socialismo avanzado.

 

Hardt y Negri creen que hemos llegado a ese punto de inflexión histórica, que las clases (junto con las naciones o los pueblos) han dejado de ser los sujetos de la historia. En su lugar, el individuo se ha convertido en tal sujeto (o está en vías de hacerlo). Ese punto de inflexión da lugar a la formación de lo que Hardt y Negri llaman la "multitud", definida en términos de la "totalidad de las subjetividades productivas y creativas".

 

¿Por qué y cómo se habrá producido ese punto de inflexión? Los textos de Hardt y Negri son bastante vagos a ese respecto. Hablan de la transición al "capitalismo cognitivo" o de la aparición de la "producción inmaterial", de la nueva sociedad "en red" o de la "desterritorialización". Hacen referencia a las propuestas de Foucault sobre la transición de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Todo lo que se ha dicho en los últimos treinta años, ya sea bueno o malo, según el punto de vista de cada uno, ya sea indisputable por tratarse de un lugar común o, por el contrario, muy discutible, se arroja en una gran olla en preparación para el futuro. Un compendio de modas actuales no se traduce fácilmente en convicción. La semejanza con las tesis formuladas por Manuel Castells sobre la "sociedad en red" y con las ideas popularizadas por Jeremy Rifkin, Robert B. Reich y otros divulgadores estadounidenses es tal que uno tiene derecho a plantearse la pregunta: ¿qué hay de nuevo e importante en toda esta mezcolanza de ideas?

 

Propondré entonces otra hipótesis para explicar la invención de la "multitud" en cuestión. Nuestro momento es uno de derrota para los poderosos movimientos sociales y políticos que dieron forma al siglo XX (movimientos obreros, socialistas y de liberación nacional). La pérdida de perspectiva que supone cualquier derrota conduce a efímeros disturbios y a la profusión de propuestas parateóricas que legitiman tales disturbios  y a la vez dan lugar a la creencia de que estos constituyen un medio "eficaz" para "transformar el mundo" (incluso sin quererlo), en el buen sentido del término, por si fuera poco. Es posible solidificar gradualmente nuevas formulaciones que sean a la vez coherentes y eficaces solamente distanciándose del pasado, en lugar de proponer un "remake" de ese pasado, e integrando eficazmente las nuevas realidades producidas por la evolución social en todas sus dimensiones. Tales contribuciones, a la vez discutibles y diversas, ciertamente existen, pero entre ellas no incluyo el discurso de Hardt y Negri.

 

Las proposiciones que Hardt y Negri extraen de su discurso sobre la "multitud" atestiguan, incluso en su propia formulación, el callejón sin salida en que están atrapados. La primera de esas proposiciones concierne a la democracia que, por primera vez en la historia, está supuestamente a punto de convertirse en una posibilidad real a escala mundial. Por otro lado, se define a la multitud como la fuerza "constitutiva" de la democracia. Se trata de una propuesta maravillosamente ingenua. ¿Nos estamos moviendo en esa dirección? Más allá de algunas apariencias superficiales (algunas elecciones aquí o allá), que obviamente satisfacen a los poderes liberales (particularmente a Washington), la democracia —que es tanto necesaria como posible— está en crisis y está bajo la amenaza de perder su legitimidad en beneficio de los fundamentalismos religiosos o étnicos (¡no considero que los regímenes etnocráticos de la ex Yugoslavia sean un progreso democrático!). ¿Constituyen las elecciones que anulan el poder de una banda criminal (por ejemplo, una al servicio de la autocracia rusa) para sustituirla por otra (¡financiada por la CIA!)  un progreso para la democracia o una farsa manipulada? ¿No es el despliegue del proyecto imperialista de control del planeta el origen de los ataques frontales que reducen los derechos democráticos básicos en los Estados Unidos? ¿No está el consenso liberal en Europa, en torno al cual se han unido las principales fuerzas políticas de derecha e izquierda, en vías de deslegitimar los procedimientos electorales? Hardt y Negri guardan silencio sobre todas esas cuestiones.

 

La segunda propuesta se refiere a la "diversidad de la multitud". Pero las formas y contenidos que definen los (diversos) componentes de la multitud apenas se especifican, como tampoco se especifican las fuerzas que producen y/o reducen esa diversidad. Consiguientemente, grandes contradicciones atraviesan todos los textos de Hardt y Negri. Por ejemplo, se supone que la globalización actual, según la conciben ellos, reduzca las "diferencias" entre los centros y las periferias (de lo contrario, esa globalización seguiría siendo imperialista). El mundo real evoluciona en sentido exactamente opuesto, al acentuarse las "diferencias" y erigirse un apartheid a escala mundial. La diversidad en el seno de los componentes locales del sistema citado por Hardt y Negri (en la práctica, sólo en las sociedades norteamericanas y de Europa Occidental) es en sí misma de naturaleza "diversa": existen (a veces, como en los Estados Unidos) "comunidades" étnicas o paraétnicas, regiones religiosas o lingüísticas diversas, también hay clases, tal vez (¡!), ¡que sería bueno redefinir sobre la base de la transformación de las realidades sociales! Incluso, una vez alineadas todas esas diversidades, no es mucho lo que se ha dicho. ¿Cómo se articulan entre sí en la producción, reproducción y transformación de los sistemas sociales? Es imposible responder a esas preguntas fundamentales sin conceptualizar lo que llamo "culturas políticas". Se han hecho contribuciones serias y positivas también en esos ámbitos. Ciertamente son discutibles, pero no pueden ser ignoradas. Hardt y Negri no han hecho ninguna contribución a ese respecto que se pueda mencionar en apoyo de su tesis.

 

La inversión que establece al individuo como sujeto de la historia y a la multitud como fuerza constitutiva de su proyecto democrático es una invención "idealista". Supone que se ha producido una inversión en el mundo de las ideas sin una transformación de las relaciones sociales reales. No estoy insinuando aquí que las ideas son siempre sólo reflejos pasivos de la realidad. He desarrollado el punto de vista opuesto, basado en el reconocimiento de la autonomía de las "instancias". Las ideas pueden adelantarse a su tiempo. La cuestión aquí no se refiere a esa proposición general. Se trata de las ideas posmodernistas en boga hoy en día (incluidas las ideas de Hardt y Negri): ¿se han adelantado estas a su tiempo? ¿O son sólo la expresión ingenua, confusa y contradictoria de la realidad del momento, un momento de derrota aún no superado? En esas condiciones, la "multitud" puede convertirse en una realidad constitutiva de "diversidades" indecisas, diversas y desarticuladas. Puede adoptar la apariencia de que actúa como una "fuerza real" (una fuerte mayoría electoral, por ejemplo). Pero ello no es más que un fenómeno efímero, destinado a dar paso a una estructura articulada contradictoria, como ocurre siempre en la historia. Dentro de varios años, probablemente se habrá pasado la página de la "multitud", como ocurrió con el obrerismo (opéraïsme) de los años 70 y por la misma razón: la fijación en lo parcial y en lo efímero, como señala Atilio Borón en Imperio e imperialismo (Zed Books, 2005)[1].

 

La cultura política que sobresale detrás del discurso de Hardt y Negri es la del liberalismo estadounidense. Esa cultura política considera a la Revolución Americana y a la Constitución adoptada en ese momento el evento decisivo en la apertura de la modernidad. Hannah Arendt, fuente de inspiración para Hardt y Negri, escribe que esa revolución abre la era de la "búsqueda ilimitada de la libertad política". Hoy en día, la aparición de la multitud, la fuerza constitutiva de una democracia "posible por primera vez a escala mundial", corona la victoria (positiva) de la "americanización del mundo".

 

La adhesión al liberalismo estadounidense va necesariamente acompañada de la devaluación de los diferentes caminos de otras naciones, en particular de la "vieja Europa", tal como lo formuló Hannah Arendt cuando contrapuso la Revolución Americana a la "lucha limitada contra la pobreza y la desigualdad" a la que reduce la Revolución Francesa. En la época de la Guerra Fría, todas las grandes revoluciones de la época moderna (francesa, rusa y china) hubieron de ser denigradas. Se declararon viciadas desde el principio por su "tendencia totalitaria", según el discurso liberal americano que se convirtió en la punta de lanza de la contrarrevolución tras la Segunda Guerra Mundial. La supervivencia exclusiva del "modelo americano", cuya revolución y constitución pioneras no cuestionaron ninguna de las necesidades del desarrollo capitalista, implicó el repudio de la herencia de aquellas revoluciones que sí habían cuestionado las exigencias capitalistas (como fue el caso a partir de la radicalización jacobina de la Revolución Francesa). La denuncia de la Revolución Francesa (François Furet), el antisovietismo banal y las acusaciones contra el maoísmo constituyen algunas de las principales plataformas de esa contrarrevolución en la cultura política.

 

Ahora bien, en ese ámbito, Hardt y Negri guardan silencio absoluto. Ignoran sistemáticamente toda la bibliografía crítica sobre la Revolución Americana (gran parte de ella originada, encima de todo, en los propios Estados Unidos) que hace mucho tiempo dejó establecido que la Constitución de los Estados Unidos había sido sistemáticamente elaborada con el objetivo de descartar todo peligro de desviación "popular". El éxito alcanzado en ese sentido ha sido real y ha despertado la envidia de todos los reaccionarios europeos que nunca lo han logrado (¡Giscard d'Estaing dijo que la constitución del proyecto europeo ultraliberal era "tan buena" como la Constitución de los Estados Unidos!).

 

Las "aspiraciones" de la multitud establecida como fuerza constitutiva del futuro se reducen a muy poco: la libertad, en particular para emigrar, y el derecho a un ingreso socialmente garantizado. Con el cuidado indudable de no aventurarse fuera de lo que autoriza el liberalismo estadounidense, el proyecto ignora deliberadamente todo lo que pudiera calificarse de patrimonio del movimiento obrero y socialista, en particular la igualdad rechazada por la cultura política de los Estados Unidos. Es difícil creer en el poder transformador de una ciudadanía mundial (y europea) emergente mientras las políticas aplicadas priven en lo fundamental de su eficacia a la ciudadanía .

 

La construcción de una alternativa real al sistema contemporáneo de capitalismo liberal globalizado implica otros requisitos, en particular el reconocimiento de la gigantesca variedad de necesidades y aspiraciones de las clases populares de todo el mundo. De hecho, Hardt y Negri experimentan serias dificultades para imaginar las sociedades de la periferia (85 % de la población humana). Los debates relativos a la táctica y la estrategia de construcción de una alternativa democrática y progresista que sea eficaz en las condiciones concretas y específicas de los diferentes países y regiones del mundo no parece haberles interesado nunca. ¿Permitiría la "democracia" promovida por la intervención de los Estados Unidos ir más allá de una farsa electoral como la de Ucrania, por ejemplo? ¿Se pueden reducir los derechos de los "pobres" que habitan el planeta al derecho de "emigrar" al opulento Occidente? Un ingreso socialmente garantizado puede ser una demanda justificada. Pero ¿puede uno tener la ingenuidad de creer que su adopción aboliría la relación capitalista, que permite al capital emplear mano de obra (y, en consecuencia, explotarla y oprimirla), en beneficio del trabajador que, a partir de ese momento, estaría en condiciones de utilizar libremente el capital y, por lo tanto, podría afirmar sus posibilidades creadoras?

 

La reducción del sujeto de la historia al "individuo" y la unificación de tales individuos en una "multitud" se deshace de las verdaderas cuestiones relativas a la reconstrucción de sujetos de la historia que estén a la altura de los desafíos de nuestra época. Se podrían señalar muchas otras contribuciones importantes que oponer al silencio que guardan sobre esa cuestión Hardt y Negri. Indudablemente, los socialismos y comunismos históricos tendieron a reducir el sujeto principal de la historia moderna a la "clase obrera". Por otro parte, es ese un reproche que se podría hacer al Negri del obrerismo. Como contrapunto, he propuesto un análisis del sujeto de la historia como formado por bloques sociales particulares capaces, en fases sucesivas de lucha popular, de transformar efectivamente las relaciones sociales de fuerza en beneficio de las clases y pueblos dominados.

 

En la actualidad, asumir el reto significa avanzar en la formación de bloques hegemónicos democráticos, populares y nacionales capaces de superar los poderes ejercidos tanto por los bloques imperialistas hegemónicos como por los bloques compradores hegemónicos. La formación de tales bloques se produce en condiciones concretas muy diferentes de un país a otro, de modo que ningún modelo general (ya sea al estilo de la "multitud" o de otro) tiene sentido. Desde esa perspectiva, la combinación de los avances democráticos y el progreso social formará parte de la larga transición hacia el socialismo mundial, del mismo modo que la afirmación de la autonomía de los pueblos, las naciones y los Estados permitirá sustituir la globalización unilateral impuesta por el capital dominante (¡de la que Imperio hace el elogio!) por una globalización negociada y, de ese modo, deconstruir gradualmente el actual sistema imperialista. La profundización de los debates sobre esas verdaderas cuestiones es, sin duda, mucho más prometedora que la continuación del examen de lo que pudiera ser la "multitud".

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¿Está la cultura política del Imperio y la Multitud  a la altura del desafío?

 

Hoy en día la moda es el "culturalismo", una visión de la pluralidad humana fundada en algunas supuestas invariantes culturales, particularmente religiosas y étnicas. El desarrollo del "comunitarismo" y la invitación a reconocer el "multiculturalismo" son productos de esa visión de la historia. Semejante visión no es la de la tradición materialista histórica, que trata de articular las luchas de clase de los tiempos modernos con las formas y condiciones de la participación de los pueblos afectados por el sistema del capitalismo globalizado. Los análisis producidos en el contexto de esas cuestiones permiten comprender la variedad de los caminos recorridos por las distintas naciones e identificar la especificidad de las contradicciones que existen en el seno de las sociedades en cuestión y a nivel del sistema global. Esos análisis, entonces, giran en torno a lo que llamo la formación de las culturas políticas de los pueblos del mundo moderno.

 

La pregunta que planteo aquí se refiere a la cultura política que subyace a los escritos de Hardt y Negri. ¿Se inscribe esa cultura política en la tradición materialista histórica o en la del culturalismo? En mi libro The Liberal Virus (Monthly Review Press, 2004)[2] propuse la lectura de dos itinerarios: "europeo", por un lado, y estadounidense, por otro, que forman las culturas políticas de los pueblos en cuestión. Recordaré aquí muy brevemente sólo las líneas generales de mi argumentación.

 

La formación de la cultura política del continente europeo es resultado de una sucesión de grandes momentos formativos: la Ilustración y la invención de la modernidad; la Revolución Francesa; el desarrollo del movimiento obrero y socialista y la aparición del marxismo; y la Revolución Rusa. Esa sucesión de avances no aseguró ciertamente que las sucesivas "izquierdas" producidas por esos momentos asumieran la gestión política de las sociedades europeas. Pero sí formó el contraste entre la derecha y la izquierda en el continente. La contrarrevolución triunfante impuso restauraciones (después de las revoluciones francesa y rusa), un retroceso del secularismo, compromisos con las aristocracias y las iglesias y desafíos a la democracia liberal. Logró inducir a los pueblos interesados a apoyar los proyectos imperialistas del capital dominante y, para ello, movilizó a las ideologías nacionalistas chovinistas que habían conocido su momento de mayor gloria en vísperas de 1914.

 

La sucesión de momentos constitutivos de la cultura política de los Estados Unidos es muy diferente. Esos momentos son: el establecimiento en Nueva Inglaterra de sectas protestantes contrarias a la Ilustración; el control de la Revolución Americana por la burguesía colonial, en particular por su facción esclavista dominante; la alianza del pueblo con esa burguesía, fundada en la expansión de las fronteras que, a su vez, condujo al genocidio de los indios; y la sucesión de oleadas de inmigrantes que frustraron la maduración de una conciencia política socialista y la sustituyeron por el "comunitarismo". Esa sucesión de acontecimientos está fuertemente marcada por el dominio permanente de la derecha, que hizo de los Estados Unidos el país "más seguro" para el desarrollo del capitalismo.

 

Hoy en día una de las mayores batallas que decidirá el futuro de la humanidad gira en torno a la "americanización" de Europa, cuyo objetivo es destruir el patrimonio cultural y político europeo y sustituirlo por el dominante en los Estados Unidos. Esta opción ultra-reaccionaria es la de las fuerzas políticas dominantes en Europa y ha encontrado una traducción perfecta en el proyecto de la constitución europea. La otra batalla es la que se libra entre el "Norte" del capital dominante y el "Sur", el 85 % de la humanidad que es víctima del proyecto imperialista de la tríada. Hardt y Negri ignoran lo que está en juego en esas dos batallas decisivas.

 

El apresurado elogio que hacen de la "democracia" estadounidense contrasta fuertemente con los escritos de los analistas que hacen la crítica de la sociedad estadounidense, rechazados de entrada porque su "antiamericanismo" los descalifica (¿a los ojos de quién? ¿Del establishment de los Estados Unidos?). Citaré aquí solamente la obra de Anatol Lieven America Right or Wrong: An Anatomy of American Nationalism (Oxford University Press, 2004) cuyas conclusiones coinciden en gran medida con las mías a pesar de nuestros diferentes puntos de partida ideológicos y científicos. Lieven vincula la tradición democrática de los Estados Unidos (cuya realidad nadie cuestionaría) con los orígenes oscurantistas del país (relación que se perpetúa y reproduce con las sucesivas oleadas de inmigrantes). La sociedad estadounidense, a ese respecto, acaba pareciéndose mucho más al Pakistán que a Gran Bretaña. Por otro lado, la cultura política de los Estados Unidos es un producto de la conquista de Occidente (que los lleva a considerar a todos los demás pueblos como "pieles rojas" que tienen derecho a vivir sólo a condición de no poner trabas a los Estados Unidos). El nuevo proyecto imperialista de la clase dirigente de los Estados Unidos exige el redoblamiento de un nacionalismo agresivo, que en adelante se convierte en la ideología dominante y recuerda más a la Europa de 1914 que a la Europa de hoy. En todos los niveles, los Estados Unidos no están "por delante" de la "vieja Europa", sino un siglo por detrás. Por ello, el "modelo americano" es favorecido por la derecha y, desgraciadamente, por segmentos de la izquierda, entre ellos Hardt y Negri, a quienes ha terminado ganándose el liberalismo de nuestros días.

 

Más allá de las dos tesis de Imperio ("el imperialismo está pasado de moda") y de Multitud ("el individuo se ha convertido en sujeto de la historia"), el discurso de Hardt y Negri exhibe un tono de resignación. No hay alternativa a la sumisión a las exigencias de la actual fase de desarrollo capitalista. Se podrá combatir sus consecuencias perjudiciales sólo integrándose en ella. Ese es el discurso de nuestro momento de derrota, un momento que aún no ha sido superado. Ese es el discurso de la socialdemocracia convertida al liberalismo, de los pro-europeos convertidos al atlantismo. El renacimiento de una izquierda digna de ese nombre, capaz de inspirar y poner en marcha el progreso en beneficio de los pueblos, requiere una ruptura radical con los discursos de ese tipo.

 

 

 

Notas

 

*Michael Hardt y Antonio Negri, Empire (Cambridge: Harvard University Press, 2000) y Multitude: War and Democracy in the Age of Empire (Nueva York: Penguin, 2004). Estos autores no abordan directamente un gran número de cuestiones fundamentales de "lo nuevo" en el capitalismo, como las relativas al capitalismo "cognitivo" o financiero, la organización del trabajo y la producción, y la geopolítica. Quiero dejar claro que no les reprocho eso, sino sólo haber sacado conclusiones injustificadas en apoyo de sus ideas a partir de esos nuevos desarrollos no examinados. Existen lecturas muy diferentes de las transformaciones en cuestión que discutiré en otras ocasiones. Empire fue escrito antes del 11 de septiembre de 2001, lo que no justifica de ninguna manera la aceptación por parte de Hardt y Negri del vulgar discurso propagandístico de Washington, afirmando que sólo interviene a petición popular, por razones humanitarias, para la defensa de la democracia, ¡sin la más mínima consideración de intereses materiales egoístas!

 

[1] Véase Atilio Borón, Imperio e imperialismo: una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri, Ediciones de Intervención Cultural, [Mataró, España], 2003. [Nota del traductor]

 

[2] En español, véase Samir Amin, El virus liberal: la guerra permanente y la norteamericanización del mundo, Editorial Hacer, España, 2007. [Nota del traductor]

Fondo de página basado en Blanco sobre blanco (1918) de Kazimir Malevich

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